Escrito por Beliza Patrícia, Coordinadora de Brasil para el Ministerio Hermana Rosa de Hierro
Cuando pensamos en los 12 apóstoles y el tiempo en que caminaron con Jesús en esta tierra, es fácil imaginarlos como ayudantes de Jesús. Pero cuando un maestro termina un trabajo, el ayudante no tiene más tareas. En realidad, los apóstoles eran más como estudiantes internos. En otras palabras, durante todo el tiempo que Jesús estuvo con los apóstoles, los fue preparando para que cuando llegara el momento en que ya no estuviera con ellos, estuvieran preparados para asumir el papel de presentar el evangelio al mundo.
Jesús vino a la tierra para cumplir una misión, y durante los tres años de Su ministerio preparó a los apóstoles para la misión que tendrían después de Su partida. El Maestro escogió a hombres humildes para proclamar Su Reino y les enseñó sobre la vida eterna, el perdón de los pecados y el amor del Padre. Día tras día los apóstoles caminaron a Su lado: hablando con Él, haciéndole preguntas, escuchando parábolas, viendo la manifestación de Su poder sanando a los enfermos, expulsando demonios, haciendo milagros y siendo testigos de Su desaprobación por la conducta de los maestros de la ley. Por asociación y contacto personal, Cristo preparó a los apóstoles para su servicio.
Al relatar los acontecimientos de los últimos días de Jesús en la tierra, Juan escribió en su evangelio:
Se acercaba la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de abandonar este mundo para volver al Padre. Y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. (Juan 13:1 NVI)
A lo largo de Su tiempo en la tierra, Jesús mostró a los apóstoles que los amaba. Y fue con amor que Él preparó y equipó a aquellos que se convirtieron en los líderes de Su iglesia. Con amor los envió a predicar el evangelio a toda la creación.
Sabiendo que Su ministerio en la tierra estaba llegando a su fin y que ya no estaría con los que caminaron con Él en Su jornada, Jesús hizo recomendaciones y promesas a los apóstoles (Juan 14, 15 y 16). Como buen Maestro, los animó y preparó para el futuro. Les alertó sobre la persecución que sufrirían por obedecer al Salvador.
Una de las promesas que hizo Jesús fue enviarles el Consolador, el Espíritu Santo, quien los consolaría y testificaría de Jesús. El Espíritu Santo les daría poder para tener éxito en su camino. El evangelio no fue proclamado por la fuerza o sabiduría humana, sino por el poder de Dios.
Y yo le pediré al Padre, y él les dará otro Consolador para que los acompañe siempre: el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede aceptar porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes sí lo conocen, porque vive con ustedes y estará en ustedes. (Juan 14:16-17)
Después de la muerte de Jesús, los apóstoles debían ser testigos de Cristo y proclamar al mundo lo que habían visto y oído de Él. Debían ser colaboradores de Dios en la salvación de la humanidad. Fue para cumplir este papel que estos hombres, tan diferentes entre sí, fueron elegidos y preparados. Esta puede parecer una misión grandiosa para hombres tan sencillos, pero quienes los escuchaban se maravillaban… porque no hablaban de sí mismos, sino que presentaban el camino al Salvador. La enseñanza de los apóstoles declaraba que todo lo que hacían procedía del poder de Cristo.
Los apóstoles fueron preparados para la misión a través de su relación con Jesús, el Hijo de Dios, y luego continuaron su misión con el Consolador, el Espíritu Santo de Dios, quien les enseñó lo necesario y les recordó las enseñanzas de Jesús. Dios estuvo en relación con los apóstoles todo el tiempo.
Dios también quiere estar en relación con nosotros. Con amor nos quiere preparar para nuestra misión, y cuando somos bautizados en el nombre de Jesús recibimos el Espíritu Santo que nos consuela, orienta e intercede por nosotros. “Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes.” (Stgo 4:8)
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