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Escrito por Corina Diaz, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Argentina
Cuando leo la historia de Moisés, imagino la nube que acompañaba al pueblo durante su período de caminata, algo bastante figurativo de la presencia de Dios.
El día que el tabernáculo fue erigido, la nube cubrió el tabernáculo sobre la tienda del testimonio; y a la tarde había sobre el tabernáculo como una apariencia de fuego, hasta la mañana. Así era continuamente: la nube lo cubría de día, y de noche la apariencia de fuego. Cuando se alzaba la nube del tabernáculo, los hijos de Israel partían; y en el lugar donde la nube paraba, allí acampaban los hijos de Israel. (Núm. 9:15-17)
Notamos que la nube acompañaba al pueblo, pero sobre todo les guiaba y ubicaba hacia el lugar donde debían morar, era prácticamente la presencia de Dios visible para ellos que les indicaba una compañía constante. Esto es un hecho maravilloso, la presencia de Dios en medio de ellos.
Me recuerda cuando algunas veces busco la presencia de personas muy cercanas para sentirme más segura en desafíos importantes, pero también me invita a recordar que ahora no necesito la figura física de una nube, porque Jesús mora en mi corazón y conduce mi vida.
Por otro lado, también hay otra simbología interesante de la nube que acompaña a Moisés, y es que esta nube puede contener la gloria ardiente de Dios.
Entonces Moisés subió al monte, y una nube cubrió el monte. Y la gloria de Jehová reposó sobre el monte Sinaí, y la nube lo cubrió por seis días; y al séptimo día llamó a Moisés en medio de la nube. Y la apariencia de la gloria de Jehová era como un fuego abrasador en la cumbre del monte, a los ojos de los hijos de Israel. Y entró Moisés en medio de la nube, y subió al monte; y estuvo Moisés en el monte cuarenta días y cuarenta noches. (Ex 24:15-18)
Podríamos pensar que esta nube tiene dos funciones, la de guiar y dar sombra al pueblo, pero también la de proteger al pueblo de la gloria de Dios que arde como fuego. Considero que así mismo funciona la presencia de Dios para nosotros, lejos o cerca de Su presencia sabemos que nos acompaña y nos alimenta. Jesús a Su vez como un intermediario de nosotros con el Padre, nos lleva de Su mano y nos permite tener conexión directa con el Creador.
¿Estás buscando a Dios para guiarte y protegerte en tu diario vivir?
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Escrito por Deanna Brooks, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas
El mundo de hoy nos alienta a comenzar a ahorrar e invertir para la jubilación con el objetivo de jubilarnos lo antes posible para vivir una vida de descanso.
Pero… ¿eso se encuentra en las Escrituras? Nuestro Creador en Su infinita sabiduría nos hizo para que (a menos que se presente una enfermedad) podamos continuar aprendiendo y sirviendo durante toda nuestra vida.
Una de las promesas más dulces está en Apocalipsis 2:10b (NVI), “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.”
El apóstol Juan probablemente tenía entre 80 y 90 años y había sufrido persecución cuando escribió estas palabras de Jesús después de ver una visión del cielo, el lugar que Jesús les dijo a Sus discípulos que estaba preparando (Juan 14:1-3).
Otros personajes de la Biblia me vienen a la mente cuando pienso en seguir aprendiendo, sirviendo y siendo fiel.
Noé tenía 500 años y nunca había visto lo que Dios le decía, pero creyó y obedeció con fe, construyendo el arca que salvó a su familia del diluvio.
Cuando Dios llamó a Abram a la edad de 75 años, dejó su tierra natal y la idolatría que prevalecía allí y siguió a Dios por fe. Pasaron otros 25 años antes de que naciera el hijo prometido, y durante estos años de espera, Abraham continuó aprendiendo de la fidelidad de Dios. Cuando se le dijo que llevara a su hijo Isaac al monte Moriah y lo ofreciera como sacrificio, obedeció porque creía que Dios podía resucitarlo de entre los muertos (Heb. 11:17-19). En Santiago 2:23 leemos, “Así se cumplió la Escritura que dice: «Le creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia», y fue llamado amigo de Dios”, fiel hasta su muerte a la edad de 175.
José fue vendido como esclavo a los 17 años, aproximadamente 12 años antes de que muriera su abuelo Isaac. ¿Con qué frecuencia escuchó José a su anciano abuelo ciego hablar del viaje al Monte Moriah y otras historias de fe, guardando esas preciosas palabras en su corazón de cómo Dios cumplió Sus promesas?
Génesis 50:20-21 nos muestra la fe de José que lo llevó a mostrar bondad hacia sus hermanos.
“Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente. Así que, ¡no tengan miedo! Yo cuidaré de ustedes y de sus hijos. Y así, con el corazón en la mano, José los reconfortó.”
Moisés alcanzó su punto máximo a partir de los 80 años,. 40 años después de huir del palacio de Egipto. Durante los últimos 40 años de su vida, se reunió con Dios, aprendiendo a seguir a Dios mientras guiaba a aproximadamente dos millones de israelitas fuera de Egipto y luego vagó por el desierto durante 40 años.
Salomón pidió al Señor: “Yo te ruego que le des a tu siervo discernimiento para gobernar a tu pueblo y para distinguir entre el bien y el mal...” (1 Reyes 3:9). Sin embargo, más tarde Salomón optó por hacer alianzas con naciones extranjeras, tomando esposas extranjeras y construyendo lugares para adorar a sus dioses extranjeros. Hacia el final de su vida, Salomón escribió Eclesiastés, diciendo que los placeres que perseguía no tenían sentido, y cerró con estas palabras en 12:13b, “Teme, pues, a Dios y cumple sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre.”
Daniel fue un profeta durante el reinado de seis reyes que gobernaron los imperios babilónico y medopersa durante unos 70 años. Daniel tuvo tres eventos en los que enfrentó una muerte casi segura, que se encuentran en los capítulos 1, 2 y 6. Profetizó sobre el Mesías que vendría durante el último gran imperio antiguo... el Imperio Romano.
Lucas 2:22-48 habla de Simeón y la viuda Ana, de 84 años, que “Nunca salía del templo, sino que día y noche adoraba a Dios con ayunos y oraciones.” (v. 37b). El Señor le había dicho a Simeón que no moriría hasta que viera al Mesías. Cuando José y María fueron al templo para la purificación de María, Simeón exaltó al bebé Jesús y profetizó palabras de advertencia a María. Ana dio gracias a Dios y habló del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
∫A veces la vida es abrumadora y simplemente tenemos que confiar en las palabras de Pablo en Filipenses 1:6: “…el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús.”
Como aquéllos que nos han precedido, hagamos que todos sigamos “avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús” (Fil. 3:14), “y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe” (Heb. 12:1b, 2a).
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