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2021 07 02 Kristi BondEscrito por Kristi Bond, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas

¿Con qué frecuencia hacemos algo sin pensarlo primero? La respuesta debe ser…constantemente. De hecho, Dios formó nuestro cerebro para dirigir varias funciones del cuerpo sin que nosotros tengamos que pensarlas ni ser completamente conscientes de ellas. Las acciones y reacciones de los sistemas nerviosos, de digestión y de respiración, por ejemplo, no necesitan nuestra atención.

Uno de los mayores problemas del ser humano es que muchas veces hablamos o entramos en conversación como si nuestra capacidad de hablar fuera meramente uno de estos actos inconscientes. Hablamos sin pensarlo. No guardamos la lengua cuando lo debemos hacer. O dejamos pasar momentos en que debemos decir la verdad, pero no estamos alertas.

Cuando Dios creó el universo, la luz, la tierra, los animales – y los humanos – lo hizo con palabras. “Y dijo Dios: ‘¡Que exista la luz!’ Y la luz llegó a existir” (Gén. 1:3, NVI). En el primer capítulo de su libro Speak Love: Making Your Words Matter (Habla amor: Haz que tus palabras importen), Annie F. Downs escribe que Dios podría haber creado todo el mundo por medio de una tos o con Sus manos o Sus pensamientos, pero no lo hizo así. Se registran las palabras de Dios en más de la mitad de los versículos de Génesis 1. La comunicación era integral en la creación.

Además de eso, nuestro Creador nos formó en Su imagen (Gén 1:26-27), dándonos también a nosotros la capacidad de comunicar – y no sólo de comunicar, sino de crear con nuestras palabras. ¿Qué es lo que, por lo menos en parte, crea una amistad? ¿Un matrimonio? ¿Una idea que se pone en práctica o una empresa de negocios? ¡Son palabras! La comunicación da vida a los deseos o pensamientos. Somos capaces de crear porque Dios nos dio el don de la palabra.

En la primera comunicación de Adán de la cual la Biblia nos informa, él mismo da nombre a los animales de la misma manera en que Dios les dio nombre al día y a la noche: “El hombre les puso nombre a todos los seres vivos, y con ese nombre se les conoce” (Gén 2:19b, NVI). Importan los nombres y las palabras que usamos para describir. Las palabras ayudan a formar nuestra percepción en cuanto a todo lo que nos rodea y aun lo que pensamos de nosotras mismas. De mayor importancia, nuestras palabras pueden impactar en la autopercepción de otras personas.La comunicación redefinida reconoce el poder de creación que existe en nuestras palabras.

Se nos recuerda de este poder en los Proverbios: “La lengua apacible [en algunas versiones sana] es árbol de vida; más la perversidad de ella es quebrantamiento de espíritu” (15:4, NVI), y también “La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos” (18:21, NVI).

Si el poder de la muerte y la vida reside en nuestras palabras, ¿no es que debemos pensarlas bien? ¿Cómo es que podemos tratar con tanta casualidad este don increíble que Dios nos ha dado? Cuando hablamos mal de otra mujer, cuando menospreciamos al esposo o criticamos a los hijos sin pensarlo, sembramos espinas en vez de plantar árbol de vida. Hay que considerar el fruto que es producido por nuestras palabras en la vida de otros.

¿Cómo puedes usar las palabras hoy para crear vida?

 

miercolesdemotivacíon04 2021 06 30Escrito por Corina Diaz, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Argentina.

La humildad es una cualidad o valor que nos permite reconocer nuestros límites y aceptarlos. En este sentido, nos invita a reflexionar sobre nuestro ego y nuestra verdadera naturaleza.

En algún tiempo de mi vida consideraba que la humildad tenía que ver con la humillación y la modestia ante de los demás, así que tenía la tendencia de bajar mi autoestima para sentir que podía sostener una actitud humilde. Sin embargo, al darme cuenta de que se trata de otro concepto quizá un poco más positivo, entonces mi perspectiva cambió. Ser humilde es poder identificar mis capacidades y colocarlas al servicio de mi prójimo. Entonces, ¿por qué tenemos que esconder lo que hacemos bien para parecer humildes? Esto no es necesario, y Jesús nos da un claro ejemplo en Lucas 9:46-48:

“-Entonces entraron en discusión sobre quién de ellos sería el mayor. Y Jesús, percibiendo los pensamientos de sus corazones, tomó a un niño y lo puso junto a sí, y les dijo: Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y cualquiera que me recibe a mí, recibe al que me envió; porque el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande-”

Mientras leo este mensaje de Jesús, quiero pensar en cómo piensa un niño. Los niños no bajan su autoestima para ayudar a los demás, por el contrario, insisten muchas veces en ayudar. Suelen también aceptar a las personas que tienen alrededor sin prejuicios, y dependiendo de la edad en la que se encuentren, no conocen nada acerca del ego, simplemente dan lo que tienen que dar y practican lo que han ido aprendiendo. Los discípulos se preguntaban sobre quién sería el mayor, pensando quizá en sabiduría o acciones que habían acumulado en el tiempo con Jesús, ¡Vaya sorpresa! El mismo Jesús les dice que hay alguien mucho mayor que ellos, alguien que no conoce todo lo que ellos conocen, pero que es capaz de acercarse con la mente libre de prejuicios y con la simple intención de aprender: un niño.

Dios no tiene un buzón de puntajes para cada una de nosotras, pero sí se agrada con quienes suman sus dones al servicio del Reino de Dios. Valorar nuestros propios dones y practicarlos, revela una actitud de humildad que sólo Dios puede reconocer en nosotros. Cuando evaluamos lo que somos capaces de hacer o no, nos estamos preparando para servir de una mejor manera, esto es, dejar la soberbia de guardar mis cualidades únicamente para mis logros personales, y permitir que Jesús me muestre la mejor manera de usarlas, así como un niño que llega con su corazón en blanco trayendo lo que apenas ha aprendido y deseando usarlo sin conocer el ego.

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