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Escrito por Michelle J. Goff, directora ejecutiva y fundadora del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
Llevo doce años visitando a médicos, sanadores, cualquier persona que ofrecía un remedio para mi enfermedad. No hay un tratamiento que no haya intentado. He cambiado mi dieta. He probado remedios herbales. Nada me ha funcionado. Hasta probé “Herbal Life.”
Llevo doce años sangrando. ¿Sabes cómo te sientes en el peor día de la menstruación? Agotada, con calambres, malhumorada, sin energía, enojada con Eva, sin apetito, o con ganas de comer todo a tu alcance. Llevo doce años sintiéndome así sin alivio.
Mujeres en la menopausia ni siquiera me comprenden totalmente.
No quiero minimizar el dolor de otros, pero ya no me queda nada y lo peor es el aislamiento y el rechazo.
Te cuento por qué. Soy judía. Y la sangre es algo impuro. Los primeros meses, no salí para ninguna parte porque haría a otros impuros. Cuando por fin tuve la valentía y la energía para salir de la casa, se empeoró todo.
Tenía que gritar, “impura,” a donde fuera para que nadie me tocara sin querer y así quedar impuro también. Es dejar al aire libre lo peor de tu vida y tu ser para que todos vean y sepan.
Es una vida muy solitaria. No tuve contacto físico por doce años – ningún abrazo caluroso ni un toque amoroso. Me sentí no amada, olvidada, y quebrantada.
Puede que te incomode hablar de estas cosas, pero los eventos de la semana pasada me han inspirado a dar un grito desde las montañas y no la palabra “impura.”
Un Maestro con gran poder sanador estaba de visita en el pueblo. Y aunque me costó creer en la esperanza de sanación, había oído tantas historias buenas de ese hombre de Dios que oré a Dios una vez más y decidí arriesgarme una vez más.
La gente rodeaba al Maestro y estaba tan cerca que sabía que yo no iba a poder acercarme a Él. Sus discípulos siempre estaban cerca y hubieran arriesgado su propia pureza para proteger al Maestro.
Pero no tuve opción. Mi última esperanza de sanación se encontró con ese hombre. Si apenas pudiera tocar el borde de su manto… Así que tapé mi cara con mi manto y desobedecí las reglas judías. En una combinación única del temor al ser descubierta y la esperanza de sanación, escondida bajo mi manto, me dirigí hacia el Maestro pasando por la cantidad de personas que le rodeaban.
Por fin, llegué al Maestro y mis dedos rozaron el borde de Su manto. De inmediato, sentí un alivio. Un gran suspiro llenó mis pulmones. La vida se restauró al cuerpo. ¡Estaba sana!
Lamentablemente, mi alivio fue breve y mi suspiro se convirtió en un grito ahogado al escuchar la voz del Maestro. “¿Quién me ha tocado?”
Sus discípulos trataron de convencerle a que fue por la gran cantidad de personas alrededor. Cuando insistió el Maestro, se realizó mi gran temor. Regaño, rechazo, aislamiento y una revocación de Su sanación estaban por venir. Lo sabía y lo temía.
Sin embargo, este Maestro fue como ningún otro. Temblé a Sus pies al confesar lo que hice y al compartir mi historia. Sus ojos se llenaron, no de condenación, sino de amor, aceptación y simpatía.
Mis lágrimas de temor se transformaron en lágrimas de gratitud profunda por el tremendo regalo que me había dado. Sí, aprecié la sanación física de mi sangramiento. Pero más poderoso aún fue la sanación emocional. Por primera vez en doce años, me dio la bienvenida a la familia. Me invitó otra vez a la comunidad. Fui redimida.
—¡Hija, tu fe te ha sanado! —me dijo Jesús—. Vete en paz y queda sana de tu aflicción.
Sí, El Maestro, Jesucristo Mesías, me había llamado, “Hija.”
Para toda la historia, puedes leer Mateo 9, Marcos 5, y Lucas 8.
P.D. Luego me enteré de que el Maestro derramó Su propia sangre redentora que permitió que todos fuéramos limpios. Ofreció a todos la oportunidad de recibir la invitación a ser parte de Su familia. Te invito a dejar que Él también te llame “Hija.”
