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Escrito por Michelle J. Goff, fundadora y directora del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
Los 4 de julio (el Día de Independencia en los EE.UU.), nos sentábamos afuera en la granja de mis abuelos paternos, mirando los fuegos artificiales a la distancia y gozando de la tradición anual de helados con una soda encima (“root beer floats”). Esos abuelos ya no están entre nosotros, pero mis sobrinos han sido advertidos por su madre que escucharán esa historia cada vez que celebramos los fuegos artificiales del Día de Independencia con la familia, con cada sorbito del refresco.
Por el lado materno, al abuelo le encanta contar chistes. Los ha coleccionado por años como profesor de oratoria y predicador ocasional. Como niñas, cuando escuchábamos un buen chiste, le llamábamos para contárselo. Hoy día, nos regala con sus favoritos, contándolos como si fuera primera vez. Cuando nos pregunta, “¿Han oído ese?”, una hermana ha aprendido a responder ingeniosamente, “¡Hoy, no!” La primera vez que captó su chiste, le guiñó el ojo, se rio y dijo, “¡Definitivamente eres parte de esta familia con ese sentido de humor!”
Sean tradiciones que llevan años o chistes bien probados, celebramos las conexiones que crean. De los dos lados de la familia, otra conexión son los legados de fe. Lo sé por las historias que se han transmitido.
Los abuelos de Iowa tenían una vida muy tranquila como granjeros. Los dos de la Florida eran maestros en una gran ciudad, repleta de influencia mundana. Ambas parejas tenían el desafío de vivir su fe en sus contextos respectivos. Y dado que las nietas vivíamos, mínimo, a unas 18 horas de distancia por carro, dependíamos más de los padres para que nos contaran historias generacionales de fe.
La oración era vital para los cuatro abuelos. Dean y Evelyn oraban para que sus cultivos produjeran una cosecha suficiente para vender y proveer para sus propias necesidades. Oraron sobre la decisión de tomar a dos adolescentes, mi papá y su hermana, como hijos adoptivos. Oraron para que Dios proveyera predicadores para su congregación pequeña que se reunía en un local construido por generaciones pasadas.
George y Bárbara oraban para que Dios les usara para plantar semillas de verdad y fe en sus estudiantes. Oraban para que Dios les guiara al comenzar una fundación sin fines de lucro llamada “Hogares cristianos para niños” en el sur de la Florida y que les usara para bendecir a niños que no podían recibir cuidado amoroso en otros lugares. George escribió un libro llamado, El poder de la oración, contribuyendo toda ganancia de la venta de libro a la fundación para los niños. Este mismo año, cuando la abuela estaba hospitalizada, invitaba a cualquier miembro de la familia que le visitaba a que orara con ella.
Sus “historias de Dios”, como las he llamado cariñosamente, me recuerdan la fidelidad de Dios a través de todas las generaciones y me inspiran en cómo vivo mi propia fe.
Mi mamá, que tiene el don de contar historias, ha creado la expectativa de que compartamos las “historias de Dios”. ¡No podemos guardarlas para nosotras mismas! Nunca deja pasar una oportunidad de demostrar cómo ha visto a Dios trabajar, y no importa si el oyente es creyente. Su historia se convierte en una invitación intencional a que Dios sea el autor de su historia.
Lo bello es que mientras más contamos historias de Dios y reconocemos Su mano obrando, más lo vemos y lo invitamos a ser el Dios vivo, activo y todopoderoso que sí lo es en nuestras vidas.
En una conversación reciente, aunque ya teníamos que volver a trabajar, pedí a unas amigas que me regalaran cinco minutos más para compartir la historia detrás de la historia para ilustrar las conexiones, porque sólo con ellas se podría ver la mayor historia de Dios tal y cómo se reveló. Ninguna dudó en decir que sí a mi pedido, anticipando cuánto serían bendecidas al escuchar todo unirse como sólo Dios puede orquestarlo.
Los siguientes cinco minutos no se pueden sumar en una entrada del blog de 800 palabras. Necesitaría un mapa para ilustrar las partes del mundo a los que estaba haciendo referencia (cinco países en tres continentes). Requería mociones de mano para dibujar conexiones, desde la familia donde comenzó la historia a través del entrelace de las vidas de otras familias. Nos adelantamos y nos retrasamos en la línea de tiempo al navegar las complejidades del tapiz que Dios estaba creando. Y sí, mostré fotos.
El Ministerio Hermana Rosa de Hierro y cientos, quizás miles, de mujeres están cosechando la bendición de esas historias generacionales de Dios interconectadas que se siguen transmitiendo… y sólo me refiero a los pedacitos de la historia de unas familias que conté aquella mañana (Wyatt, Holland, Goff, Fincher, White, Yarbrough, Brizendine, and Batres).
