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Escrito por Johanna Zabala, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Ecuador
El hermoso pasaje bíblico citado en Gálatas 6:2 me anima a continuar accionando la misión cristiana de sobrellevar las cargas que puedan tener mis hermanas en Cristo, familia y demás personas de mi entorno relacional. Particularmente, y en el amor de Cristo, lo anterior es una exhortación de obediencia, vínculo, comunicación y confraternidad entre cada una.
Cuando digo “cargas” me refiero a las diversas dificultades y adversidades que como seres humanos y seguidoras de Cristo nos vamos a encontrar durante cada etapa de la vida, tanto física como espiritual.
Con el tiempo, podemos darnos cuenta de cargas que comenzaron en nuesto niñez. Nos afirma la gran importancia de una infancia sana. Podemos entender la primera infancia como base de la etapa joven o adulta que en este momento eres. En cada etapa, somos alma, cuerpo y corazón, hechas con amor y propósito existencial.
Al situarnos como alma, tenemos espíritu de vida que no vemos y en lo que poco nos sensibilizamos a cuidar y comprender. Le dedicamos un poco más de cuidado al cuerpo físico o externo. Sin embargo, a los órganos internos le damos mínimo cuidado. También tenemos sentimientos, que fluyen del corazón humano. La palabra de Dios dice que es engañoso, pero del cual mana la vida, como nos lo menciona Proverbios 4:23. A ese corazón igualmente debemos limpiar en concordancia con la lectura de Mateo 5:8.
Estos tres son áreas de la vida que es necesario atender y cuidar equitativamente, en pro de lograr el primer gran mandamiento del Señor Jesús. Ante tal necesidad, el estructurar alma, cuerpo y corazón nos ocasiona ciertas interferencias o dificultades para comprender la armonía plena de cada uno de ellos. Por ende, se necesita de experiencias, aceptación, fortaleza y, sobre todo, de mucha sabiduría y amor para entenderlo.
El sobrellevar las dificultades para lograr dicha armonía, requiere de caminar juntas cada vivencia, cada obstáculo y cada bendición. Y tal proceso lo podemos convertir en oportunidad, más que en carga, para entender el porqué de nuestra forma de ser y de actuar con los semejantes. Por ello, en medio de las relaciones interpersonales, podemos siempre comprender, ver e internalizar en otros nuestras propias debilidades y fortalezas que nos invitan a ser cada vez mejores personas.
Además, el evangelio de Mateo 11:28-30, Jesús enseña que todas vayamos a Su presencia. En Él aprendemos y descansamos. Somos invitadas a llevar el yugo de Cristo y a aprender de Su mansedumbre y humilde corazón. La finalidad de todo es hallar descanso del alma en dependencia plena del Señor. En Jesús observo a diario el entorno y comparto importantes retos y sufrimientos encontrados en el seno familiar y eclesiástico. Son cúmulos de constante crecimiento personal y espiritual.
Al colaborar, intervenir y conocer a cada miembro de la iglesia, se refleja la gran necesidad que tenemos de ayudarnos, edificarnos y amarnos los unos a los otros, como el mismo Jesucristo lo enseñó.
El Señor Jesús nos llama a la salvación, pero también invita a sanar el alma. ¡Sanar! ¿de qué? De una infructuosa manera de vivir enseñada por nuestros padres terrenales, para ser ahora purificada y transformada, como leemos en 1 Pedro 1:18.
Bien hemos leído o escuchado “caras vemos, corazones no sabemos”. De hecho, el profeta Isaías en el capítulo 1 y verso 5, hace énfasis en que “toda cabeza está dolida y todo corazón enfermo”. Esto nos recuerda que, a pesar de haber nacido de nuevo en las aguas del bautismo para vida nueva, existen situaciones que acontecieron y conscientemente todavía no se han sanado.
He encontrado, adultos con heridas significativas desde la niñez y que aun manifiestan importantes vacíos en sus relaciones. Veamos un dato: 89% aproximado de personas con vacíos en sus relaciones fueron abandonados por su progenitor. Por lo tanto, dentro del hogar y la iglesia es urgente ayudar a comprender lo trascendental de perdonar a nuestros padres terrenales por:
- Estar ausentes.
- Ser muy duros en la crianza.
- No tener la autoridad y el acompañamiento, sobre todo en las edades de la infancia.
- Desamor.
- Desatención.
- Inmadurez.
Con gran tristeza, quienes padecen vacíos en las relaciones interpersonales coinciden en la herida que sienten al no haber crecido en un núcleo familiar constituido, ocasionando una dificultad de origen para formar a sus hijos y más aún, para poder comunicarse asertivamente con ellos, la pareja, compañeros, amigos, mamá, papá y sobre todo con el Padre Celestial.
Concluyendo proactivamente, si somos hijas, perdonemos de corazón la inexperiencia y las heridas de papá y de mamá lo más pronto posible, a fin de ser sanas. Y, si tenemos hijos no les lastimemos. Este gran compromiso requiere de oración y de sabiduría constante en el amor de Cristo. Ayudémonos siempre a compartir y perdonar las dificultades.
