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Escrito por Michelle J. Goff, fundadora y directora del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
¿Qué hace que una historia sea buena para contar?
¿Qué hace una historia recordable? ¿especial? ¿significativa? ¿relevante?
¿Qué hace que una historia sea mala?
Uno de los miembros de mi familia es conocido por las historias que cuenta… las historias horribles que cuenta, mejor dicho. En una fiesta de cumpleaños, el grupo estaba compartiendo historias únicas. Él se unió a la conversación y declaró, “¡Sí! Yo escuché una historia una vez sobre un hombre que estuvo en el océano y un tiburón le mordió.”
Su silencio prolongado provocó reacciones confusas, vistas en las caras de los demás. Finalmente, alguien le preguntó, “¿Estuvo solo?”
“No sé,” respondió encogiendo los hombros.
“¿Sobrevivió?” preguntó otro.
“No sé,” continuó, sin darse cuenta del nivel de preocupación que iba subiendo en las voces de los demás.
“¿Qué más nos puedes contar de la historia? ¿Cómo salió todo?”
“No sé,” repitió una vez más el historiador inepto. “Sólo me acuerdo que un hombre estuvo en el océano y que le mordió un tiburón.”
“¡Qué historia más mala!” declaró una de las mujeres presente. “Ya no te vamos a permitir contarnos historias porque ¡no nos puedes contar nada más una partecita trágica de una historia sin contarnos cómo termina o qué más pasa!”
Aquel miembro de la familia tiene muchos talentos. Es muy inteligente, respetado en muchas áreas de su vida, pero como narrador… no tanto.
¿Es un talento el contar historias? ¿O es una habilidad que podemos desarrollar? Sugiero que es un poco de las dos cosas.
Hay oradores cuyas voces emulan la inflexión de cada emoción a lo largo de la historia narrada. Su descripción de los eventos y los detalles compartidos sobre cada personaje te invitan a volver a vivir la historia, no sólo escucharla.
Jesús era un narrador excelente. Engendró una conexión, invitó a los oyentes a involucrarse, desafió con Sus palabras e inspiró con Su elocuencia.
Sus ilustraciones tenían capas de tal forma que la aplicación más sencilla era tan práctica como el propósito más profundo era aplicable. Jesús pintaba imágenes en las mentes de los lectores, ilustrando aplicaciones que eran fáciles de recordar y universales en sus aplicaciones.
Las mejores historias son las que tienen a Dios como el personaje principal, sea como protagonista o tras bastidores. Esas historias pueden sonar como una narración simple de los eventos del día, pero lo que hace que de verdad sea una historia de Dios es quién lleva toda la gloria. La relevancia al Reino de Dios que contienen estas historias se resalta por el papel de Dios, de mayor importancia que el de los personajes secundarios. Tales historias dan gloria a Dios.
Dios es el Autor y nosotras, juntas con otros miembros del Reino, forman parte de la historia mayor, de la misma manera en la que los héroes de la fe en Hebreos 11 no vieron todo el fruto de su involucramiento.
Aunque todos obtuvieron un testimonio favorable mediante la fe, ninguno de ellos vio el cumplimiento de la promesa. Esto sucedió para que ellos no llegaran a la meta[e] sin nosotros, pues Dios nos había preparado algo mejor. (Heb. 11:39-40)
¿De qué se compone una historia buena?
1. Dios recibe la atención o la gloria (Jn. 12:49; 2 Cor. 4:5,7).
2. Señala a Cristo y el mensaje de las buenas nuevas del evangelio (1 Cor. 2:2; 15:1-4).
3. Es verdadero, respetable, justo, puro, amable, digno de admiración, excelente o merece elogio (Fil. 4:8).
4. Se resuelve un conflicto, un desafío o un dilema por la mano de Dios, por entendimiento bíblico o por crecimiento espiritual (Gál. 2:20).
Cuando Jesús contaba historias, sólo hablaba lo que el Padre le decía. En Su forma humano, Jesús era un portavoz, un instrumento para la voz del Espíritu. Verdaderamente era uno con el Espíritu, es más, nos invita a esa misma unidad. Es una unidad enfatizada por el testimonio del trabajo del Espíritu en nuestras vidas.
Las historias del Mesías no eran Suyas. Usó Su vida y Sus historias para señalar al Padre y presentar una invitación al Reino y una aplicación del Reino también.
Nuestras historias no son nuestras. Dios quiere usar nuestras vidas y nuestras historias para señalar al Padre y presentar una invitación al Reino y una aplicación de él.
Por consiguiente, el Ministerio Hermana Rosa de Hierro, en el año 2022, compartirá historias, historias de la Biblia y historias de nuestras propias vidas. Invitaremos a otras a tener su propia historia que da gloria a Dios. Equiparemos para poder reconocer nuestras historias como una pequeña parte de la historia mayor de Dios, “Nuestra historia en Dios.”
Gracias por todas las historias en las que han participado en el año 2021. ¡Nos emociona la idea de compartir en las historias que Dios llevará a cabo en el 2022!
