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Escrito por Johanna Zabala, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Ecuador
A través del tiempo, quiero expresar, con todo mi corazón y en mi maravillosa experiencia educativa, que cada niña o niño es la construcción y el resultado de las relaciones y la educación del entorno de cada adulto con el que crece.
Amadas, todas hemos pasado por la fase de la niñez y esto nos ha permitido crecer y seguir avanzando. Considero de gran importancia los primeros años de vida en las diversas relaciones interpersonales que vamos encontrando e interpretando en cada ciclo de la vida, lo que se convierte en la base de la joven o la adulta que hoy somos.
Al situarme en la edad de la infancia, son muchos los recuerdos que vienen a mi mente. Sin embargo, hay otros sucesos que no logro recordar, pudiendo estos últimos ser momentos que no fueron tan significativos en mi vida inicial.
Es probable que mi proceso de aprendizaje de niña haya sido distinto al tuyo; pero para todas, cada aprendizaje será la adquisición de información y actitudes nuevas que se ponen en práctica a medida que el tiempo transcurre.
Aprendí todo de mi entorno; caminando, hablando y siendo como el exterior lo facilitó. Influenciada fundamentalmente por mi abuela materna, quien también experimentó una gran variedad de patrones de enseñanza.
Debido a un contexto familiar disfuncional, tuve grandes consecuencias al no saber controlar los miedos naturales en lo que descubría y aprendía. En mi opinión, el miedo es una de las primeras emociones que se me convirtió en un sentimiento que me provocó mucha inseguridad, bloqueo y desconfianza en las comunicaciones con el mismo entorno. Esto es con lo que lucho, con dejar que el Espíritu Santo sane mis temores para que no se conviertan en obstáculos que no me permitan hacer lo que tengo que hacer, ni que se los transmita a los que amo.
A pesar de lo relevante de la niñez y al surgimiento de una generación de padres ausentes, al mismo tiempo de una crianza inflexible y con una gran falta de atención a mis necesidades afectivas y de comunicación, me desarrollé. Hoy en día, comprendiendo, perdonando y rompiendo con lo aprendido en situaciones de mucha incertidumbre, lo cual en varias ocasiones ha querido hacer estragos a mi presente con Cristo, puedo afianzar la convicción de haber sido rescatada de la vana manera de ser inculcada por mis padres terrenales, conforme a lo que he leído y reflexionado en la cita bíblica de 1 Pedro 1:18. Debido a estos cambios de ser una persona aprobada por un Padre Celestial, he decidido vivir mi nueva vida en Cristo, como lo indica 2 Corintios 5:17, “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; aquí todas son hechas nuevas.”
A diario, reconfortada en la cita anterior y en mi relación con el Señor Jesús, me conlleva la necesidad de aprender a ser libre de lo que daña el alma, la mente, el corazón y la fe en Dios.
No debemos olvidar que somos libres y que en Cristo Jesús siempre habrá libertad, como lo indica la carta a los Gálatas en el capítulo 5 verso 1, que en este momento especial nos recuerda de nuevo que "Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes y no se sometan nuevamente al yugo de esclavitud.”
Al ser conscientes de que, en la vieja vida antes de conocer a Cristo, hubo momentos de destrucción de lo bueno y puro que procedía de Dios, es cuando nos fortalecemos en la libertad de ser y proceder conforme al corazón de Dios, lo cual es una gran bendición.
Ser libres es no reincidir en el pecado que nos separa de la presencia de Dios. Es saber escoger entre el bien y el mal y ser llamadas a libertad para servirnos por amor los unos a los otros. Siendo libres, seremos independientes de lo malo, no permitiendo que la esclavitud del pecado o la culpa nos ate a hacer lo contrario a la Voluntad de nuestro Dios soberano.
Estar en libertad, es estar llenas del Espíritu Santo, a Quien recibimos en el nuevo nacimiento en las aguas del bautismo (Hch. 2:38). Él nos hace libres del miedo y nos da la seguridad en que Dios está conmigo, al igual que contigo, hasta el fin del mundo y que además nos redime para la salvación eterna.
Son muchas las bendiciones de la libertad de Dios en la vida cristiana, siendo además un privilegio del amor inmenso de nuestro Creador, que nos conoce y nos cubre en todo momento con amor eterno (leer Jeremías 31:3).
Para finalizar, te animo a que recordemos lo admirable de la niñez vivida y que cultivemos siempre la inocencia, la humildad, el perdón y la sonrisa de ser niños para poder entrar al reino de los cielos, cumpliendo lo citado en Mateo 19:14.