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Escrito por Kat Bittner, voluntaria y miembro de la Junta del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Colorado
“Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo.” (Gal. 6:2 NVI).
“Una verdadera relación son dos personas imperfectas que se niegan a darse por vencidas la una de la otra” (Desconocido). Esa no podría ser una descripción más adecuada para nosotras como seres humanos en relaciones con otros. Las relaciones suelen ser difíciles. Requieren un gran compromiso y esfuerzo de nuestra parte para que sean mínimamente satisfactorias. Nuestra naturaleza pecaminosa, revestida de deseo egoísta, a menudo nos impide trabajar en las relaciones como deberíamos. Pero como cualquier otra cosa buena en la vida, debemos asegurarnos de que Dios esté al frente de nuestras relaciones y que Él sea la razón por la que hacemos lo que hacemos. “Hagan lo que hagan, trabajen de buena gana, como para el Señor y no como para nadie en este mundo” (Col. 3:23).
Dios diseñó la relación, y la diseñó para que fuera un esfuerzo recíproco; cada persona aporta algo a la relación que es igualmente satisfactoria. En consecuencia, las mejores relaciones están envueltas en un amor común (1 Co. 13, 4-7). Las mejores relaciones nos edifican en lugar de derribarnos (1 Tes. 5:11). Las mejores relaciones son las relaciones cargadas.
Las relaciones con cargas son aquellas que implican una dependencia mutua. Deberíamos depender de los demás (seguramente de nuestras hermanas en Cristo) para varias cosas. Nos necesitamos unas a otras para guiarnos como “El perfume y el incienso alegran el corazón, y el dulce consejo de un amigo es mejor que la confianza propia,” y “Como el hierro se afila con hierro, así un amigo se afila con su amigo.” (Prov. 27:9,17 NTV). Nos necesitamos unas a otras para la restauración espiritual, “…hermanas, si otro creyente está dominado por algún pecado, ustedes, que son espirituales, deberían ayudarlo a volver al camino recto con ternura y humildad.” (Gal. 6:1 NTV). Nos necesitamos unas a otras para recibir instrucción sobre cómo vivir como mujeres cristianas (Tito 2:3-5).
Quizás lo más importante que podemos hacer unas por otras como hermanas en Cristo es compartir las cosas que nos estorban o nos afligen. El pecado y las luchas de la vida pueden abrumarnos con una pesadumbre extrema. Las cosas pesadas de la vida pueden desalentar y debilitar nuestro estado espiritual. Nunca debemos apenarnos o avergonzarnos de compartir esas cosas que pesan mucho en nuestros corazones. El dicho “la fuerza está en los números” es muy cierto, especialmente cuando se trata de nuestra salud espiritual. El autor de Eclesiastés proclama que “Más valen dos que uno, porque obtienen más fruto de su esfuerzo …y, ¡La cuerda de tres hilos no se rompe fácilmente!” (Ecl. 4:9,12 NVI).
No podemos hacer la vida posible de ninguna manera sin relaciones sólidas. Debemos estar dispuestas a compartir nuestras cargas con nuestras hermanas en Cristo. Al hacerlo, les brindamos la poderosa curación que proviene de la oración, animándolas así a tener una fe mejor y más fuerte. “oren los unos por los otros, para que sean sanados. La oración ferviente de una persona justa tiene mucho poder y da resultados maravillosos” (Stgo 5:16, NTV).
Nuestras cargas deben ser asumidas por los demás para que la fe pueda alcanzar su logro supremo. La fe se fortalece cuando nuestras relaciones entre nosotras imitan mejor nuestra relación con Dios. Cuando nuestras relaciones entre nosotras son más auténticas, transparentes y perseverantes, podemos sobrellevar mejor la pesadez que la vida nos trae, a nosotras y a las demás. Asumir nuestras cargas unas con otras es un elemento clave para construir buenas relaciones porque también demuestra abnegación. Y verdaderamente vivimos según los principios de la enseñanza de Jesús cuando nos humillamos lo suficiente como para llevar desinteresadamente las cargas de las demás (Fil. 2:3, Rom. 13:8; Gal. 5:13; 2 Jn. 1:6). Aún más maravilloso es que Jesús también puede llevar nuestras cargas. De hecho, Él lo espera de nosotras. Aquel cuya carga es ligera nos pide que le llevemos nuestras cargas. “«Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas …. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana»” (Mat. 11:28,30 NVI).
Hermanas, no podemos darnos el lujo de estar estancadas o egocéntricas en nuestras relaciones. Las buenas relaciones requieren esfuerzo y perseverancia. Debemos comprometernos a trabajar desinteresadamente en nuestras relaciones si queremos agradar a Dios. Las relaciones pueden alimentar nuestra fe porque requieren negarse a renunciar la una a la otra tal como Dios se niega a renunciar a nosotros. Dios “te ha escogido y no te desechará” (Is. 41:9 NTV). Una relación con cargas demuestra una obra fiel. ¡Es una buena cosa! ¿Cómo serás cargada por tus relaciones?