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Escrito por Ana Alfaro, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en El Salvador
Daniel era un joven adolescente, príncipe de Judá, llevado cautivo por Nabucodonosor el rey de Babilonia. Su nombre fue cambiado a Beltsasar (Dn.1:7). Daniel, a pesar de su juventud, mostró ser un joven determinado con carácter y fuerte convicción. Mantuvo una vida consagrada y de constante oración a Dios, lo que originó muchos celos y envidias por los que estaban en su entorno.
Daniel, estudiando el libro de Jeremías, aprendió que la destrucción de Jerusalén estaba llegando a su fin (Dn.1:2) y decidió ayunar vistiéndose de cilicio y, sentado sobre ceniza, orar a Dios.
Daniel llegó a Dios con súplica y ruegos, confesando sus pecados y los pecados del pueblo, mostrando con ello humildad y vergüenza por haber desobedecido a Dios y apartarse de Sus mandamientos (Dn. 9:4-6). La iniquidad, la rebeldía, la desobediencia, eran pecados que Judá y Jerusalén cometieron contra Dios cuando no obedecieron a los siervos de Dios (los profetas).
“Hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos actuado impíamente, hemos sido rebeldes y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas. No hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra.” (Dn. 9:5-6)
El pecado acarrea vergüenza, dolor y la separación de la presencia de Dios dejándonos solas, tristes y desamparadas… a merced de Satanás. Daniel conocía lo que Dios había hecho con sus antepasados (Dn. 9:15). Lo que había hecho con él y los jóvenes que también fueron llevado prisioneros (Dn.3 y Dn.6). Daniel tenía plena confianza en Dios.
Por ello dice: Dios grande, digno de ser temido. Daniel reconoció la misericordia de Dios, Su justicia, Su fidelidad (Dn. 9:4,7 y 9); Daniel buscó con ruego la misericordia de Dios para que Su ira no caiga sobre Jerusalén (Dn. 9:16-19).
“Oh Señor, según todas tus justicias, apártese ahora tu ira y tu furor de sobre tu ciudad Jerusalén, tu santo monte; porque a causa de nuestros pecados, y por la maldad de nuestros padres, Jerusalén y todo tu pueblo es dado en vergüenza a todos nuestros alrededores. Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos, y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por el Señor. Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestros asolamientos, y la ciudad sobre la cual es llamado tu Nombre; porque no derramamos nuestros ruegos ante tu presencia confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Señor. Perdona Señor. Está atento, Señor, y haz; no pongas dilación, por ti mismo, Dios mío; porque tu Nombre es llamado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo.”
Como Daniel, nosotros debemos aprender a conocer las cualidades de Dios para poder llegar confiadamente sabiendo que, si mostramos verdadero arrepentimiento, Él nos escuchará, nos perdonará, nos restaurará. “Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad” (1 Jn. 1:9). La respuesta de parte de Dios para Daniel era pronta, no se hizo esperar.
“Aún estaba hablando, y orando, y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel, y derramaba mi ruego delante del SEÑOR mi Dios por el monte santo de mi Dios; aún estaba hablando en oración, y aquel varón Gabriel, al cual había visto en visión al principio, volando con vuelo, me tocó como a la hora del sacrificio de la tarde. Y me hizo entender, y habló conmigo, y dijo: Daniel, ahora he salido para hacerte entender la declaración. Al principio de tus ruegos salió la palabra, y yo he venido para enseñártela, porque tú eres varón de deseos. Entiende, pues, la palabra, y entiende la visión."(Dn. 9:20-23)
La fiel oración de Daniel permitió que Dios le contestara pronto. Dios sigue escuchando las oraciones fervientes de Sus hijos cuando se le ama y se le busca de todo corazón; sin embargo, no se debe olvidar que toda transgresión a Su palabra tiene consecuencia.
Debemos confiar en Su amor, Su misericordia, Su fidelidad, cuando hemos pecado y acercarnos con una actitud de humildad, confesando el o los pecados que cometemos.
Como Daniel, debemos tener determinación al orar a Dios; tener una vida de continua oración, confiar en Sus misericordias, amarle para ser escuchadas en la hora de la tribulación, teniendo respuesta a nuestra súplica y aceptando la voluntad de Dios.
Dios les bendiga y nos permita seguir aprendiendo cada día más de Su Palabra.
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Escrito por Michelle J. Goff
En una fiesta de cumpleaños, llegó el momento para servir la torta.
