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Escrito por Victoria Mendoza, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Texas
Recuerdo la madrugada fría de diciembre del año 2000 junto a mi familia. Salí de mi casa y viajamos a otro país. Mi suegra estaba enferma y tenía que llevar un tratamiento de diálisis y necesitaba los cuidados de la familia; con gusto acepté cuidarla.
Me sentía triste dejando a mis padres y mis hermanos con dudas de cómo sería vivir en un país extraño. Pero estaba contenta porque decía que sólo sería por un tiempo. Las cosas se complicaron cada día, mi suegra necesitaba más cuidados. El tratamiento la dejaba muy débil y cada vez se veía más lejano el volver. Muchas cosas venían a mi mente y lo que más me dolía era sentir a mis padres tan lejos. Me asustaba el pensar que ya no pudiera volver a verlos.
Yo oraba a Dios para que me diera la fuerza y sabiduría para seguir. Y que guiara a mis hijos por el camino del bien en una ciudad tan grande.
Mi hijo conoció en su trabajo a una joven amable, trabajadora y con un corazón de servicio a los demás. Ella ahora es su esposa y juntos formaron una hermosa familia dándome la bendición de un nieto más. Ella lo invitó a conocer el evangelio y él obedeció, y siendo novios daban clases a mi hija mayor y a su esposo quienes también se bautizaron. Ellos tienen tres hijos que ya están bautizados. Me alegraba mucho mirar cómo Dios transformaba a las personas que decidían seguirle.
Cada paso de nuestras vidas tiene un propósito. El por qué nos movimos a otro país, sólo Dios sabía los planes que tenía para mí. Y eran para que mi familia llegara a los pies de Cristo y para que yo también le obedeciera.
Los cambios muchas veces no son agradables. Porque implican muchas cosas como: la separación de la familia cercana para formar tu propia familia, un trabajo nuevo, nuevos amigos, nuevas escuelas; esto nos hace recordar que somos peregrinos en esta tierra.
“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.” (Heb. 11:8)
Con la mente humana era aterrador pensar en salir, sin saber a dónde iba. Surgían preguntas como: ¿qué haré sin conocer a nadie? ¿A quién acudir si necesito ayuda? ¿Quién nos consolará en los momentos difíciles? ¿Qué pasará con mi familia si yo muero?
Aunque sabemos que Dios puede protegernos y ayudarnos ante cualquier circunstancia, no sabemos lo que nos tocará sufrir en nuestras vidas. Mientras estemos en este mundo vamos a sufrir muchas veces, ahí es donde nuestra fe será probada. No estamos seguras de lo que nos depara el futuro, pero sabemos Quién está a cargo del futuro.
“Es, pues, la fe, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” (Heb. 11:1 RVR1960)
Dios no quiere que veamos este mundo como un hogar permanente, porque Él tiene algo mejor para nosotras. Se nos anima a ver el futuro como Abraham: “porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb. 11:10).
Han pasado ya 22 años y ahora puedo entender claramente que la fe que yo tenía se hizo más fuerte en mi vida. Sé que Dios seguirá obrando en mí y que, así como estuvo con Abraham estará conmigo, ¡qué maravilloso saber que yo soy parte de esa descendencia!
“Por lo cual también, de uno, y ese ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar.” (Heb. 11:12)
Querida hermana y amiga, solamente la fe en Dios podrá sostenerte en los momentos más difíciles de tu vida porque seguirás confiando y seguirás creyendo a pesar del dolor y las luchas que tienes cada día. Yo he pasado por muchas tribulaciones, pero Dios nunca me suelta de Su mano y siempre me dice aquí estoy. Y, aunque el camino que tengamos que recorrer esté lleno de peligros de enfermedad o tribulación, seguiremos de pie, porque confiamos en ese mismo Dios de Abraham quien se encontró en la más dura prueba de su vida: Ofrecer a su hijo en sacrificio (Génesis 22).
