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Escrito por Nilaurys Garcia, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Canadá
Desde hace mucho tiempo he tenido la facilidad de imitar muy bien otros acentos y no me refiero a burlarme de ellos o hacerlo para contar un chiste, sino a adoptar la manera de hablar de alguien después de pasar tiempo en ese sitio o con ellos. Aunque era algo inconsciente, cuando volvía de visitar a mis familiares que vivían en otras ciudades escuchaba comentarios como “se fue dos semanas y ya se cree de allá” o “no tienes identidad”. Si a eso le sumamos el aprender un nuevo idioma y luego mudarse de ciudad y más adelante de país, la situación es aún más interesante.
Cuando llegué a Chile, el adoptar el acento chileno no fue una decisión sino un mecanismo de defensa. Somos varias las personas en Latinoamérica que decidimos migrar a otro país en busca de mejores oportunidades. La palabra extranjera, puede aplicarse en varios contextos y uno de ellos puede ser el de alguien que no pertenece al lugar donde se encuentra. Fue esta la manera en la que me sentí al mudarme a ese nuevo país, en donde casi todo era diferente, en donde no encajaba porque no conocía su comida, cultura, dichos ni tradiciones; un país que sentía frío porque tenía cuatro estaciones y que simplemente no era casa.
En ocasiones me preguntaba si eso fue lo que sintió el pueblo de Israel en cada una de las mudanzas que tuvo que hacer como nación, cada vez que debían dirigirse a un nuevo sitio y añoraban sentirse en casa. Pero puedo decir que mi historia no se quedó en ese momento de tristeza y añoranza, pues a falta de mi familia de sangre, conocí a una maravillosa familia espiritual. Un padre y una madre que me abrieron su corazón y las puertas de su casa, tíos y primos con los que conversaba y compartía, hermanas que me quitaban la ropa prestada como si fuera de ellas, pero que en momentos de nostalgia sus abrazos siempre estaban presentes, fue así como a través del amor también me fui sintiendo parte de este nuevo lugar y también adquiriendo ciertas costumbres que eran propias de esta nación.
No podía faltar hacer sobremesa después de almorzar o un buen asado, sólo porque nos provocaba reunirnos. En este momento no era sólo el acento lo que me hacía pasar desapercibida sino el entender cómo era su dinámica, llegué al punto en el que fácilmente podía pasar como chilena y a menos que alguien conociera mi historia, jamás pensarían que había nacido y crecido en Venezuela. Sin embargo, esto no era suficiente para sentir que pertenecía y algunos años después entiendo la razón, simplemente estaba buscando en el lugar incorrecto. Buscaba en las personas, en la iglesia y en mi alrededor, algo que sólo Dios puede dar, una identidad.
El himno “El mundo no es mi hogar” siempre se sintió como mi lema, estoy aquí pero no soy de aquí. Esta sensación de no pertenecer me llevó directo a los brazos de Aquel quien lo es TODO, de Aquel que me dio un nombre nuevo y no le importaba de dónde venía o cómo hablaba porque me conocía desde antes. Puede que te identifiques con tener que cambiar algunas de tus tradiciones, comidas o palabras, o que hayas tenido que dejar tu país y, aunque ya te hayas adaptado al nuevo sitio, aun añores tu pueblo, tus tradiciones, la música y hasta los olores. Y todo eso está bien, es parte de ti y te hace la gran persona que eres hoy. Sólo me gustaría recordarte que tu nacionalidad o ubicación geográfica no te define ante los ojos de Dios, ni define tu valor como persona. Aunque te sientas como una extranjera en tu propia casa, te invito a recordar quién eres en Dios, eres Su hija, eres amada y eres Su instrumento en donde sea que te encuentres.
Un par de años después de esa crisis de identidad y de sentirme extrajera, vivo en otro país, conservo mi acento chileno y sigo desayunando arepas, pero lo más importante es que recuerdo que mi identidad se centra en Aquel que me puso nombre, me rescató, Suya soy y decidí servirle en dondequiera que Él me lleve… “No tengas miedo, porque he pagado tu rescate; te he llamado por tu nombre; eres mío” (Is. 43:1 NTV). Y cada vez que me preguntan de dónde soy, respondo que nací en Venezuela, pero viví bastante tiempo en Chile. Cualquiera sea tu respuesta ¿me acompañas a servirle sin importar dónde estemos?
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Escrito por Corina Diaz, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Argentina
Aparentemente en la Biblia encontramos muchos ejemplos de mujeres extranjeras, y el caso de la mujer samaritana no fue una excepción: una mujer que era confrontada por Jesús aún con lo que implicaba la situación cultural. Una mujer que era la evidencia de una vida sexual manipulada y desatendida, además de pertenecer al grupo de los samaritanos, quienes eran despreciados por los judíos. La mujer se tenía que esconder en horas del mediodía para buscar sus recursos básicos, fue en ese momento cuando surgió el encuentro con Jesús, ¿Te ha pasado que cuando estás en ese peor momento, parece que surge de la nada un rayo de luz?
Te dejo por aquí un fragmento de la historia:
Vino una mujer de Samaria a sacar agua (era como la hora sexta); y Jesús le dijo: Dame de beber. Pues sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer. La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí. Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva. La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados? Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. La mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla. (Jn. 4:7-15)
El texto no es tan claro de la situación actual de la mujer, pero si continúas la historia encontrarás que estaba en pecado, y que aun así, Jesús se acerca a ella en el momento de dificultad. Podemos reconocer que es un momento de dificultad cuando ella estaba sola buscando el agua, además de que no tenía estabilidad emocional, se describe que tuvo cinco maridos, lo cual nos indica que era una mujer herida, probablemente con una autoestima quebrada. Algunas de nosotras hemos atravesado rupturas emocionales de cualquier tipo, donde nuestra identidad es puesta en juego, pero ¿sabes qué es lo más hermoso? que Jesús vino a ella a restaurarle, así como viene hoy a nosotras, a ofrecernos una identidad y a mostrarnos nuestro propósito aquí en la tierra.
Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos. (2 Tim. 1:8-9)
Si te encuentras sola o si aún en compañía te sientes sola, en un lugar que no sea tu tierra, si has sido lastimada o tu identidad se ha visto en juego, quiero decirte que ¡siempre tendremos una oportunidad para renovarnos, para brillar y para ser nuevas mujeres en Jesús!
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