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Escrito por Johanna Zabala, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Ecuador
No siempre podemos estar allí para enseñar directamente, pero Dios, el Arquitecto de la vida, en Su gran promesa de amor nos dejó al gran Consolador, el Espíritu Santo, quien siempre estará con nosotras para guiarnos y enseñarnos (Juan 14:26).
Desde el principio, nuestro Creador nos ha dado preciosas muestras de Su inmensa fidelidad (Gén. 1 y 2 y Sal. 19). Por tal razón, mis amadas, cuando Jesús estuvo acá en la tierra, experimentó situaciones similares a las nuestras. Él nació, creció, enseñó, demostró, murió y resucitó por amor a toda la humanidad (Jn. 3:16-17). Por ello, considero con toda seguridad que al leer de Su vida y obra nos enseña capacidades infinitas que sólo vienen de Él.
Al tener una vida en Cristo, son muchas las oportunidades que, como mujeres cristianas, madres, hijas y ciudadanas, tenemos de enseñar e instruirnos unas a otras. Es probable que todas comuniquemos los conocimientos de diferentes maneras y en distintas situaciones que nos encontremos. Atrevernos a enseñar e instruir los preceptos del Padre Celestial, es un privilegio divino que conduce a obedecer el mandamiento de ir y hacer discípulos a las naciones enseñándoles lo que Él mismo ha mandado, a fin de aumentar la fe y la convicción de que El estará con nosotras, todos los días hasta el fin del mundo (Mt. 28:16-20).
He aprendido a ser discípula del Señor desde el mismo momento que me bauticé. Mis hermanos en la misma fe se encargaron de encender la llama de instruirme en el camino de la profesión más significativa de servir al Todopoderoso. Algunos ya no están, pero yo continuo con las enseñanzas que me inculcaron.
Me convertí en madre al mismo tiempo que conocí de Dios y estoy agradecida con todo mi ser, y para la gloria de Dios, porque mi primera hija creció en la instrucción del temor y el amor al Señor; esto trae paz a mi corazón (Prov. 22:6). Confiada en la magnificencia divina y en las promesas bíblicas, siempre he creído en el poder del Espíritu Santo y Su guía en todo lo que se presenta por delante como la luz que alumbra los pies en cada paso que se da (Sal. 119:105).
En mi experiencia como madre, puedo decir que la transformación que se me ha dado, sirvió de muestra y seguirá mostrando pasos para que mi hija siga creciendo en la meta de llegar a la vida eterna.
Diariamente y sumergida en la fe, he aprendido a estar constantemente bajo la dirección del Espíritu Santo, compartiendo de la Palabra, en oraciones y al estar en comunión con todos, continuando el ejemplo de Cristo, Quien a pesar de ya de no estar acá físicamente, nos permite seguir Sus hermosas pisadas tomados de Su mano.
El resultado particular que alcanzamos al aprender directamente de la gracia de Quien todo lo sabe me permite continuar en las indicaciones aprendidas, y seguir así enseñando en todo tiempo. Cuando ya no esté entre los míos, sé que sabrán avanzar en los pasos del Maestro y Sus máximas enseñanzas, y esta convicción surge del amor y la perseverancia en Cristo.
En este momento mi hija y yo somos peregrinas o extranjeras en tierras ajenas, y el Espíritu Santo nos ha dado muchos aprendizajes para edificación. Estoy segura de que, si no estamos juntas por motivos de viaje u otras situaciones adversas, los podemos recordar para impulsarnos a siempre seguir aprendiendo y enseñando a otras.
La seguridad de que Él siempre está y que estará hasta el fin del mundo, me motiva, y ojalá a todas, a considerar que, aunque ya no estemos, nuestros hijos, estudiantes o discípulos por ninguna razón se desviarán de Sus mandatos y meta para entrar a la eternidad con Dios.
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Escrito por Beliza Patrícia, Coordinadora de Brasil para el Ministerio Hermana Rosa de Hierro
Cuando pensamos en los 12 apóstoles y el tiempo en que caminaron con Jesús en esta tierra, es fácil imaginarlos como ayudantes de Jesús. Pero cuando un maestro termina un trabajo, el ayudante no tiene más tareas. En realidad, los apóstoles eran más como estudiantes internos. En otras palabras, durante todo el tiempo que Jesús estuvo con los apóstoles, los fue preparando para que cuando llegara el momento en que ya no estuviera con ellos, estuvieran preparados para asumir el papel de presentar el evangelio al mundo.
Jesús vino a la tierra para cumplir una misión, y durante los tres años de Su ministerio preparó a los apóstoles para la misión que tendrían después de Su partida. El Maestro escogió a hombres humildes para proclamar Su Reino y les enseñó sobre la vida eterna, el perdón de los pecados y el amor del Padre. Día tras día los apóstoles caminaron a Su lado: hablando con Él, haciéndole preguntas, escuchando parábolas, viendo la manifestación de Su poder sanando a los enfermos, expulsando demonios, haciendo milagros y siendo testigos de Su desaprobación por la conducta de los maestros de la ley. Por asociación y contacto personal, Cristo preparó a los apóstoles para su servicio.
Al relatar los acontecimientos de los últimos días de Jesús en la tierra, Juan escribió en su evangelio:
Se acercaba la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de abandonar este mundo para volver al Padre. Y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. (Juan 13:1 NVI)
A lo largo de Su tiempo en la tierra, Jesús mostró a los apóstoles que los amaba. Y fue con amor que Él preparó y equipó a aquellos que se convirtieron en los líderes de Su iglesia. Con amor los envió a predicar el evangelio a toda la creación.
Sabiendo que Su ministerio en la tierra estaba llegando a su fin y que ya no estaría con los que caminaron con Él en Su jornada, Jesús hizo recomendaciones y promesas a los apóstoles (Juan 14, 15 y 16). Como buen Maestro, los animó y preparó para el futuro. Les alertó sobre la persecución que sufrirían por obedecer al Salvador.
Una de las promesas que hizo Jesús fue enviarles el Consolador, el Espíritu Santo, quien los consolaría y testificaría de Jesús. El Espíritu Santo les daría poder para tener éxito en su camino. El evangelio no fue proclamado por la fuerza o sabiduría humana, sino por el poder de Dios.
Y yo le pediré al Padre, y él les dará otro Consolador para que los acompañe siempre: el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede aceptar porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes sí lo conocen, porque vive con ustedes y estará en ustedes. (Juan 14:16-17)
Después de la muerte de Jesús, los apóstoles debían ser testigos de Cristo y proclamar al mundo lo que habían visto y oído de Él. Debían ser colaboradores de Dios en la salvación de la humanidad. Fue para cumplir este papel que estos hombres, tan diferentes entre sí, fueron elegidos y preparados. Esta puede parecer una misión grandiosa para hombres tan sencillos, pero quienes los escuchaban se maravillaban… porque no hablaban de sí mismos, sino que presentaban el camino al Salvador. La enseñanza de los apóstoles declaraba que todo lo que hacían procedía del poder de Cristo.
Los apóstoles fueron preparados para la misión a través de su relación con Jesús, el Hijo de Dios, y luego continuaron su misión con el Consolador, el Espíritu Santo de Dios, quien les enseñó lo necesario y les recordó las enseñanzas de Jesús. Dios estuvo en relación con los apóstoles todo el tiempo.
Dios también quiere estar en relación con nosotros. Con amor nos quiere preparar para nuestra misión, y cuando somos bautizados en el nombre de Jesús recibimos el Espíritu Santo que nos consuela, orienta e intercede por nosotros. “Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes.” (Stgo 4:8)
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