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Escrito por Abby Baumgartner, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Baton Rouge, Louisiana
Sacando la cabeza del agua, respiro y abro los ojos justo a tiempo para escuchar los gritos interrogativos desde la costa: “¡Maestro Naamán! ¿Estás curado?
Miro mi brazo y veo que, por sexta vez, me he hecho ilusiones; las manchas rosadas pálidas de la lepra todavía cubren mi brazo. Me vuelvo hacia la orilla, negando con la cabeza mientras coros de "Eso está bien", "Eso fue solo seis. Se supone que debes sumergirte siete veces ", y" ¡La séptima vez es el encanto! " regresa a mí desde la orilla.
Pero esto es ridículo.
¿Cómo terminé yo, el comandante general del ejército sirio, lavándome en el río Jordán con una audiencia en la costa? Buena pregunta.
Todo comenzó cuando descubrí manchas de lepra en mi brazo. Sin cura, esta enfermedad deteriora la piel y es una horrible sentencia de muerte. Inmediatamente comencé a buscar alguna forma de curarme, y ninguna idea era demasiado loca para intentarlo. La sirvienta de mi esposa, una joven israelita que mi ejército capturó en una redada, habló de un profeta en Israel que podía curar la lepra. Decidí buscar la curación de este profeta, después de todo, ¿qué podía perder?
Armado con una carta de recomendación del rey de Siria y regalos de plata, oro y ropa fina, fui a Israel y me reuní con el rey. Le leí la carta y le ofrecí los regalos, pero en lugar de contestarme, el rey declaró que no podía ayudarme. Estábamos parados y comencé a pensar que había perdido el tiempo, hasta que un mensajero se presentó ante el rey y dijo: "Llevo conmigo un mensaje del profeta Eliseo" “¡Mándeme usted a ese hombre, para que sepa que hay profeta en Israel!”(2 Reyes 5:8, NVI).
Entonces, empaqué de nuevo y viajé para encontrarme con Eliseo, pero cuando llegué a la casa del profeta, él ni siquiera vino a verme. En cambio, envió otro mensajero para decir: " Ve y zambúllete siete veces en el río Jordán; así tu piel sanará, y quedarás limpio" (2 Reyes 5:10b).
Humillado y con rabia ardiente, dije: “«¡Yo creí que el profeta saldría a recibirme personalmente para invocar el nombre del SEÑOR su Dios, y que con un movimiento de la mano me sanaría de la lepra! ¿Acaso los ríos de Damasco, el Abaná y el Farfar, no son mejores que toda el agua de Israel? (2 Reyes 5:11b-12a).
Habiendo dicho mi parte, me volví para irme, pero uno de mis sirvientes dijo: “«Señor, si el profeta le hubiera mandado hacer algo complicado, ¿usted no le habría hecho caso? ¡Con más razón si lo único que le dice a usted es que se zambulla, y así quedará limpio!»" (2 Reyes 5:13b, NVI).
Me volví y miré a mis sirvientes y al mensajero. Ese mismo sirviente volvió a hablar diciendo: “No te está pidiendo que logres alguna hazaña sobrehumana; solo te está pidiendo que te zambullas".
"¡Pero no tiene sentido!" Yo respondí: "¿Por qué?"
"¡Por qué no! Todos hemos oído hablar del poder del Dios israelita y de los milagros realizados por Sus profetas; esta puede ser su mejor oportunidad ", dijo. "E incluso si no funciona, lo único negativo es que te mojarás un poco".
Entonces, ahora estoy aquí en el río Jordán. Me sumergí seis veces sin cambios en mi piel y me siento como un tonto. Sólo una vez más, me digo. Cuando me sumerjo en el Jordán por séptima vez, una momentánea ola de paz me invade y luego, demasiado rápido, me levanto del agua de nuevo. Antes incluso de abrir los ojos, escucho llamadas desde la orilla: “¡Maestro Naamán! ¿Estás curado?