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Escrito por Lisanka Martínez, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Venezuela
Gozar de buena salud es una bendición de la que pocas personas disfrutan en la actualidad. Entre la contaminación, la alimentación inadecuada, el estrés y las condiciones emocionales tendemos a padecer con alguna enfermedad física, mental, emocional o espiritual.
Las mujeres, en su mayoría, experimentamos al mismo tiempo muchas de esas condiciones, que están interrelacionadas. Entre ellas los trastornos por el SPM (Síndrome premenstrual). Dichos trastornos son muy comunes en las mujeres de mi familia, y yo padecí por muchos años dolores y molestias durante más de una semana al mes por dicha causa. Por esto, el relato bíblico acerca de la mujer enferma o la mujer que tocó el manto de Jesús (que vemos en los evangelios de: Mateo 9:20-22; Marcos 5:25-34 y Lucas 8:43-48), siempre me ha parecido algo sumamente extraordinario pensar en tener hemorragia durante 12 años, en las condiciones de salud e higiene de la época. Y lo más resaltante: ser considerada una mujer impura o inmunda (como dicen algunas traducciones) y por lo que decían las leyes del pueblo judío, como vemos en Levítico 15:25. Sin ningún remedio durante tanto tiempo, deben haber minado su fortaleza física, mental y emocional.
Sin embargo, el relato, aunque breve, nos da un excelente ejemplo del amor de Dios mostrado a través de Su Hijo en alguien que se atrevió a ir más allá, con un humilde acto de fe, el cual le dio su anhelada sanidad.
Leí acerca de un enfoque que mostraba a esta mujer como alguien que, por haber perdido todo su dinero en médicos que no habían podido sanarla, no tenía nada que perder y quizás podía ganar algo. Total, lo único que podía conseguir era ser rechazada y eso ya lo tenía. No obstante, para no correr ese riesgo, buscó la bendición tratando de pasar desapercibida. ¡Imposible! Dios siempre nos nota. Aunque ella era invisible para toda la multitud, y de esa manera pudo llegar a tocar el manto de nuestro Salvador a pesar de todas las personas que la separaban de Él, aunque era tenida por tan poca cosa, ella pudo llegar a Él. En su mente ella sabía que un toque la sanaría y que no le haría daño a nadie con ello.
Hay quienes lo ven desde el punto de vista de Jairo y razonan en que este padre desesperado, que rogaba por sanidad para su hija, pudo creer que esta mujer, con su acción de desesperación y fe, había detenido al Maestro, le había quitado tiempo y la posibilidad de sanar a su hija enferma; pero sabemos que no fue así, todo lo contrario, Jairo presenció un milagro aun mayor de sanidad. En cuanto a las bendiciones de sanidad, siempre hay suficiente para todos.
La mujer que tocó el manto de Jesús sabía que sólo un poco de contacto con El sería de bendición para su vida, tal y como muchas de nosotras lo hemos experimentado en nuestras vidas. Ella lo logró y de inmediato sintió el poder sanador en su cuerpo. Jesús lo notó, se detuvo y preguntó quién lo había tocado. Aunque Sus discípulos trataron de explicar lo obvio, que pudo ser cualquiera de toda la multitud que le rodeaba, Jesús esperaba la respuesta de fe a Su pregunta espiritual. La mujer sanada, temblando aún, se muestra como testimonio del alcance del poder de Dios para quien tiene fe y por eso recibe la mayor bendición. Jesús le habla directamente y le dice que queda sana de la enfermedad física, con el valioso agregado de que también ha sido salvada por su fe. ¡Que maravillosa recompensa! Ella buscaba la sanidad física y también consiguió la salvación de labios del propio Jesús.
¿Podemos decir que vamos a pedir y esperar nuestro milagro de sanidad? O, como la mujer del relato, ¿vamos a tocar con fe el manto de Jesús y obtener Su maravillosa bendición en nuestra salud espiritual, primeramente y también en la física? ¿De qué manera estamos buscando nuestra sanidad?
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