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Escrito por Débora Rodrigo, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en España, originalmente publicado el 19 de marzo de 2017
El mandato a regocijarnos en medio de las tribulaciones y estar gozosos en todo momento ha sido para mí, en muchas ocasiones, un reto incomprensible. Entiendo que la salvación es un motivo más que suficiente para estar gozosa y para desprender alegría. Pero hay situaciones en la vida en las que, sinceramente, sonreír es lo que menos me apetece.
Debemos entender que el gozo es algo mucho más profundo que la emoción de la alegría, que es momentánea y cambiante.
El gozo es un estado del alma, de lo más profundo de nuestro ser. Podemos tener un día horrible en el que todo sale mal; o podemos estar incluso pasando por una temporada especialmente difícil en nuestra vida. Eso producirá un cambio en nuestras emociones, y probablemente puedan mantenerse así durante unas horas, días, o semanas. Pero las circunstancias de la vida, ya sean pequeñas o grandes, no son las responsables del estado emocional de nuestra alma.
¿Qué hay dentro de tu alma? ¿Hay gozo? ¿o hay amargura? Puede parecer un tanto difícil identificar el estado de tu alma, pero en realidad, es mucho más sencillo de lo que pensamos. Observa tu conducta, escucha tus palabras y analízalas. El mismo Jesús nos dio la clave en Lucas 6:45, lo que almacenamos en nuestro interior es lo que se refleja en nuestra conducta y nuestras palabras. Si tenemos el alma inundada de amargura, amargura saldrá de nosotras, ya sea un día bueno, en el que todo parece ir bien, o un día malo, donde las cosas se tuercen. Si, en cambio, lo que predomina es gozo, irradiaremos gozo inevitablemente. Lo que está claro es que una fuente no puede echar por una misma abertura agua dulce y agua amarga (Sant. 3:11). Una de dos, o estás salpicando con gozo a los demás o les estás salpicando con amargura. Y por experiencia propia te digo: es muy fácil inundar nuestra alma de amargura, supongo que por eso Pablo repite con tanta insistencia que nos regocijemos.
Sea cual sea la situación que atraviesas en este momento de tu vida, sea que las circunstancias sean propicias o que se tornen contrarias; si la invitación a regocijarte te resulta inalcanzable, probablemente hayas dejado que el mar de amargura invada tu alma. Tengo buenas noticias para ti: el agua amarga puede ser convertida fácilmente en agua dulce. Sólo tienes que clamar a Dios y pedirle que te muestre qué hacer, así como se lo enseñó a Moisés (Éx. 15:23-25). Una simple oración fue suficiente para que Moisés supiera qué hacer para que el agua amarga con el que calmaría la sed del pueblo fuera transformada en agua dulce. Cambiar esa agua que invade tu alma no es más difícil para Dios que cambiar el agua física en la historia de Moisés. Clama a Dios, y Él responderá, Él tiene la clave para que esa agua amarga que te inunda se convierta en agua dulce. Él es la clave para que de tu fuente fluya gozo.
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Escrito por Corina Diaz, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Argentina
A través de la historia de la Biblia observamos distintos episodios de gozo y gratitud, algunos son cantos de alabanza, otros son oraciones y otros, simplemente instrucciones para la vida cristiana. Así que parece muy amplio el sentido de gozo cuando leemos un libro que contiene la historia de la humanidad.
El gozo se puede manifestar como una emoción, pero también como un estado que atravesamos en un determinado período de tiempo. Me gusta pensar en la idea de que Dios se goza con nosotros y que es un gozo que fluye a través de mí por Su amor infinito. En Deuteronomio 28:63 dice que Dios se gozó con el pueblo y en el capítulo 30:9, también relata que Dios se gozó con los antepasados. Entonces, vemos que es una cualidad de Dios y que, de la misma manera, Dios buscaba transmitirla a Su pueblo.
Entonces se me viene a la mente Mateo 25:23 (RVR1960), “Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.” La invitación es clara, pero, ¿cómo podemos lograrlo?
Recuerdo que en algún momento exagerado de mi vida siempre mencionaba que estaba gozosa porque así lo decía la Biblia en Tesalonicenses -estar siempre gozosos y orar sin cesar-. Sin embargo, esto fue algo que no pude sostener con el tiempo, para estar gozosa era necesario participar del sufrimiento de la cruz junto a Cristo. Yo quería estar gozosa, pero debía permitirme sentir otras emociones y experimentar otros estados para ir avanzando en el ciclo del gozo del que tanto el Señor me ha invitado a participar. El gozo es el fruto del Espíritu Santo y surge de la alegría de generar bondad y caridad con la humanidad.
Como dice C.S Lewis en su libro “Sorprendidos por el gozo,” el gozo es degustado cuando Dios nos los sirve, cuando estamos tan conectados con Dios que podemos hallarle en la simpleza de un atardecer.
“Dudo que cualquier persona que lo haya probado (el gozo) lo cambiaría, si estuviera en su poder, por todos los placeres del mundo.”