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Escrito por Angela Myers, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Sucre, Bolivia
Publicado originalmente el 30 de marzo de 2015
Viendo sobre unos momentos en la vida de Pedro el apóstol durante el ministerio de Cristo que tenía en la tierra, podemos ver un joven gobernado por sus impulsos, emociones, dudas y su propia perspectiva sobre el propósito de Jesús. Él quería saber el límite de perdonar a otros y cuál era la ganancia de seguir a Cristo. En un minuto, él estaba listo para cortar el oído de un hombre (el sentimiento fue puro, pero la acción fue equivocada) y en el próximo minuto él corrió desnudo, abandonando a aquél a quien antes estaba listo para defender. Pedro reprochó a Jesús sobre Sus planes. Al principio, no quería que Jesús le lavara sus pies. Se durmió en lugar de orar con Jesús durante un tiempo muy angustioso para Jesús y negó a Jesús durante Su tribunal.
Pero también era un joven que, en medio de estos momentos de fracaso, tenía un gran deseo de ser quien Dios quería que fuera y de seguir a Dios y hacer lo correcto. Si quieres caminar sobre las aguas, tienes que salir de la barca, por John Ortberg, es un libro excelente sobre este lado de Pedro. Pedro tenía la fe para dejar sus redes, para admitir que no entendió y pedir explicaciones, para ser el primero de los apóstoles para declarar que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios. Él siguió a los soldados quienes tenían detenido a Jesús para ver qué iba a pasar durante el tribunal (sólo sabemos de otro apóstol que estaba allá). Él corrió a la tumba con uno más cuando se enteró de la noticia sobre la resurrección.
Yo pienso que muchas (si no todas) de nosotras luchamos entre las dos "personalidades" de Pedro. La fe de escoger, de dejar su mundo conocido para seguir a Cristo, su profunda convicción de que Jesús valía la pena y era el único camino a Dios, y también su deseo de hacer lo correcto. Pero Pedro no era perfecto y él también luchó consigo mismo. Por eso, muchas veces se tropezó y se cayó sobre sí mismo, frecuentemente en maneras muy públicas. A veces sólo podemos ver cuánto luchamos, cómo muchas veces sólo pensamos en Pedro (antes de la resurrección) como quien negó, era impulsivo y el "hombre de poca fe." Pedro tenía sus debilidades e inseguridades (como nosotras las tenemos) pero también era uno de los mejores amigos de Jesús (también Jesús nos llama amigos). Él era elegido (como nosotras). Pedro hizo y dijo cosas increíbles, cosas que movieron montañas (antes de Pentecostés). Unas cosas muy importantes, cosas que también hacemos.
Él creía: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente" (Mt. 16:16).
Era honesto sobre su necesidad desesperada de Jesús: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn. 6:68-69).
Él reconoció su pecado en la luz de la santidad de Cristo: "Apártate de mí, Señor; soy un pecador" y entonces dejó su antigua manera de vivir para seguir a Jesús" (Lc. 5:8, 11).
Pedro tomó una oportunidad y pidió permiso para hacer algo que nadie había hecho, aparte de Jesús. Pidió dejar su lugar de comodidad y tenía la fe y la fuerza para hacer algo diferente: "Señor, si eres tú, mándame que vaya a ti sobre el agua"... Y cuando necesitaba ayuda y no podía hacerlo por sí mismo, pidió a Jesús y le confió para salvarle" (Mt. 14:28-31).
Creo, en una forma u otra, que cualquiera que ha hecho una decisión de seguir a Dios, ha hecho cosas similares. Pedro tenía victoria en medio de sus fracasos, y también nosotras. Somos más victoriosas y fuertes de lo que creemos. Hemos decidido seguir a Dios, hemos dejado nuestra antigua vida, hemos creído, y a veces dejamos nuestro lugar de comodidad para acercarnos a Cristo. Somos victoriosas porque seguimos adelante. Yo te aconsejo a enfocarte en tus victorias. No existe una pequeña victoria, sólo victoria. Es tu caminar con Dios y Él trabajo es Suyo a través de ti.
Dios te bendiga y guarde la fe,
Angela Myers
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Escrito por Michelle J. Goff, directora ejecutiva del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
Publicado originalmente el 2 de enero de 2015
Redimido: Comprado de nuevo.
Santidad: Apartado con un propósito.
Una persona redimida tiene clara su identidad. Entiende que su vida no es suya. Es un regalo de su Padre celestial a ser vivida para la gloria del Padre. Fue comprada por un precio y ahora es hija adoptada del Rey.
Una persona santa tiene claro su propósito. Reconoce que el mundo y sus maneras no tienen valor. Ella ha sido apartada de todo lo que impide y distorsiona. Dios le trae definición y propósito a la vida, guiada por el Espíritu Santo.
Una hija del Rey santa y redimida mantiene claro su enfoque. Como dice la canción, “El mundo no es mi hogar.” Y como dice Pablo en 2 Corintios 4:18, “Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno.” Si me fijo en las cosas del mundo, me distraigo, me frustro, y me preocupo. Al mantener los ojos puestos en Jesús, tengo fe, esperanza, y amor.
Para poder vivir una vida que refleja la redención y la santidad, hay tres cosas claves que me ayudarán a mantener el buen enfoque en la identidad correcta y el propósito correcto:
1. Tiempo diario en la Palabra.
2. Comunicación constante con el Padre en oración.
3. Confianza en Dios.
Debo mantener lo más importante como lo más importante: Soy hija del Rey, llamada según su propósito. Con la identidad, el propósito y el enfoque claros, veré las cosas desde una perspectiva eterna que me permite confiar en Dios a pesar de cualquier circunstancia.
¿Cómo vas a mantener claros tu identidad, propósito, y enfoque?
Versículos adicionales para reflexión: Hebreos 12:1-3, Efesios 1:3-14, Juan 14:1-4, II Corintios 5:7