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Escrito por Aileen Bonilla, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Ecuador
Romper el ciclo generacional es una responsabilidad muy grande que Dios ha puesto sobre nuestros hombros. Sin embargo, Él nos prometió estar a nuestro lado en todo momento, y no sólo esto; también promete aligerar nuestras cargas porque Su yugo es fácil (Mt. 11:28-30) y Su gracia es suficiente (2 Cor.12:9-10). En esta ocasión escribiré un poco de Saúl y su hijo Jonatán. Como todas sabemos Saúl fue el primer rey de Israel, un rey con muchas fallas en su carácter.
El rey Saúl tenía graves fallas en su carácter, pero ¿por qué Dios unge a un hombre así para Su pueblo? La respuesta no la tenemos tan clara, pero es evidente que Dios permite esta situación para que Su pueblo observara que ningún rey humano puede compararse con Él, y que nadie absolutamente nadie puede ser tan bueno como Él mismo.
Saúl era un hombre arrogante, y es que ser el primer rey de Israel no era una noticia tan fácil de digerir para un simple mortal. No obstante, el puesto que se le había otorgado no hizo que él se llenara de orgullo, simplemente expuso lo que ya existía en su corazón (Pr. 23:7). Este rey no confiaba en Dios, hacía promesas o juramentos necios sin nada de sabiduría (1 Sam. 14:24), no cumplía con los mandatos de Dios. Esto nos lleva a deducir que no temía a Dios. No valoraba ni siquiera la vida de su propio hijo (14:34); sin embargo, este joven, Jonatán, decide en su corazón no ser igual a su padre.
La Biblia describe a Jonatán como un hombre valiente, ágil y buen guerrero, pero también describe que es un hombre de amor (18:1), un buen amigo, buen hijo, pero sobre todo era un joven que temía a Dios. Por nada ni nadie iba a obstaculizar los propósitos de Jehová.
Jonatán sabía que el Espíritu de Dios ya no estaba en su padre. Reconocer esta verdad era muy importante porque todo lo que hacía Saúl era bajo su carnalidad y no por complacer a Dios. Por tanto, era imposible confiar en una persona así. Jonatán decide no ser igual a su padre. Para llegar a tan vital decisión, su vínculo con el Señor debió ser muy estrecho, ya que Dios es el único que puede romper estas cadenas generacionales.
Todas nosotras podemos decidir no ser igual a nuestros padres; si fuera el caso de haber crecido en una familia no cristiana, o incluso si lo fueron. Pedirle a Dios que nos ayude a romper esos ciclos generacionales traerá luz no sólo a la familia que tenemos en este presente, también estaremos construyendo una generación diferente y Dios derramará bendición sobre todos ellos. Todo empieza en crear una relación estrecha con Dios para que nos muestre qué actitudes hemos arrastrado de nuestros familiares que carecen del Espíritu de Dios para poder ser transformadas.
Esta también es una manera de cumplir con el mandato de Jesús cuando dice: “Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, madre, mujer, hijos, hermanos, hermanas y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo (Lc. 14:26)”. Jonatán no estaba dispuesto a sacrificar la obediencia hacia Jehová por los caprichos de su padre. Muchas veces sin darnos cuenta llevamos amargura en nuestros corazones, porque nuestros padres también estuvieron amargados. Restamos importancia al servicio en la iglesia porque creemos que Dios no pide esto, y como si fuera poco, al menos en Latinoamérica, el congregarse fielmente cada domingo ya no es una prioridad.
Jonatán tenía claro cuál era su propósito en esta tierra. Y éste era el de darle gloria a Dios en todo tiempo, incluso ofreciendo su propia vida para que su mejor amigo David pudiera vivir y que el linaje mesiánico continuara su rumbo hasta llegar a Jesús. De igual manera, debemos pedir fervientemente que Dios muestre Su propósito para nosotras, así pues, viviremos dando gloria a Él, y sobre todo tomando de Su gracia cada día para romper yugos familiares que no son sanos. Construir una vida espiritual que trascienda por muchas generaciones depende de nuestro esfuerzo y valentía, pero, sobre todo, depende de la predisposición y sensibilidad de nuestro corazón hacia la voz de Dios. Saúl cerró su corazón a Jehová; por eso, el Espíritu de Dios se apartó de él.
Hoy te animo a orar y pedirle a Dios que primero te muestre Su propósito para ti; segundo, que te ayude a vivir para este propósito y, de esta manera, Él irá rompiendo toda cadena que te ate al pasado.