Escrito por Kim Solís, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Milwaukie, Oregón
Nunca lo vi venir.
Me enseñaron cómo ser una hija y obedecer a mis padres, aunque no siempre lo hacía, buscando hacer mi propia voluntad antes que la de ellos.
Me aconsejaron cómo ser una esposa joven, a respetar a mi marido, aunque a veces mis impulsos me llevaron en otras direcciones.
Tomé clases de cómo ser una mamá, a criar a mis hijos en la disciplina del Señor, aunque muchas veces me he preguntado si realmente he hecho el trabajo que podía o debía haber hecho.
Las relaciones se mueven y cambian mientras crecemos y maduramos. Las experiencias y pruebas nos sacuden y tenemos que adaptarnos y cambiar. Pero, casi siempre, estamos preparados, si no con herramientas, por lo menos con el conocimiento de que el cambio vendrá.
Por ejemplo, sabemos que creceremos y que nos independizaremos de nuestros padres.
Sabemos que nuestro matrimonio sufrirá altas y bajas, que no debemos tomarlo por hecho, y que tenemos que trabajar para que dure.
Sabemos que nuestros hijos crecerán y que nuestras relaciones con ellos también cambiarán mientras ellos tomen sus propias decisiones, aun con las cuales no estamos totalmente de acuerdo.
Pero, ¿quién nos prepara para la relación con padres quienes cada vez vuelven más y más dependientes de nosotros mientras envejecen y sus cuerpos (y a veces mentes) comienzan a fallar?
Estoy por cumplir los 50 años. He sido independiente de mis padres por tres décadas. Tengo 27 años de casada y estamos disfrutando de una relación buena, estable y sólida. Hemos criado a tres hijos y estamos disfrutando la expansión de la familia ahora que están buscando su pareja y contemplando la formación de sus propias familias. Mi rol como mamá se está redefiniendo y es un proceso hermoso y que da temor, pero es inmensamente satisfactorio.
Pero… nadie me dijo. Nadie me advirtió. Nada me preparó para el hecho que, al ver a mis propios hijos volar del nido y al contemplar la próxima etapa de mi vida, estaría tomando de nuevo el papel de mamá. No de mis hijos, sino de mi madre.
Honra a tu madre y tu padre. (Efesios 6:2, entre otros)
Siempre hablamos de honrar a nuestros padres como obedecerles cuando somos niños. ¿Pero cómo los honramos cuando son viejos?
Ahora su salud está fallando y constantemente nuestra relación se está redefiniendo. Soy la hija obediente que sirve cuando se necesita, y también la mamá que toma decisiones, asegurándose de que todo esté en orden y bajo control.
Lo puedo hacer. Lo hice para mis hijos, y puedo cuidar a mi mamá. Pero, nadie me dijo cómo me dolería el corazón al ver a la mujer siempre tan fuerte y segura, ahora de repente tan débil y olvidadiza. Era mi roca, y ahora me necesita.
Es fácil irritarse, contestar enojada y ser impaciente. Ella no es una niña; debe poder hacer cosas básicas por ella misma, como siempre lo ha hecho. Pero las cosas han cambiado, y siguen cambiando constantemente.
Entonces, ¿qué significa honrar a mi mamá en esta etapa de la vida?
Las palabras de Pablo a los gálatas me dan dirección para esta, y todas las relaciones que tengo:
En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas. Los que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones y deseos. Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu. No dejemos que la vanidad nos lleve a irritarnos y a envidiarnos unos a otros. (Gálatas 5:22-26, NVI)
Si soy honesta, a veces no quiero asumir este rol. Quiero que mi mamá me cuide a mí… no la quiero cuidar a ella. Pero no se trata de lo que yo quiero; se trata de lo que ella necesita. Ella es mi mamá, la que me cuidó cuando no pude cuidar de mi misma. Me toca hacer lo que Dios me llama a hacer, y el Espíritu me dará la fuerza.
No es el momento de tratar a mi mamá con impaciencia, exasperación, autoridad y dureza.
Le amo. Es un gozo tener este tiempo juntas. Estoy en paz con lo que vendrá, sabiendo que está en las manos de Dios. Seré paciente, dándole calma y espacio para realizar las cosas que ahora le cuestan trabajo. La trataré con amabilidad, bondad, y humildad… con fidelidad por el tiempo que sea. Tengo que practicar dominio propio en los momentos cuando su debilidad le hace decir algo hiriente, y, sobre todo, continuamente colocarla a ella, y a mi misma, en las manos de Dios.
He llegado a entender, por medio de esta y otras lecciones en este último año, que no se trata de lo que vivimos, sino CÓMO lo vivimos. Esto no es lo que hubiera elegido para vivir durante este último año, pero lo estoy viviendo con gran gozo y paz, agradecida por la oportunidad de servir y honrar a mi madre, como Dios nos lo ha pedido.
¿Hay algo que puedes hacer hoy para honrar a tu madre y padre?