Cuando Isaac nació después de muchos años de que su padre y su madre habían esperado y anhelado por muchos años este nacimiento, fue su tesoro más preciado. En medio de su alegría Abraham recibió el mandamiento de tomar a su hijo y ofrecerlo como sacrificio. ¿Pueden imaginar lo que sentía Abraham en su corazón al tener que ofrecer a su hijo? ¿Nosotras amamos a nuestros hijos tanto como Abraham y Sara amaban al suyo? ¿Qué creen que sintió cuando se despidieron de Sara, la madre? ¿Qué sentimientos creen que había en su corazón al contemplar a Isaac despidiéndose de su madre al emprender el viaje de tres días hasta el lugar señalado para el sacrificio?
Después de haber caminado tres días de camino se acercaba la hora. Y al escuchar estas palabras de su hijo sin duda fueron unas de las palabras más tristes de su vida:
“Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?” (Gén. 22:7)
En esos momentos Abraham pudo perder su fe y no lo hizo porque confiaba en el mismo Dios que usted y yo confiamos aun en las situaciones más difíciles de nuestra vida y cuando pareciera que ya no hay nada que se puede hacer. Como en una enfermedad terminal o cuando lo has perdido todo.
“Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos.” (Gén. 22:8)
Abraham creyó y Dios proveyó. Así que, hermana y amiga, para todo lo que estás viviendo, Dios proveerá.
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Escrito por Elise Siklosi, voluntaria del Minissterio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas
Piensa en un momento en el que tuviste que sacrificar algo o renunciar a ello. ¿Fue un evento? ¿Una cita de uñas o una cena importante? Tal vez tuviste que renunciar a la tentación de agarrar esa barra de chocolate Snickers del pasillo de la caja o, como me gusta decir, del pasillo de compras impulsivas. O tal vez fue algo más grande, como una oferta de trabajo o una entrevista. No fue tan fácil, ¿verdad?
Siempre hay un pequeño matiz de incomodidad al entregar algo a lo que no deseas renunciar. Quizás lo que estás entregando es mucho más grande que una barra de Snickers. Tal vez actualmente estés en el proceso de renunciar a una expectativa de algo de lo que tenías muchas esperanzas. Tal vez estés renunciando a una relación, el potencial para el matrimonio, un ser querido... la lista podría continuar. Las personas son, sin duda, mucho más difíciles de abandonar que casi cualquier cosa. Abraham, un fiel seguidor de Dios, sabe muy bien lo que significa entregar algo increíblemente cercano a él: su propio hijo.
Abraham, como el resto de nosotros como creyentes, fue escogido, escogido por Dios, para ser el padre de muchas naciones por venir. Hay múltiples relatos a lo largo de Génesis cuando Dios promete a Abraham y a su esposa, Sara, que tendrán muchos descendientes. En el capítulo 12, el Señor le dice a Abraham (Abram en ese momento),
“…Haré de ti una gran nación, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre; Y así serás una bendición…” (v. 2).
Lo gracioso de Abraham y su esposa Sara, es que esta pareja en particular es muy mayor cuando se les prometen estas cosas. De hecho, Sara era incluso estéril. En otras palabras, supuestamente, no había forma posible de que pudiera tener un hijo. Con esto, a Abraham le sobraron dudas y preguntas. Con un corazón impaciente e incrédulo a la promesa de Dios de descendientes, incluso concibió un hijo con Agar, la sierva de Sara, porque estaba tan desesperado por que Su promesa se cumpliera. Pero Dios, en Su fidelidad, fue inquebrantable de Su promesa.
En Génesis 17:2, Él, nuevamente, le recuerda a Abraham esta dulce garantía al decir: “Estableceré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera”. En respuesta a esto, Abraham “se postró sobre su rostro y se rio” con incredulidad (17:17), porque tenía cien años en este momento. Aun así, Dios respondió con seguridad, diciendo: “Y estableceré mi pacto con [tu hijo] por pacto perpetuo para su descendencia después de él” (17:19). No es de extrañar que Dios cumpla Su promesa a Abraham en el capítulo 21. Dice:
“Visitó Jehová a Sara, como había dicho, e hizo Jehová con Sara como había hablado. 2 Y Sara concibió y dio a Abraham un hijo en su vejez, en el tiempo que Dios le había dicho.” (v. 1-2)
¡Qué hermosa declaración! Isaac, el hijo prometido, finalmente ha nacido. Esto sólo demuestra cuán inquebrantable es la fidelidad de nuestro Dios. Me recuerda a Isaías 55:11:
“sí será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.”