La mejor parte es que el impacto eterno y la bendición de la historia no se ha terminado de escribir. La generación mayor ya se nos ha adelantado, dejando su legado. Ya es nuestra responsabilidad proseguir y transmitir sus historias de fe.
A veces dudamos nuestro impacto aquí en la tierra. Sin embargo, cuando compartimos las historias de Dios que narran la fe de otra persona, afirmamos el impacto de una vida en el legado de la fidelidad de Dios.
¡Espero con anticipación escuchar las historias de Dios por venir! Espero que, en el cielo, Dios revele gloriosamente los millones de historias detrás de las historias, fielmente transmitidas por otros. ¡Cantemos con los ángeles y hasta mil generaciones (Deut. 7:9, RV60)!
¿Qué historia de Dios puedes transmitir o ser parte de hoy?
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Escrito por Elina Vath, asistente virtual para el Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Ohio
Cada semana a través de ciudades, regiones, países y hemisferios, conmemoramos juntos la muerte y resurrección de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, a través de la Cena del Señor. La redención y la salvación a través de Jesús fueron predichas en el jardín de Edén, cumplidas en Jerusalén, y continuarán hasta que Él vuelva.
Antes de Su muerte, Jesús entró en Jerusalén como Rey, tal como el profeta Zacarías dijo que lo haría. Y aunque fue la última semana de la vida humana de Jesús, no recibió ningún alivio de aquellos que estaban decididos a verlo fracasar. Una y otra vez, Jesús miró directamente a los corazones de los maestros de la ley y aniquiló por completo sus argumentos. En un solo día, Jesús envió a casa a los fariseos, herodianos y saduceos con el rabo entre las piernas.
El capítulo 22 del relato de Mateo sobre la vida de Jesús nos dice que los saduceos intentaron atraparlo con una pregunta destinada a refutar la resurrección. Jesús sabía exactamente cuál era la intrigante intención detrás de la pregunta de los saduceos: un débil intento de mostrar su ignorancia de las enseñanzas de Moisés, como si Jesús mismo no hubiera estado allí cuando Moisés flotaba en una canasta en el Nilo, cuando asesinó al egipcio, cuando conoció a su esposa, cuando se quitó las sandalias, cuando extendió los brazos sobre el Mar Rojo y cuando respiró por última vez.
Me imagino que Jesús sacudió la cabeza, respiró profundamente, y luego efectivamente destruyó la “trampa” de los saduceos con estas palabras: “Ustedes andan equivocados porque desconocen las Escrituras y el poder de Dios” (Mt. 22:29). No dio ninguna señal de intimidación o duda. De hecho, Jesús habló con autoridad. “Ustedes andan EQUIVOCADOS”, les dijo a los judíos más ricos y poderosos de ese tiempo. Pero Jesús no paró ahí. Les dijo además a los saduceos que no parecía que hubieran hecho su tarea, y así detuvo la conversación por completo.
Pero, en cuanto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído lo que Dios les dijo a ustedes: “Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”? Él no es Dios de muertos, sino de vivos. (Mt. 22:31-32)
Pues, Jesús conocía a Moisés personalmente. Y cuando Dios le dijo a Moisés en el libro de Éxodo, “Yo soy el Dios de Abraham, Isaac, y Jacob”, Jesús vio a Moisés cubrirse el rostro al mero poder de esas palabras. Mateo nos dice que el poder que demostró Jesús al decir estas mismas palabras tuvo el mismo impacto sobre los saduceos y todos los que observaban. Todos quedaron asombrados.
Todo sobre Dios está vivo. Sus palabras están vivas, Su Espíritu está vivo, Su Hijo está vivo. Su reino está vivo. Nosotros formamos parte de este reino vivo. Abraham, quién miró las estrellas en el cielo cuando Dios le hizo una promesa, está vivo. Isaac, el que Dios usó para iniciar Su cumplimiento de la promesa hecha a Abraham, está vivo. Jacob, antepasado de Moisés a quien Dios usó para preservar la línea sanguínea de Jesús, está vivo. Todos aquellos que han vivido antes de nosotros, están vivos. Generación tras generación, aquí estamos nosotros, miles de años después, seguidores del Dios de (los vivientes) Abraham, Isaac, y Jacob.
Gracias a Jesús, quien es Vida, tú y yo podemos ser contadas como estrellas en el cielo. Generaciones tras generaciones de la gente de Dios, viviremos hasta después que mueran nuestros cuerpos.
Regocijémonos juntas en la historia de nuestra familia en la fe, y porque nuestros nombres están escritos en el cielo, parte de la promesa que se continúa cumpliendo.