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Escrito por Lisanka Martínez, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en VenezuelaLisanka Martinez

“Hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza el rostro de su amigo” Prov. 27:17, RVR1960

Fuimos creadas para relacionarnos, también para aprender de esas relaciones.

Es innegable que somos influenciadas y podemos influir en las demás personas de nuestro mapa relacional; en el mundo, las relaciones suelen ser complicadas. Tanto en el ámbito familiar, como laboral, de estudios y en la comunidad, pueden existir diferencias, rivalidades, fallas de comunicación, entre otras cosas que pueden hacer complicadas las relaciones.

En el cuerpo de la iglesia también aprendemos de las relaciones, por supuesto, con un enfoque diferente al del resto del mundo. Una vez en Cristo, hasta el más recalcitrante de los seres humanos aprende que debemos amar a todos, relacionarnos con todo tipo de personalidades, aceptarlas y tratarlas con amor, igualmente a corregir y ser corregidos con amor. Para algunos es más difícil que para otros; según sea el temperamento de cada quien, el cambio deberá ser mayor o menor.

En mi caso, crecí en una familia numerosa donde la mayoría solía hablar mucho y con un tono de voz alto y fuerte. Yo, por el contrario, era callada y me limitaba a escuchar, sólo si me lo pedían expresaba mi opinión. Esa forma de ser me distinguió durante mi niñez y adolescencia. Tuve pocos amigos con quienes solía expresarme más abiertamente; esto me ocasionó algunos malentendidos y situaciones embarazosas que sólo me llevaron a ser más retraída. Luego, mientras estudiaba Trabajo Social, empecé a expresarme más en mis relaciones tanto de estudio como amistosas, pero en mis relaciones familiares había avanzado poco.

Aprendí mucho más del intercambio en las relaciones durante mis años de universidad y en mi vida laboral; sin embargo, fue al llegar a formar parte de la iglesia en donde realmente aprendí muchísimo más, y aun continuo en ese aprendizaje acerca de las relaciones interpersonales y del hecho de que Dios no nos creó para estar solos. Su palabra dice, “Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! Que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante.” (Ecl. 4:9-10)

Cuando somos guiadas por la palabra de Dios y aprendemos de los ejemplos de las relaciones en la Biblia que tuvieron malos resultados y, de las que, por el contrario, son de buen ejemplo para los creyentes; podemos elegir cuál camino vamos a seguir. Cuando conocemos el fruto del Espíritu y todo lo que genera en nosotros, nos esforzamos por querer desarrollarlo en nuestras vidas.

Asimismo, cuando vemos a un hermano o hermana quien, a pesar de las adversidades que esté sufriendo, está presto para aconsejarte o ayudarte, o cuando entendemos que el hermano quien critica o juzga también tiene sus fallas y es tan humano como cualquiera, o cuando vemos aquella hermana que persiste en su orgullo y mantiene sus opiniones creyéndose más sabia y menos pecadora que el resto de las personas (y además nos vemos reflejadas en su conducta), logramos aprender que todo está en los planes divinos, que por eso fuimos bendecidas con Su gracia y que cada día debemos tratar de mantener viva la llama de la hermandad y la amistad, a pesar de errores propios o a pesar de los errores ajenos. Aprendemos que el amor de Dios es incomparable y equitativo, y eso es lo que debemos imitar, tal como lo aconseja el hermano Pablo al decir:

“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por los suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús.” (Fil. 2:3-5)

Tratemos de conseguir esto en nuestras relaciones, no sólo con los hermanos en la fe, sino con cada persona que se cruce en nuestro camino y con quienes podamos compartir el glorioso amor de nuestro Padre celestial a través del evangelio de salvación junto con una buena acción o gesto amable.

Dios nos bendiga y nos ayude a reflejar Su paz y amor cada momento en todas nuestras relaciones.

¿Te gustaría seguir el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo en Sus relaciones?

¿Qué podemos aprender de cada relación con nuestros hermanos en Cristo?

¿Estamos llevando ese aprendizaje y esa misma actitud a nuestra vida secular?

¿Cómo podemos mejorar nuestras relaciones intrafamiliares?

 

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Escrito por Michelle J. Goff, fundadora y directora del Ministerio Hermana Rosa de HierroMichelle Goff 320

La experiencia es el mejor maestro. Hay cosas que no se pueden enseñar en un aula, sino que se aprenden en un contexto de la vida real. Te podría contar cómo hacer varias cosas, pero hasta que te muestro, hasta que compartimos una experiencia por la que podemos aprender juntos y fortalecer nuestro vínculo cristiano, la mera enseñanza quedará insuficiente.

Jesús vivía día y noche por tres años con los 12 apóstoles. Vemos cuando enseñó al pueblo, pero pasó aún más tiempo concentrado con los discípulos más cercanos (hombres y mujeres). Les reveló más de lo que hizo con el público. Explicó el significado de las parábolas. Les dio una visión de lo que les llamaría a hacer en el futuro.