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Escrito por Estefanía Medrano, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en El Salvador
Hace días salí de mi país, para visitar a mi familia en los Estados Unidos, pensé que podría aprovechar el tiempo de viaje y trabajar medio tiempo para ganar también experiencia por lo que empecé la búsqueda de trabajo. Encontré una vacante en un restaurante, prontamente llamé y pregunté si aún estaba disponible. Me contestaron que sí y me agendaron una cita para una entrevista el mismo día por la tarde, pues estaban desesperados por contratar personal nuevo. Me dispuse a ir con el favor de Dios.
La entrevista fue todo un éxito, pues estaba de acuerdo con todo lo que el trabajo esperaba que hiciera, los horarios eran perfectos, era una gran oportunidad. Me dijeron que me presentara al día siguiente, y que comprara un atuendo y calzado especifico, así de rápido fue. Iba totalmente preparada para aprender y dar lo mejor de mí; cuando llegué, me presenté con otra de las manager (no era la misma persona que me entrevistó el día anterior). Esta persona me empezó a pedir muchos documentos que hicieran constar que era ciudadana del país. Evidentemente no los tenía, no iba preparada para dar documentos de ese tipo, pues la persona que me entrevistó, olvidó preguntarme si los poseía. Nunca imaginé que fuesen exigentemente necesarios, y no los poseo, ya que mi estadía no es permanente.
En ese momento esa persona, muy avergonzada, me dijo que no podían contratarme pues era un requisito indispensable y que los disculpara por no habérmelo dicho durante la entrevista. Yo, sonriendo, le dije que no había problema, que entendía totalmente. Me despedí con un estrechón de mano y salí del lugar. Cuando crucé la puerta las lágrimas rodaron sobre mis mejillas sin querer, y luego medité en lo sucedido.
Nunca me había puesto a pensar en el valor de la ciudadanía de un país, y los derechos que ésta le otorga al ciudadano. Al mismo tiempo, se me vino a la memoria la ciudadanía más importante que puede existir, la ciudadanía en el cielo. Nunca olvidaré lo primero que se me vino a la mente cuando salí de aquel restaurante. Me pregunté cómo me sentiré o cómo será cuando esté ante la presencia de Dios, y Él llame a Sus escogidos hacia Su derecha para que vivan una eternidad a Su lado; pues esos escogidos tienen una ciudadanía garantizada en el cielo, con todos los beneficios que ella posee. Mas aquel que no lo tiene, no tendrá ese pase y no se le permitirá entrar; la humillación será grande y el lloro será eterno. Creo que nadie quiere pasar ese momento humillante en el que Dios nos diga que no podemos entrar a vivir con el por la eternidad.
“Pero no me corresponde a mi decir quien se sentara a mi derecha o a mi izquierda. Dios preparó esos lugares para quienes él ha escogido.” (Mc. 10:40 NTV)
“Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir.” (Heb. 13:14 RVR)
La diferencia a mi experiencia con el trabajo, es que nosotras sí sabemos que estamos luchando por lograr obtener esa ciudadanía y obtener todos los beneficios o derechos que ella trae consigo misma.
“En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, donde vive el señor Jesucristo; y esperamos con mucho anhelo que el regrese como nuestro salvador.” (Fil 3:20 NTV)
Esa esperanza debe de ir acompañada del esfuerzo para alcanzarla porque es un lugar sinigual.
“Y tenemos una herencia que no tiene precio, una herencia que esta reservada en el cielo para ustedes, pura y sin mancha, que no puede cambiar ni deteriorarse.” (1 Pe. 1:4 NTV)
Te imaginas ese gran día, querida hermana, el día que todo cristiano espera, ser llamada por tu nombre por nuestro Padre celestial. Y que, al leer tu nombre que está escrito en el libro de la vida, te permita la entrada a la ciudad celeste, porque tú perteneces a ese lugar, eres una ciudadana legitima y podrás gozar de todo lo que allí hay por toda una eternidad.
El día que me presenté al trabajo y me dijeron que no podían contratarme me sentí mal y en cierto modo humillada, pero luego con la mente más relajada, comprendí y acepté que estaba bien pues el restaurante tenía políticas y reglas y no podría llegar a cambiarlas, y recordé las palabras en Apocalipsis…
“No se permitirá la entrada a ninguna cosa mala ni tampoco a nadie que practique la idolatría y el engaño. Solo podrán entrar los que tengan su nombre escrito en el libro de la vida del cordero.” (Apoc. 21:27 NTV).
Dios también tiene Sus reglas o requisitos, y no podemos ir en contra de ellas. Ese gran día del juicio tendremos que ir conscientes de nuestras acciones, de nuestro perfil como cristianas; y si nuestra vida fue conforme a lo que Dios pide en Su manual de vida, que es Su santa Palabra, seremos merecedoras de ese gran galardón.
Es por eso hermana que te invito juntamente conmigo a cada día recordar que debemos redefinir nuestro enfoque en la eternidad al pensar siempre en la verdadera ciudadanía, a cuidar nuestro pase al cielo, a escudriñar la palabra de Dios para saber qué hacer y que no hacer para no perder el privilegio de la entrada a aquella ciudad gloriosa, donde seremos ciudadanas legitimas y gozaremos una eternidad con el Rey.