Quiero decir, guau. ¡Las palabras de Dios tienen tanto poder! Mientras que Abraham, con su corazón incrédulo, se acostó con otra mujer e incluso se río en la cara de Dios, la fidelidad del Señor no se conmovió. Proporcionó a Abraham seguridad y protección con Sus mismas palabras. Aquí está la simple verdad: no “regresan a [Él] vacías”. Tan dulce como esto es, la historia del hijo de Abraham no termina aquí. En el capítulo 22, Dios le pide algo bastante inesperado a Abraham, mandándole: “Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré.” (v. 2). ¿Disculpa qué? ¿Dios no acaba de cumplir Su promesa de un hijo a Abraham? Incluso se asegura de mencionar el hecho de que Isaac es el "único hijo" de Abraham al que ama mucho.
Extrañamente, Abraham responde a este mandato con obediencia. No se registra ninguna queja de él, en comparación con los capítulos anteriores donde había una evidente falta de confianza en Dios. En todo caso, la forma en que reacciona muestra que esta tarea de entregar una de sus relaciones más queridas es de gran importancia para Abraham. Génesis 22:3 dice que él “se levantó temprano en la mañana” para preparar la ofrenda antes de partir hacia la montaña para sacrificar a Isaac. Como alguien que no es en absoluto una persona mañanera, me parece que esta misión fue increíblemente importante para Abraham.
Después de atar a Isaac al altar, levanta el brazo, cuchillo en mano, para proceder con el sacrificio. Pero Dios interrumpe en el capítulo 22:12, enviando un mensajero para ordenarle diciendo: “No extiendas tu mano contra el muchacho, y no le hagas nada; porque ahora sé que temes a Dios ya que no me rehusaste tu hijo, tu único hijo.” Luego recompensa su fidelidad proporcionando a Abraham un carnero para sacrificar en lugar de Isaac. ¡Tengo lágrimas en los ojos mientras escribo esto! Reflexionar sobre un amor tan profundo y resistente por Dios me deja absolutamente atónita. ¿Qué tipo de fe entrega una vida humana a Dios? ¿Qué tipo de fe entrega a Dios al único hijo por el que se había orado durante años?
Reflexionemos sobre el cambio de corazón de Abraham a lo largo de su vida: comenzó como un hombre de corazón endurecido. Con su incredulidad, vino una falta de confianza. Y con la falta de confianza, vino la falta de voluntad para entregarle algo a Dios... incluyendo sus propias expectativas de que Dios cumpliera la promesa que le hizo.
Se acostó con Agar porque, para Abraham, “Dios no es un Dios fiel en el que valga la pena confiar”. Por lo tanto, tomó su propia iniciativa con la esperanza de cumplir una promesa divina con una “resolución” humana. ¿Una garantía del tamaño de Dios siendo satisfecha por la carne? ¡Nunca! Al ser testigo de la fidelidad de Dios mostrada a través del nacimiento de un hijo, el corazón de Abraham pasó de ser duro e incrédulo a ser blando y rendido.
Tenía tanta confianza en el poder inquebrantable de Dios que estaba dispuesto a renunciar a cualquier cosa por Dios... ¡incluso a Isaac! Encontró descanso de la agitación en el poder de Dios y en la plenitud de Su satisfacción. Abraham sabía que Dios lo sustentaría y satisfaría todas sus necesidades. Incluso cuando no podía ver lo que Dios estaba haciendo en el futuro, todavía podía confiar en el plan seguro y profundamente arraigado de Dios. Si vale la pena sumergirse tan profundamente en una relación con el Señor, ¡entonces debe valer la pena entregarse a ella con total confianza y confianza!
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