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Publicado el 23 de julio de 2020
Escrito por Michelle J. Goff, directora ejecutiva del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
¿Alguna vez has leído toda la Biblia en un año? ¡Excelente! Si no, te lo recomiendo. Cada vez que he leído la Biblia por completo de una forma secuencial, he sido muy bendecida. ¡Saco cosas que veo como si fuera la primera vez que las leo!
Sin embargo, si les soy honesta, cuando llego a ciertas porciones de la Ley y los Profetas, mis ojos se me ponen borrosas y doy gracias a Dios por no tener que recordar todos los detalles de esas instrucciones como Dios las dio a los israelitas.
No me malinterpretes. Dios, como nuestro Creador y Padre celestial, sabía de lo que estaba hablando al instruir a Su pueblo escogido para que viviera de cierta forma, basado en esas leyes. Y luego, por los profetas, les advirtió sobre lo que les pasaría si no guardaran esas leyes.
Gracias a Dios, Su plan y diseño original nunca fue el de someternos a cada detalle de esas leyes de por siempre. Los sacrificios fueron insuficientes hasta que llegó el sacrificio perfecto a la tierra, Jesucristo, el Hijo de Dios.
Le preguntaron a Jesús un día cuál era el mandamiento más importante. Simplificó y resumió toda la ley y los profetas de esta manera (Mt. 22:35-40).
Uno de ellos, experto en la ley, le tendió una trampa con esta pregunta:
―Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? ―“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente”—le respondió Jesús—. Este es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a este: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.
Cuando simplificamos todas las Escrituras, siempre vuelve al amor.
Una niña de cuatro años, que quería aprender a leer, comenzó a memorizar algunas palabras y frases cortas. La mamá, con mucha paciencia, le ayudó a escribir las letras y hacer los sonidos de ellas. Una de las primeras frases que aprendió a reconocer fue “te amo.”
Inspirada por el entusiasmo de la hija, e impulsada por amor a ella, la mamá dejó notas por toda la casa para que la hija las encontrara. Cada una decía “te amo.” Quería que su hija viera y escuchara ese mensaje de todas las formas posibles.
Unos días después, la niña entró en la cocina, cargando la Biblia de su mamá. “¡Mamá! ¡Mamá! ¿Sabes qué?”
Ignorando los dedos pegajosos a punto de rasgar la página de la Biblia, respondió, “Sí, hija. ¿Qué haces con la Biblia de mami?”
“Yo leo la Biblia de mami. ¡Y dice “te amo” en cada página!”
La mamá también necesitaba escuchar la verdad del mensaje, “te amo,” de Su Padre celestial. Sorprendida por esa verdad, revelada por su hija, la mamá se sentó con su hija en el piso de la cocina y afirmó esa enseñanza sencilla de las Escrituras, el mensaje central de toda la historia de amor de Dios.
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Escrito por Deanna Brooks, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en in Arkansas
"Entonces, ¿quieres una pajilla (popote/pajita) o una cuchara con esto?" preguntó el obviamente nuevo empleado adolescente mientras me entregaba el helado con chocolate encima en Sonic (un restaurante de comida rápida). Su pregunta me sorprendió, así que sonreí y le dije: "Normalmente uso una cuchara," y luego se dio cuenta de que no se come un helado con pajilla. Corrió para buscar una cuchara y justo cuando llegó a mi auto, se dio cuenta de que traía otra pajilla. La tercera vez trajo una cuchara, avergonzado mientras seguía disculpándose. Le dije que estaba bien... que estaba haciendo un buen trabajo. Sonrió y me dijo: “Gracias por ser amable y animarme.”
Mientras me sentaba en el calor disfrutando del helado postre, dos escrituras pasaron por mi mente. “Señor, pon guarda a mi boca; Vigila la puerta de mis labios” (Sal. 141:3 NBLA). “Sean gratas las palabras de mi boca y la meditación de mi corazón delante de Ti, Oh Señor, roca mía y Redentor mío” (Sal. 19:14 NBLA).
Como discípula de Jesucristo, mi habla se está refinando para ser diferente a la del mundo. En momentos de incomodidad o frustración, o cuando nos descubren desprevenidos, es fácil soltar algo que no deberíamos decir.
Como discípula, yo también necesito recordar que las culturas son diferentes. Cuando fui a Escocia como estudiante universitaria, nos dieron una lista de palabras que tienen un significado diferente en el Reino Unido. Incluso en los Estados Unidos existen diferencias culturales de un área a otra en el significado de algunas palabras, y debemos ser conscientes de estas diferencias.
Pablo mencionó cómo un discípulo debe hablar cuando escribió: “No salga de la boca de ustedes ninguna palabra mala, sino solo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan” (Ef. 4:29 NBLA).
El también escribió, “Tampoco haya obscenidades, ni necedades, ni groserías, que no son apropiadas, sino más bien acciones de gracias” (Ef. 5:4 NBLA).
En Hechos 4:36, Bernabé es llamado “hijo de consolación.” Si bien no se nos dan muchos detalles, puedo escucharlo decirle a John Mark más adelante en el libro: "Puedes hacer esto... olvídate de lo que sucedió la última vez."
Jesús le dijo a Sus seguidores, ”Pero yo les digo que en el día del juicio todos tendrán que dar cuenta de toda palabra ociosa que hayan pronunciado” (Mt. 12:36 NBLA).
Palabras... son la principal forma en que nos comunicamos con los demás. Santiago 1 y 3 nos dice que “refrenemos” nuestra lengua, lo cual significa “contener” o “controlar.” Lo que decimos y cómo lo decimos a menudo deja una impresión que nunca se olvida, y sólo porque pensamos esto no significa que tengamos que decirlo.
En Mt. 26:73 a Pedro le dijeron, “Tu manera de hablar te delata,” y si bien esto puede haberse referido a un acento galileo, es algo en lo que debemos pensar: ¿Cómo puede nuestro hablar hacer que los demás se den cuenta de que somos seguidoras de Cristo?