Temiendo lo peor, miro mis brazos. ¡Mi piel está limpia de nuevo! Salto de nuevo a la orilla gritando: “¡La lepra se ha ido! ¡Todo se ha ido! ¡Alabado sea el Señor, Dios de Israel!"
Corro a la casa de Eliseo, y esta vez él viene a mi encuentro. Con una sonrisa de complicidad, pregunta: "Naamán, ¿te has sumergido en el Jordán siete veces?"
"¡Sí!" Respondo: “Ahora reconozco que no hay Dios en todo el mundo, sino solo en Israel. Le ruego a usted aceptar un regalo de su servidor.” y le ofrezco los regalos de oro, plata y vestidos (2 Reyes 5:15b).
Eliseo dice: “¡Tan cierto como que vive el Señor, a quien yo sirvo, que no voy a aceptar nada!” (2 Reyes 5:16).
Ahora entiendo. Mi curación no era algo que pudiera manipular a través de hazañas de fuerza o comprar con oro; de hecho, no pude ganarme mi curación en absoluto. Nada de lo que pudiera hacer estaría a la altura. Sumergirme en el Jordán fue tan simple y, sin embargo, trajo una curación que no pude obtener de ninguna otra manera.
Fue ridículo. No tenía sentido para mí, pero tal vez eso también sea parte del punto. Tengo que confiar en que el Señor es más grande y más fuerte que yo, y tengo que obedecer Su llamado, aunque no tenga mucho sentido en el momento. La curación solo llegó cuando me rendí, solté mi orgullo y obedecí.
“Gracias, Eliseo. Ahora comprendo que no puedo pagarle, así que en su lugar le pediré una cosa más. permítame usted llevarme dos cargas de esta tierra,”, digo (2 Reyes 5:17) “Porque de ahora en adelante, solo adoraré y ofreceré sacrificios al Señor, Dios de Israel. Y pido que incluso cuando tenga que entrar en los templos de los dioses falsos con mi rey, que el Señor me perdone.”
“Puedes irte en paz”, me dice Eliseo, y yo lo hago (2 Reyes 5:19).
¿Qué cosa aparentemente ridícula te está llamando Dios a obedecer?
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Escrito por Sabrina Nino de Campos, coordinadora brasileña para el Ministerio Hermana Rosa de Hierro
Así como en todas las historias de reconstrucción, mi historia también involucra un dolor todavía existente. Aunque talvez no lo sienta todo el tiempo y a veces pueda olvidarme por un segundo, es constante.
Yo he sido muy bendecida en mi vida. He crecido en una familia que ama a Dios, y me acuerdo que muchas veces cuando me sentía angustiada por cualquier situación en mi niñez y adolescencia, siempre agradecía a Dios por la familia en la que me puso. Desde chiquita he tenido una relación fuerte con el Padre, especialmente de oración. Aún en los momentos en que me sentía más lejos de Él, no me acuerdo de una noche en la que no he orado antes de dormir. Había sido algo que mis padres me habían enseñado y lo llevé como costumbre; y ese ha sido el hábito en mi vida que me ha permitido no perderme en mis años de cambios y frustraciones.
Cuando me gradué de la escuela y tenía una decisión que tomar sobre mi futuro, elegí entrar en un programa de misiones (AME). Tenía ganas de finalmente seguir mi propio camino, después de tantos años admirando a mis padres y el trabajo que ellos hacían en la iglesia. En esos años, serví mi misión en la iglesia en Bolivia, conocí a mi esposo, nos mudamos y trabajamos con la iglesia en Argentina, etc. Dios guió mi vida; y aunque haya tenido mis momentos de dudas (como todos y todas), sentía que mi fe se fortalecía cada día. Y la paz que abundaba me hacía confiar de que no importaban los obstáculos que me vinieran por delante si los podía poner a los pies de Yahvéh.
