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Escrito por Meagan Adams, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en McRae, Arkansas
Algunas relaciones son fáciles; algunas son difíciles. La pandemia expuso muchos conflictos que estaban hirviendo bajo la superficie. Nos hemos dividido en campamentos de "nosotros" versus "ellos" en muchos niveles. ¿Alguien más siente que estamos experimentando otra Babel, donde ni siquiera hablamos el mismo idioma? Sentí los desafíos de la relación con más fuerza cuando nuestra hija adulta se mudó a casa el otoño pasado. Después de estar sin trabajo durante casi un año debido a la pandemia, sus ahorros se agotaron. Le ofrecimos nuestra casa para vivir. "No te preocupes," le dijimos, "volveremos a Grecia en un par de semanas y tú tendrás la casa para ti sola." Se desarrollaron variantes del virus, los países experimentaron nuevas oleadas de casos, las regulaciones y las opciones de viaje cambiaban continuamente. De alguna manera, un par de semanas se convirtieron en tres meses.
Nunca es fácil cuando un hijo adulto se muda a casa. Es especialmente desafiante cuando ese hijo adulto ha desarrollado una visión del mundo muy diferente a la tuya. Cada conversación se convertía en un debate y me daba miedo abrir la boca porque sentía que ni siquiera hablaba el mismo idioma. Pasé mucho tiempo orando, pidiendo nuevas formas de relacionarme. Todavía estoy esperando una epifanía. Las cosas mejoraron, pero el desafío de la relación sigue ahí, lo que no es necesariamente algo malo. Verás, cuando nuestra hija vivió lejos, fue fácil no participar más allá del nivel de la superficie. Al vivir juntas, esto no fue posible. Incluso si no es más fácil, la relación es mejor porque algo realmente está sucediendo.
Recientemente pensé en una parábola en la que Jesús usa una familia en conflicto para relatar una verdad espiritual. Lucas 15:11-32 cuenta la historia que comúnmente llamamos "El hijo pródigo." En última instancia, se trata de la redención de Dios para todas las personas, incluso aquellas que podrían considerarse indignas, pero también podemos aprender algunas lecciones sobre la familia en la historia. Un hombre tiene dos hijos: el hijo fácil y el hijo difícil (estoy parafraseando aquí). Cuando el "hijo difícil" pide su herencia antes de tiempo, estoy segura de que el padre sabía que no estaba realmente preparado para ello. También conocía a su hijo lo suficientemente bien como para darse cuenta de que disuadirlo sería contraproducente. Y entonces, lo dejó ir. El peligro era real; estoy segura de que todas conocemos historias de pródigos que nunca regresaron.
Pero nosotras, como nuestro Padre, no podemos forzar el cambio en aquellos que vemos que van por un camino destructivo. El cambio debe venir desde adentro. Esperamos, amamos y miramos, como lo hace el padre de la parábola. La historia de Lucas tiene un final feliz en el medio cuando el hijo menor regresa a casa. Se restablece la relación. Pero, ay, la alegría se interrumpe. El hijo mayor, el "hijo fácil," está resentido. ¿Lo superará el hijo mayor? ¿Seguirá encontrándose su resentimiento? La historia termina con este tema aún pendiente. El padre ha vuelto al juego de la espera. Él le dice: " Hijo mío, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo” (Lucas 15:31, DHH), pero no puede forzar un cambio en el corazón del hijo mayor. Todo lo que puede hacer es esperar, amar y esperar la oportunidad de conectarse de nuevo.
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Escrito por Corina Díaz, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Argentina
¿Has pensado cuál es la relación más importante en tu vida?
Cuando pensamos en la relación más importante de nuestras vidas, seguramente viene a nuestra mente la relación con Jesús; y si esta idea no viene a nuestra cabeza, entonces no te preocupes, vamos a observar de cerca cuál es la necesidad de priorizar esta relación.
A mi parecer, Pedro es un hombre de relaciones, en sus cartas describe las relaciones entre los esposos, líderes, padres e hijos, extranjeros y miembros del cuerpo de Cristo, quizá también otras relaciones; pero el punto interesante aquí es, que Cristo es el centro de estas relaciones. En el capítulo 1 de su primera carta, desde el versículo 3 al 9, Pedro relata acerca de la herencia que hemos recibido de Cristo y cómo, a través de nuestra fe, llegamos a amar a Dios aún sin haberle visto. Además de la relación perfecta entre Padre, Hijo y Espíritu Santo somos nosotras directamente beneficiadas de la gracia y la misericordia infinita de Dios. De esta manera, ahora nosotras recibiendo este regalo, estamos totalmente capacitadas para generar amor sincero a través de la obediencia.
“Ahora que se han purificado obedeciendo a la verdad y tienen un amor sincero por sus hermanos, ámense de todo corazón los unos a los otros.” (1 Pedro 1:22, NVI)
De esta manera, vemos que la obediencia a la verdad es directamente proporcional a la forma en la que generamos amor y nos mostramos ante las demás personas, siendo vulnerables (amándonos de corazón sin esperar nada a cambio), mostrando a Jesús en cada acto de nuestras vidas y sosteniendo con paciencia a la otra en su debilidad.
Es así como a través del trabajo constante en mi relación con Jesús, puedo tejer con paciencia redes vinculares saludables y relaciones que me ayuden a formar mi carácter, y que, además, de forma recíproca, me permitan reconectar con Jesús en mis momentos de dificultad.