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Escrito por Kat Bittner, miembro de la Junta Directiva del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Colorado Springs, CO
“Así que alégrense de verdad. Les espera una alegría inmensa, aunque tienen que soportar muchas pruebas por un tiempo breve. Estas pruebas demostrarán que su fe es auténtica. …” (1 Pe. 1:6-7, NTV)
Hace muchos años, sufrí la pérdida de una dulce amiga. Fue repentino e inesperado. Por primera vez en mi vida adulta, lidiaba con un dolor que nunca antes había experimentado. Y estaba profundamente cambiada. Marcada por la ira, la amargura y la indiferencia, este dolor abrumador oscureció mis bendiciones. No tenía ganas de trabajar. No tenía ningún deseo de tener compañerismo. Ni siquiera podía ocuparme de las cosas que amaba hacer, como cocinar. Había hecho mucho de eso con Hope. Todas las cosas animadas y encantadoras que había en mí se habían ido y ya no tenía más alegría. O eso pensé.
“…cambiaré su llanto en gozo, los consolaré y los alegraré de su dolor.” (Jer. 31:13, RVR1995)
Meses después asistí a una clase de Biblia para mujeres que se centró en cómo restaurar nuestro espíritu después de un momento de rechazo. La palabra "rechazo" me llamó la atención. Esto es lo que sentí tras la muerte de Hope. Me sentí rechazada por Dios. Me había brindado esta tierna amistad que había estado anhelando desde que me mudé a Colorado. Me había dado a alguien con quien podía ser sincera y transparente. Y después de 18 meses, había terminado. Dios respondió a mi oración. Y luego, mi alma fue aplastada.
Sin embargo, estudiar más la Palabra de Dios me ayudó a comprender que si reconsideraba mi dolor, podría redefinir mi gozo. Una cosa primordial fue dejar de preguntarle a Dios: "¿Por qué?" y comience a preguntar: "¿Qué hago con esto?" En las pruebas, nuestra energía debe pasar de estar enojada e indiferente a comprender cómo Dios obra en nosotros para Su voluntad y placer (Filipenses 1:13, RVR1995). Si eso es cierto, posiblemente Él no podría estar complacido con nuestra actitud autocompasiva y agria.
Con este reconocimiento del deseo de Dios, llegué a ver la bendición de conocer a Hope en lugar de fijarme en mi pérdida. Encontré una bendición al ver a Hope en el rostro de su hija. Encontré el placer de asistir a los encuentros de lucha libre de su hijo y animarlo mientras ella lo solía hacer. Incluso comencé a sumergirme en nuevas recetas sólo porque pensé que a Hope le podrían gustar. Poco a poco, con el tiempo, mi dolor se fue reduciendo. Mi enfado se apaciguó. Mi amargura se calmó. Y mi duelo se convirtió en gozo. Encontré gozo en los recuerdos de nuestro maravilloso. aunque breve, tiempo juntas. Me gocé por haber tenido una amiga con pasiones compartidas. Encontré gozo al ver crecer a sus hijos. Incluso encontré gozo en la capacidad de su esposo de volver a amar y casarse años después.
El gozo había sido redefinido. Había pasado de ser algo que pensaba que estaba a la deriva a algo inmutable. Simplemente necesitaba verlo en medio de mi dolor. El gozo necesita ser revelado. Qué bendición vivir verdaderamente las palabras de Santiago y “tenerlo por gozo” (Santiago 1: 2, RVR1995) incluso en las peores circunstancias. Hace toda la diferencia saber que el gozo eclipsa nuestra aflicción. Y puede transformar nuestra fe.
¿Cómo revelarás el gozo y serás redefinida por él?
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escrito por Eliuth Araque de Valencia, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro, viviendo en Medellín, Colombia
«Regocijaos en el Señor siempre» Filipenses 4:4
Hoy es muy poco lo que se escucha hablar del paso del tiempo entre mujeres. Aunque cada día es evidente, para las que ya hemos vivido algunas décadas es un desafío constante. Siendo madre, hija, esposa, hermana, nos vemos entre dos caminos, uno donde encontramos que no hay nada más placentero que saber que Dios nos da gracia en cada etapa vivida. Y otro donde, es prioridad preocuparnos por los cambios que gradualmente se van observando en nuestro cuerpo. Lo que me confronta y me redefine a pensar si realmente hasta este punto de mi vida donde ya no tengo 20 años, ¿lo estoy viviendo y haciendo gloriosamente en la gracia del Señor?
Con certeza sabemos que el cuerpo llegará a ser polvo y este vuelve a la tierra y el espíritu vuelve a Dios que lo dio (Ecl. 12:7). No hay filtro o efecto que pueda detenerlo mucho menos auto engañarnos pensando que la tintura de cabello, o un producto milagroso, o algún retoque quirúrgico cambie lo que ya Dios ha establecido. El avance de la edad no debe intimidarnos. Nuestra meta como mujeres cristianas no es la de retardar el envejecimiento sino hacerlo gloriosamente en la gracia del Señor. Pero ¿qué del Espíritu? ¿Envejece también al paso de nuestro cuerpo o se mantiene vigoroso y fuerte delante de Su Señor?
Mientras nuestro cuerpo se deteriora nuestro espíritu se renueva, eso lo aprendemos de las Escrituras. Sin embargo ¿nosotras estamos completamente decididas en preservar la juventud de nuestro espíritu renovándolo en una entrega constante al Señor? Esto me invita a hacer una introspección con estas preguntas:
¿Cómo lograrlo sin alimentar nuestro espíritu?
¿Cómo lograrlo si llevamos una vida desordenada?
¿Cómo lograrlo si no buscamos la piedad?
¿Si nos preocupamos más por las cosas temporales que las eternas?
Apenas obvio, en un abrir y cerrar de ojos estamos inmersas en una sociedad que idolatra completamente la juventud y con seguridad le hemos dado cabida en nuestros afanes y nos han robado el gozo. Pero si algo tenemos seguro es que nadie por mucho que se afane puede detener el tiempo y mucho menos el paso de los años que hacen cambios en nuestro cuerpo, corazón y mente. Envejecer con gozo para la Gloria de Dios debe ser el propósito de todas nosotras como mujeres piadosas que amamos a nuestro Señor y deseamos servirle. El nos alienta en Su palabra: Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 Ped. 3:18).
Amada hermana, aunque nuestro cuerpo envejezca, nuestro espíritu debe estar renovándose para cada día parecerse más a Cristo. Una vida en santidad y piedad aun en medio de las diversas pruebas nos llevará a regocijarnos siempre porque la belleza de la juventud no está en lo que el ojo humano puede ver, sino en lo que Dios ve y ha puesto de manifiesto en nuestros corazones. Y por más arrugas que se dibujen en nuestro rostro y aunque rechine el cuerpo al andar, el joven y fuerte espíritu de la mujer que teme al Señor resaltará, luciendo siempre la gloria de su Señor.
Abracemos con gozo esos años que Dios nos da y amemos los cambios que con ellos llegan, no perdamos la mirada de nuestro Señor Jesús porque vivir para la eternidad es nuestro mayor anhelo. Recordemos lo que nos dice en Proverbios 20:29, La gloria de los jóvenes es su fuerza, y la hermosura de los ancianos es su vejez.
La vejez es una etapa fructífera de la vida y hay que vivirla con gozo indefinido.