Pablo seguía un patrón similar con los que sirvió como mentor. Revisemos el resumen de experiencias compartidas con Timoteo, a quién consideró como “su querido hijo” (1 Tim. 1:2; 2 Tim. 1:2).

10 Tú, en cambio, has seguido paso a paso mis enseñanzas, mi manera de vivir, mi propósito, mi fe, mi paciencia, mi amor, mi constancia, 11 mis persecuciones y mis sufrimientos. Estás enterado de lo que sufrí en Antioquía, Iconio y Listra, y de las persecuciones que soporté. Y de todas ellas me libró el Señor. 12 Así mismo serán perseguidos todos los que quieran llevar una vida piadosa en Cristo Jesús, 13 mientras que esos malvados embaucadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados. 14 Pero tú permanece firme en lo que has aprendido y de lo cual estás convencido, pues sabes de quiénes lo aprendiste. (2 Tim. 3:10-14)

Se cree que ésta fue la última carta que escribió Pablo, probablemente desde una cárcel romana. Sus palabras finales eran de ánimo para seguir fiel a las enseñanzas de Cristo y a la Palabra. Le estaba pasando la batuta (2 Tim. 2:2) a su hijo y amigo cercano. Pablo hasta le pidió que le trajera una capa que dejó por el camino y sus libros, especialmente los pergaminos (2 Tim. 4:13). Definitivamente fue más que una amistad casual.

Pocos versículos después, en 2 Timoteo 4:19, Pablo manda saludos a Priscila y Aquila, entre otros. En Hechos 18, aprendemos que Priscila y Aquila eran judíos que vivían en Roma hasta que Claudio les expulsó de allí, y terminaron en Corinto. Dado que eran hacedores de tiendas de campaña, al igual que Pablo, él se quedó y trabajó con ellos. Luego se convirtió en su “base de hogar” mientras quedaba en Corinto “algún tiempo más” (Hch. 18:18). Luego, acompañaron a Pablo en Éfeso, donde explicaron a Apolo “con mayor precisión el camino de Dios” (Hch. 18:26).

Priscila y Aquila eran como familia. Habían trabajado juntos en el trabajo secular y del Reino en el puerto de Corinto. Sabemos de las dos cartas más largas de Pablo que la iglesia en Corinto luchaba extensivamente. Y basado en una referencia en 1 Corintios 7, es bien probable que no fueron sólo esas dos cartas.

Estos tres hacedores de tiendas tenían la bendición de nunca caminar a solas durante un tiempo de lucha espiritual en una iglesia. Tenían un espíritu unido, como familia y de apoyo. Se nota por qué Pablo los saluda por nombre en más de una sola carta.

Otro discípulo de Cristo que Pablo consideró como familia, hasta como otro hijo, fue Tito.

4 A Tito, mi verdadero hijo en esta fe que compartimos: Que Dios el Padre y Cristo Jesús nuestro Salvador te concedan gracia y paz. 5 Te dejé en Creta para que pusieras en orden lo que quedaba por hacer y en cada pueblo nombraras ancianos de la iglesia, de acuerdo con las instrucciones que te di. (Tito 1:4-5)

Pablo confiaba en Tito para terminar el buen trabajo que habían comenzado juntos. Si volvemos a cuando Pablo y Bernabé se dividieron, reconocemos que Pablo estuvo exigente sobre a quién mentoreaba y en quién confiaba (Hch. 15:36-41). Bernabé mentoreó a Juan Marcos y Pablo escogió a Silas para tomar su segundo viaje misionero. Luego, Pablo perdonó a Marcos y hasta pidió que lo visitara (2 Tim. 4:11).

Los saludos en Romanos 16 son evidencia del tiempo que Pablo pasó con cada una de esas personas: experiencias compartidas, estar en sus casas, los amigos y hasta parientes, los colaboradores, incluyendo por supuesto, a Priscila y Aquila. La carta a los Romanos fue transcrita por Tercio, quien envió sus propios saludos (Rom. 16:22). Sospecho que Tercio llegó a escuchar más historias que sólo las que escribió en la carta a los cristianos en Roma.

Ese último punto me lleva a la manera final que mencionaré que Pablo enseñó: al escribir cartas juntos. Primera de Corintios fue escrita por Pablo, junto con Sóstenes. Segunda de Corintios y Filipenses fueron escritas por Pablo y Timoteo. Primera y segunda de Tesalonicenses fueron escritas por Pablo, Silas y Timoteo.

Estoy emocionada por llegar a los cielos y escuchar todas las historias compartidas por esos viejos amigos y colaboradores en el Reino. ¿Por cuáles historias y experiencias has aprendido?

 

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