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miercolesdemotivacion01 2021 08 04Escrito por Michelle J. Goff

Por la pandemia, tenemos la dicha de tener un aumento de bebés y embarazos. Me encanta cargar a los bebés, conocer sus necesidades, apacentarlos, hacerlos dormir… me encanta todo lo que tiene que ver con los bebés. En los Estados Unidos, con todo bebé gringo que cargo, les hablo en español. Quiero que conozcan y escuchen ese idioma bonito. Son una esponja y sus cerebros están creciendo. Al escuchar otros idiomas y aprender cosas nuevas, se abren más caminos para las neuronas.

Con el tiempo, van aprendiendo más y más. Se forman sus dientes y conocen nuevas comidas y sabores. Aprenden a gatear, a caminar y luego a correr. Dicen su primera palabra y luego comienzan a formar pequeñas frases. Cuando yo tenía dieciocho meses, iba en el carro con mi mamá. Ella siempre me estaba hablando, narrando lo que pasaba en el mundo a mi alrededor. Ese día, respondí a mi mamá de una forma conversacional y pasaron dos cosas. 1) Mi mamá dice que se dio cuenta en ese momento que había una persona dentro de ese cuerpito. 2) Se inició una conversación que no ha cesado hasta el sol de hoy.

Desde el día en que nacemos, somos nacidos. A los dieciocho meses o a los dieciocho años, no somos ni más ni menos nacidas de lo que éramos el día en que nacimos. Crecemos. Maduramos. Aprendemos. Nos transformamos. Pero seguimos como nacidas.

Otra cosa que ha pasado durante la pandemia es que las bodas se han puesto más sencillas. Se ha dado cuenta la pareja que importa más la unión del matrimonio que la fiesta de la boda. Sea un casamiento civil o una gran celebración en el local de la iglesia con toda la familia y los amigos alrededor, la pareja no es ni más ni menos casada después del acto oficial.

Mis padres, que tienen cuarenta y cinco años de casados, durante el primer año de su matrimonio, pasaron por muchas pruebas. En muchos sentidos, eran (y todavía son) opuestos. Mi mamá creció en una ciudad metropolitana y era maestra de niños especiales. Mi papá creció en el campo y es doctorado en química analítica. A pesar de sus diferencias y sus dificultades, han crecido, madurado y aprendido en el matrimonio. Se han transformados y siguen casados. Desde el día en que se casaron, eran unos casados. A los dieciocho meses y a los dieciocho años, no estaban ni más ni menos casados de lo que eran el día en que se casaron.

En la Biblia, se aprovechan las comparaciones del nacimiento y del matrimonio para describir nuestra unión con Dios. Nacemos de nuevo (Jn. 3:3-7; Rom. 6:4; 1 Pet. 1:23). Y nos casamos con Cristo, el Cordero (Is. 61:10, 62:5; Jn. 3:29; Apoc. 19:7, 21:2, 9).

Cuando nacemos de nuevo en Cristo, nuevas somos. Tenemos que crecer, madurar, aprender y transformarnos, pero seguimos como nacidas de nuevo, espiritualmente.

Cuando nos casamos con Cristo, entramos en una nueva unión. Crecemos, maduramos, aprendemos y nos transforma. Sin embargo, seguimos como espiritualmente casadas.

Una cristiana no es más nacida de nuevo ni más casada el penúltimo día de su vida que el primer día, el día en que se bautizó.

Hay personas más maduras que otras. Hay matrimonios más fuertes que otros. Ni los más maduros ni los menos maduros son más ni menos nacidos que otros. De igual manera los casados no son ni más ni menos casados. Sin embargo, reconocemos que hay quienes actúan como casados más que otros.

Estas analogías son excelentes para poder reflexionar en la santidad. Desde el día en que nacemos de nuevo, desde el día en que nos comprometemos en unión en Cristo, Dios ya nos ve como santas. Desde ese día hasta el día en que morimos y nos presentamos a Él, no somos ni más ni menos santas. En Cristo, somos revestidas y Dios nos ve santas e intachables.

Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en las regiones celestiales con toda bendición espiritual en Cristo. Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él. En amor nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen propósito de su voluntad, para alabanza de su gloriosa gracia, que nos concedió en su Amado. En él tenemos la redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados, conforme a las riquezas de la gracia que Dios nos dio en abundancia con toda sabiduría y entendimiento. Él nos hizo conocer el misterio de su voluntad conforme al buen propósito que de antemano estableció en Cristo, para llevarlo a cabo cuando se cumpliera el tiempo, esto es, reunir en él todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra. (Ef. 1:3-10)

Más adelante en Efesios 1, Dios afirma que el Espíritu Santo nos fue dado como sello y garantía de nuestra santidad delante de Dios.

A través del Espíritu Santo, Dios nos ayuda a crecer, madurar, aprender y transformarnos a través de la santificación… así otros, por nuestro hablar y forma de actuar, pueden reconocer que somos nacidas de nuevo, casadas con Cristo y santas.

¿Verdadero o falso? Soy igual de santa hoy como el día en que me bauticé.
¿Verdadero o falso? Puedo vivir de maneras que demuestran mejor mi santidad a través del proceso de la santificación.

 

La santidad es un procesoEscrito por Liliana Henríquez, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Colombia

Creo que a todos nos hubiera gustado salir de las aguas del bautismo con una consciencia limpia y pura para consagrar nuestras vidas al Señor de la forma como Él se lo merece; pero lamentablemente no suele pasar de esa forma. Nos bautizamos como muestra de nuestro arrepentimiento genuino por nuestros pecados, y este acto, marca el inicio de un proceso de santificación constante y permanente.

Es más sencillo aceptar a Cristo como Salvador que como Señor. Dejarnos gobernar es algo difícil de aceptar. Lamentablemente, podemos caer en comportarnos como Israel en Oseas 2.

“¡Israel se comporta como una desvergonzada! ...Ella no quiere reconocer que soy yo quien la alimenta y le da todo lo que le falta; ¡hasta oro y plata le he dado y con ellos se hizo ídolos!” (Oseas 2: 5, 8 TLA)

Si sabemos que somos el pueblo escogido de Dios y que fuimos apartados para Él, ¿Por qué a veces nos comportamos como unas desvergonzadas y nos volvemos a los ídolos? A veces actuamos como si estuviéramos negando que conocemos a Cristo, como le sucedió al apóstol Pedro. Nuestros actos no concuerdan con nuestra identidad cristiana. Esto me lleva a pensar que la santidad no es un acto mágico que se da en un segundo, sino que requiere una renovación mental que nos permita verdaderamente asimilar quiénes somos en Cristo y para qué Él nos salvó.

Continuando con el relato en Oseas 2, vemos cuál es el tratamiento que Dios nos da a nosotros Su Israel, Su pueblo escogido, para llamar nuestra atención y cambiar nuestro corazón.

“A pesar de todo eso, llevaré a Israel al desierto, y allí, con mucho cariño, haré que se vuelva a enamorar de mí. Le devolveré sus viñas, y convertiré su desgracia en gran bendición. Volverá a responderme como cuando era joven, como cuando salió de Egipto. Ya no volverá a serme infiel adorando a otros dioses, sino que me reconocerá como su único Dios. Yo soy el Dios de Israel, y les juro que así será.” (Oseas 2:14-17 TLA)

Dios nos ama demasiado y en nombre de ese amor, nos disciplina y nos enseña a través de esas situaciones que moldean nuestro carácter y que solemos llamar “desiertos.” Él no quiere que nada más tome el lugar de preeminencia que le corresponde sólo a Él. Cualquier cosa que hayamos puesto en el altar de nuestras vidas antes que a Él, será derribado. El proceso de santificación es doloroso y largo, pero vale la pena porque nos purifica y nos ayuda a parecernos cada vez más a Cristo.

Querida Hermana Rosa de Hierro, si hoy estás en medio de un desierto, te animo a que busques a Dios con todo tu corazón y le pidas que revele esos aspectos de tu carácter que Él desea erradicar o moldear. No te resistas. Dios te ama, pero recuerda que es un Dios celoso y no acepta ídolos. Entre más rápido te sometas al proceso, más rápido saldrás de ese desierto.

 

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