Todo eso cambió en agosto de 2019. Mi mamá, quien había sido mi mejor amiga y apoyadora, sufrió un ataque cardiorrespiratorio donde estuvo sin respirar por 33 minutos. Mi esposo y yo tuvimos que irnos de Buenos Aires sin tiempo para despedirme, aquella misma noche buscamos los pasajes y así, interrumpida, se quedó nuestra trayectoria.
Estuvimos en Brasil por 6 meses, donde la esperanza era casi inexistente y donde he sentido el peor dolor de mi vida. Mi mamá se despertó de su coma, pero ya no era la misma persona. Por la falta de circulación de sangre en su cuerpo por esos 33 minutos, sufrió también daños cerebrales gravísimos que la impiden, hasta el día de hoy, acordarse de cosas por más que unos pocos segundos. Casi no se acuerda de los rostros a su alrededor. Y como yo había estado lejos de la casa desde el 2015, no se acuerda de mí. Sabe mi nombre, pero cuando me mira no sabe quién soy.
No siento que Dios me haya preparado para este momento. ¿Cómo podría estar lista para eso? No tengo una respuesta. Y desde aquel día, y con todo lo que ha pasado después de eso, aún no siento como que las cosas se hacen más fáciles. Siento que mis oraciones, por muchas veces, han sido como en el Salmo 88 (NVI):
[…]
Estoy aprisionado y no puedo librarme;
los ojos se me nublan de tristeza.
Yo, Señor, te invoco cada día,
y hacia ti extiendo las manos.
[…]
Yo, Señor, te ruego que me ayudes;
por la mañana busco tu presencia en oración.
¿Por qué me rechazas, Señor?
¿Por qué escondes de mí tu rostro?
[…]
Me has quitado amigos y seres queridos;
ahora solo tengo amistad con las tinieblas.
Mi fe fue destruida de una manera inesperada. Y ahí fue la primera vez en que realmente sentí que la fe heredada de mis padres ya no iba a ser suficientemente fuerte para sostenerme por toda la vida. Necesitaba reconstruirla. Y aunque quisiera un milagro, no es lo que he recibido (aunque sigo con esperanza en Yahvéh). Pero sí he recibido una invitación a reconstruir mi fe. He aprendido muchas cosas nuevas sobre el Señor, he leído Su Palabra como nunca había hecho antes, con nuevos ojos.
A veces me siento como el apóstol Pablo cuando era Saulo y pensaba que tenía buenas intenciones, entonces Jesús le quitó la visión. Y cuando se le restaura la visión su perspectiva ha sido cambiada. Siento que recupero mi visión por pocos, y a veces, honestamente siento que me estoy volviendo ciega otra vez. Y Dios otra vez me muestra la luz.
La reconstrucción es un proceso doloroso. Involucra una reconstrucción de mi relación con Dios, de la manera en que oro, de la manera en que pienso en Sus hechos, de la manera en que vivo mi fe. Pero lo más importante que he aprendido es que no necesito pasar por este proceso sola. Tengo hermanos y hermanas en Cristo que también pasan por ese proceso. También, y aún más valioso, es que Dios me acompaña en el proceso. Así como el salmista que ora su dolor, Dios también quiere escuchar mi voz, aunque sea una voz llena de sufrimiento y capaz hasta de enojo contra Él. No se reconstruye una amistad si simplemente decidimos ignorar a la otra persona, un diálogo es necesario.
No tengamos miedo de reconstruir nuestra relación con Dios. Puede ser que, así como yo, has tenido un gran cambio en tu historia de vida, o tal vez simplemente quieres reconstruir tu manera de orar, leer, escuchar al Señor para hacerlo de manera más honesta.
Yahvéh te quiere acompañar, como me acompaña a mí también. No nos olvidemos, Dios conoce el dolor muy bien. Pero, así como nos promete ese dolor (Jn. 16:33), también nos dice: “Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:20b, NVI).