Escrito por Liliana Henríquez, voluntaria para el Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Colombia
Una de las tareas más difíciles del ser humano es dejar el egocentrismo y entrar en una posición de rendición total ante Dios. Tenemos la falsa creencia de que somos superpoderosas y la verdad es que nada se mueve si no es por la voluntad de Dios.
Si vemos la vida de Jesús, podemos notar que Él fue obediente en todo a pesar de que, humanamente hablando, iba a pasar por un dolor tan intenso como lo era el de la crucifixión. ¿Quién de manera voluntaria se ofrecería a pasar por un dolor físico tan grande como el de morir en una cruz? ¡Jesús lo hizo! Y gracias a eso, tú y yo no tenemos que pagar por nuestras faltas y tenemos vida eterna. En el momento crucial de Su muerte, Jesús se rindió completamente a Dios y a Su Voluntad diciendo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23:45 RV1960).
En nuestra vida diaria, tenemos que “crucificarnos” varias veces, o dicho de otro modo, tenemos que dejar nuestros deseos a un lado y sacrificarnos por un bien superior.
Dejamos a un lado nuestros deseos y priorizamos los de nuestra pareja…
Dejamos a un lado nuestro descanso y escogemos jugar con nuestros hijos…
Dejamos a un lado nuestra comodidad y decidimos servirle con amor al prójimo…
Dejamos a un lado lo que queremos y nos enfocamos en cumplir el llamado de Dios para nuestras vidas.
En el mundo espiritual las cosas funcionan bajo el principio de la rendición total a Dios. Las que hemos aceptado a Cristo como Señor, tenemos claro que ya no vivimos para satisfacer nuestros deseos sino los de Cristo (Gá 2:20) Sabemos que la que quiera ser exaltada, tiene que humillarse. La que quiera ser servida, tiene que servir. La que quiera ser amada, tiene que amar. La que quiera recibir, tiene que dar.
Esto no significa que siempre estemos de acuerdo con los planes de Dios; algunas veces no lo estamos. En realidad, muchas veces nos enojamos porque no entendemos por qué nos pide cosas “ilógicas” o fuera de nuestra zona conocida; sin embargo, una verdadera sierva de Dios, se rinde porque sabe a QUIÉN está sirviendo e imita el ejemplo de Jesús en la cruz diciendo: “Padre, si quieres pasa de mi esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22:42)
Una verdadera sierva, hace su parte, con un corazón rendido y en obediencia total a Dios; y deja a Dios ser Dios. No tenemos por qué comprender todo lo que Dios hace, pero sí debemos hacer todo lo que Dios nos llama hacer porque a eso nos comprometimos cuando decidimos ser Sus discípulos.
¿Está tu vida rendida completamente a la voluntad de Dios?