Escrito por Liliana Henríquez, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Colombia
Creo que a todos nos hubiera gustado salir de las aguas del bautismo con una consciencia limpia y pura para consagrar nuestras vidas al Señor de la forma como Él se lo merece; pero lamentablemente no suele pasar de esa forma. Nos bautizamos como muestra de nuestro arrepentimiento genuino por nuestros pecados, y este acto, marca el inicio de un proceso de santificación constante y permanente.
Es más sencillo aceptar a Cristo como Salvador que como Señor. Dejarnos gobernar es algo difícil de aceptar. Lamentablemente, podemos caer en comportarnos como Israel en Oseas 2.
“¡Israel se comporta como una desvergonzada! ...Ella no quiere reconocer que soy yo quien la alimenta y le da todo lo que le falta; ¡hasta oro y plata le he dado y con ellos se hizo ídolos!” (Oseas 2: 5, 8 TLA)
Si sabemos que somos el pueblo escogido de Dios y que fuimos apartados para Él, ¿Por qué a veces nos comportamos como unas desvergonzadas y nos volvemos a los ídolos? A veces actuamos como si estuviéramos negando que conocemos a Cristo, como le sucedió al apóstol Pedro. Nuestros actos no concuerdan con nuestra identidad cristiana. Esto me lleva a pensar que la santidad no es un acto mágico que se da en un segundo, sino que requiere una renovación mental que nos permita verdaderamente asimilar quiénes somos en Cristo y para qué Él nos salvó.
Continuando con el relato en Oseas 2, vemos cuál es el tratamiento que Dios nos da a nosotros Su Israel, Su pueblo escogido, para llamar nuestra atención y cambiar nuestro corazón.
“A pesar de todo eso, llevaré a Israel al desierto, y allí, con mucho cariño, haré que se vuelva a enamorar de mí. Le devolveré sus viñas, y convertiré su desgracia en gran bendición. Volverá a responderme como cuando era joven, como cuando salió de Egipto. Ya no volverá a serme infiel adorando a otros dioses, sino que me reconocerá como su único Dios. Yo soy el Dios de Israel, y les juro que así será.” (Oseas 2:14-17 TLA)
Dios nos ama demasiado y en nombre de ese amor, nos disciplina y nos enseña a través de esas situaciones que moldean nuestro carácter y que solemos llamar “desiertos.” Él no quiere que nada más tome el lugar de preeminencia que le corresponde sólo a Él. Cualquier cosa que hayamos puesto en el altar de nuestras vidas antes que a Él, será derribado. El proceso de santificación es doloroso y largo, pero vale la pena porque nos purifica y nos ayuda a parecernos cada vez más a Cristo.
Querida Hermana Rosa de Hierro, si hoy estás en medio de un desierto, te animo a que busques a Dios con todo tu corazón y le pidas que revele esos aspectos de tu carácter que Él desea erradicar o moldear. No te resistas. Dios te ama, pero recuerda que es un Dios celoso y no acepta ídolos. Entre más rápido te sometas al proceso, más rápido saldrás de ese desierto.