Un niño llamado Brayan gritó, “¡Quiero el pedazo más grande!”
Su madre le regañó. “Brayan, no debes pedir el pedazo más grande.
Es mala educación.”
El pequeño niño la miró con confusión y preguntó,
“Entonces, ¿cómo se consigue?”
Muchas veces queremos resolver los problemas de otros, quitar su dolor o pedir el pedazo más grande de la torta para ellos. Pero a veces, lo único y lo mejor que podemos hacer es orar. Cuando le informamos a alguien de que estamos orando por ella, afirmamos tres verdades importantes. Esas tres afirmaciones de apoyo son, “Eres amada. Estás en mis oraciones. Y no estás sola.”
Satanás nos quiere aislar. Y dado que las solteras y las solteras de nuevo ya se sienten aisladas o solitarias, el ánimo y el apoyo que podemos ofrecernos a través de la oración son claves para sentirnos más escuchadas, valoradas e incluidas.
En varias epístolas, Pablo menciona la fuerza que las oraciones de otros le dan. Y sus oraciones constantes por aquellos a quienes escribe, son una evidencia del amor que les tiene y el gozo con el que les recuerda en sus oraciones (Fil. 1:3-11).
Una de mis oraciones favoritas de Pablo es una que podemos orar las unas por las otras como solteras. Las verdades en Efesios 3:14-21 dan luz en las tinieblas y poder en la debilidad. Te animo a insertar el nombre de una soltera en la oración, al interceder por ella. (Te he dado un ejemplo abajo con mi propio nombre.)
Por esta razón [por amor a mi amiga] me arrodillo delante del Padre, de quien recibe nombre toda familia en el cielo y en la tierra. Le pido que, por medio del Espíritu y con el poder que procede de sus gloriosas riquezas, [la] fortalezca a [Michelle] en lo íntimo de su ser, para que por fe Cristo habite en [el corazón de Michelle]. Y pido que, arraigada y cimentada en amor, [Michelle] pueda comprender, junta con todos los santos, cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo; en fin, que conozca ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para que [Michelle] sea llena de la plenitud de Dios.
Al que puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir, por el poder que obra eficazmente en nosotros, ¡a Él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos! Amén.
A veces se nos hace más fácil orar por otros que por nosotras mismas. Si necesitas leer esta oración para ti misma primero, insertando tu propio nombre, ¡Adelante! ¡Son palabras poderosas! Sí, Dios te ama a TI de tal manera.
Aunque los ejemplos de las oraciones de Pablo son bonitos, los mejores ejemplos de la oración vienen de Cristo. Jesús enseñó a Sus discípulos a orar (Mt. 6:5-15) y les invitó a orar con Él (Lc. 9:28). Jesús les pidió a Sus discípulos que oraran por Él (Mt. 26:36-40) y Él oró por ellos (Jn. 17). Para poder mantener Su enfoque y mantener una buena relación con Su Padre, Jesús muchas veces tomaba un tiempo aparte de los demás para orar (Mt. 14:23; Lc. 5;16). En al menos una ocasión, pasó toda la noche en oración (Lc. 6:12).
¿Y por qué oraba Jesús en cada una de estas ocasiones? Por Su única razón: el amor, amor a Su Padre y amor por cada una de nosotras.
Viendo los ejemplos de las oraciones de Jesús y Pablo, ¿cuáles son los beneficios y las bendiciones de la oración?
¿Qué hay en la oración que es de apoyo para otras?
La oración es comunión. La oración nos conecta con Dios y las unas con las otras de una manera más profunda que cualquier otra forma de comunicación. Hay vulnerabilidad poderosa y humilladora cuando vamos frente a Dios para interceder por otra persona o cuando oramos juntas en voz alta. Cuando le expresas a alguien que le estás pidiendo a Dios por ella, esa persona se siente cuidada y vista. Estás parada en las trincheras con ella con intencionalidad y sinceridad (Rom. 15:30).
Bani se acuerda exactamente dónde estaba parada cuando el predicador le dijo que él estaba en las trincheras con ella, que él se dirigía al trono de Dios en nombre de ella. Él le ha recordado esa verdad muchas veces también. Como soltera nunca casada que tiene casi 40 años, cuando Bani lucha con sentirse sola, ella recuerda las bendiciones en la oración del predicador y se acuerda de que no está sola.
No necesitamos ser predicadores para pararnos en las trincheras con otras y acompañarlas en oración. La oración es comunión con Dios y con otras. ¿Con quién puedes tener comunión a través de la oración hoy?
La oración nos mantiene enfocadas. Cuando pedimos sabiduría (Stg. 1:5) o paciencia en la aflicción (Rom. 12:12), podemos ser fieles en la oración levantando a otras también, no sólo a nosotras mismas (1 Tim. 2:1; 2 Tim. 1:3). Cuando lo miramos a Él, ¡nos llena de fe, amor, esperanza, fuerza, y el mismo poder que levantó a Su Hijo de entre los muertos (Ef. 1:15-20)!
Una soltera, en el contexto de un grupo pequeño de estudio bíblico, compartió, “Cuando una hermana en Cristo me pregunta sobre algo en específico sobre lo que hemos orado juntas en el pasado, me anima muchísimo. Me muestra que soy suficientemente importante para ella y para Dios, tanto como para que ella me levante en oración ante nuestro Padre Celestial. También me recuerda que Dios es el único que verdaderamente puede hacer una diferencia en esa situación. En vez de estresarme, me recuerda que debo preguntarme si he orado por ello.”
La oración provee una conexión profunda a través de las cargas compartidas. A Liliana le encanta contar a otras solteras sobre la profundidad de relación que logra con sus compañeras de oración al orar por las luchas que tienen en común como solteras.
Katie F. hace eco a lo que dice Santiago 5:13-18 al decir, “Nunca me he arrepentido de pausar para orar por alguien en el momento. A veces es una oración silenciosa. Y a veces, me paro en medio de donde sea que nos encontremos y hago una oración por ella, en voz alta, para que ella escuche que la carga, ahora compartida, se está elevando a Dios. Vuelvo y repito, nunca me he arrepentido de hacerlo.”
La oración lo entrega a Dios. La oración de la viuda persistente en Lucas 18, demuestra que lo mejor que podemos hacer es ir al que tiene el poder para hacer algo sobre las circunstancias. No podemos manejarlo solas y no lo debemos intentar.
Me encanta recordar cuántas personas se unieron en oración con una madre soltera, todos luchando juntos para entregar la situación a Dios, en cada paso difícil del camino.
Dos años atrás, cuando entraron en la misma corte por primera vez, la sala se sintió grande y todo era abrumador, incluso la anticipación de las decisiones que se iban a tomar. Sobrecargada por los efectos de un pecado que no era suyo, la madre soltera estaba viviendo las consecuencias de las decisiones de su ex.
Sin embargo, el día del juicio sobre la custodia de la hija, el mismo lugar se sintió más pequeño, hasta acogedor. ¿La diferencia? La nube de testigos que llenaron la sala del tribunal.
Entre los testigos estaba la docena de personas que hicieron juramento frente al juez. Las cuarenta o más personas que entraron y salieron durante el juicio de nueve horas eran guerreros en oración y testigos de la fidelidad de Dios. El último grupo entre la nube de testigos era el de los ángeles luchando en la batalla espiritual y suavizando los procedimientos fríos y desalentadores.
Dios fue glorificado. Y el mayor testimonio, dado al juez, a los abogados y a otros en la corte, no se trataba del caso en específico, sino del testimonio de cuántas personas de la familia cristiana habían venido en apoyo de esta mujer, en contraste a la falta de personas en apoyo al exesposo. Él que sí se presentó de gran forma y se exaltó fue Dios quien recibió toda la honra y la gloria por lo que pasó ese día.
Para una madre soltera cuya vida se había vuelto un ocho, ella sintió la afirmación una y otra vez, de que no estaba sola. La presencia de los testigos… las miles de oraciones levantadas por ella y por la hija y hasta oraciones por su ex esposo para que se arrepintiera… los mensajes animadores enviados a través de un grupo privado por Facebook en el que ella enviaba actualizaciones con peticiones de oración más específicas y expresiones de gratitud y alabanza… El amor a Dios y el amor por una familia quebrantada era “una sola razón” por la que esa gran nube de testigos se presentó ese día.
Este testimonio de apoyo es un pequeño ejemplo del poder de la oración y la fuerza de su ánimo, para una soltera o soltera de nuevo (2 Cor. 11:1).
¿Cómo has sido apoyada a través de la oración como soltera? Y ¿cómo puedes ofrecer ese apoyo en oración por otras?