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Escrito por Alicia Gonzalez, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Austin, TX
Nací en un lugar muy hermoso, Michoacán es considerado el Alma de México. Recorrer la entidad es darse cuenta del sentir cultural y la riqueza de un pueblo que conserva sus tradiciones, costumbres y belleza arquitectónica combinado con historia en cada calle, en cada persona, en cada festividad, en la gastronomía y coloridas artesanías.
A la edad de 14 años comencé a darme cuenta de que esos colores se tornaban grises. Parecía que no eran tan hermosos como yo los veía de niña. A veces, al mirar todo el arduo trabajo que hacían las mujeres que viven en lugares alejados de la ciudad, me preguntaba si tan solo pudiera tener alas como una mariposa y poder escapar. El sufrimiento de ellas, donde se piensa que la mujer sólo es para tener hijos y atender a un esposo, llegué a pensar que Dios era injusto y que Él no amaba a todos por igual. Yo sabía que existía un Dios.
Una mañana llegué por agua al río como de costumbre y miré a una mujer como en el octavo mes de embarazo, ella lloraba por el abuso físico y psicológico por parte de su esposo. Sus lágrimas caían y se las llevaba la corriente. Ahí en ese preciso momento sentí que mi vida se detuvo. Me dije a mí misma: No me casaré, no quiero seguir la cadena de las mujeres de mi pueblo. ¿Será que se pueden romper las cadenas? Me preguntaba si existían hombres y mujeres diferentes a los que conocía.
Yo no sabía que ya en ese entonces había una hermosa mujer quien, sin conocer a Dios, oraba a Dios en su angustia de madre, para que le diera una buena esposa a su hijo. ¿Quién pensaría que esa esposa sería yo, la misma que no pensaba casarse?
Años más tarde llegué a la ciudad de Austin, TX, en donde conocí a Dios. Él me enseñó que se puede vivir una nueva vida. En el 2007, entregué mi vida a Dios. Desde entonces me propuse a dar a conocer a las personas que me rodean que sí se puede vivir de una forma diferente a las costumbres que muchas veces se nos enseña, porque todos tenemos un valor especial para Dios, no importa quién seas ni de donde vengas, el sufrimiento será menos pesado porque ya no estaremos solas.
2 Corintios 5:17 dice, “De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas”.
Dios permitió que encontrara en esta ciudad a un hombre maravilloso. Me sentí como Rut al llegar a trabajar en donde él trabajaba, porque él era especial. Un joven sabio, aun sin conocer el evangelio. Sin duda que Dios ya lo había elegido para servir en Su obra. Yo recuerdo que yo aún estaba recibiendo clases en la iglesia y no me había bautizado, pero yo ya le estaba compartiendo a él sobre la Palabra de Dios. Él se bautizó un año después de que yo lo hiciera. Duramos 3 años de novios, y nuestras salidas eran a evangelizar junto con el predicador. Hermosos momentos, y aquí estamos, 13 años después, felizmente casados y con un hijo hermoso quien también ora, canta y le gusta ayudar a los demás.
Los planes y los tiempos de Dios son perfectos. El sacrificio de Cristo Jesús me hizo entender el gran amor de Dios para todos los que decidan seguirle. Y claro que Él puede romper esas cadenas que vienen de generación en generación. Él puede dar una vida nueva. ¡Sí existen hombres y mujeres capaces de cambiar la vida de toda una generación!
Después de que mi vida cambió, vine a formar parte de la iglesia; la familia de mi esposo, incluyendo a mi suegra, también es ahora una familia que trabaja en la obra.
¿Cuántas vidas pueden ser cambiadas porque solo una persona llegue a los pies de Cristo? El trabajo que estás haciendo ahora tendrá su recompensa.
Querida hermana sigue luchando sigue creyendo.
¡¡Así fue como Dios cambió mi vida!! Y ahora mis ojos lo ven, “De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven” (Job 42:5).
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Escrito por Melanie Curtis, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas
En julio de 2021, me acerqué a Dios más que nunca, en mi vida adulta, cuando di a luz a mi hermosa niñita, Ginny. Sin embargo, desde entonces he luchado con Dios, tal vez más que nunca. Es decir, me ha costado entender la profundidad de Juan 3:16, “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.” ¿Cómo podría permitir un padre que su hijo sufra, especialmente en el grado en que lo hizo Jesús? Esta es una pregunta difícil, pero cuando hacemos las preguntas difíciles, nunca debemos olvidar que “Dios es amor” (1 Jn. 4:8b). Recordemos que Dios es amor mientras que examinamos más a fondo el sacrificio de Jesús.
1. Jesús murió para que nosotros pudiéramos vivir. “Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de él” (1 Jn. 4:9). Sí, Dios permitió que Jesús sufriera y muriera por todos, pero fue para poder ofrecernos el perdón de nuestros pecados y darnos la vida eterna.
2. Los que persiguieron y mataron a Jesús, más nuestros pecados, fueron los causantes de su sufrimiento: “Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados” (Is. 53:5).
«Por tanto, sépalo bien todo Israel que a este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías». Cuando oyeron esto, todos se sintieron profundamente conmovidos y les dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: —Hermanos, ¿qué debemos hacer? (Hch. 2:36-37)
3. Jesús se entregó a sí mismo por Su propia voluntad. “Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Fil. 2:8).
4. Aunque es difícil, los padres permiten que sus hijos pasen por dificultades porque miran hacia el futuro, más allá del dolor. Los padres tienen fe en que las consecuencias de ese sufrimiento serán buenas. “[…] por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios” (Heb. 12:2b).
5. Jesús es el Hijo de Dios, pero ¡nosotras somos Sus hijas y Dios nos ama también! Él se preocupa por nosotras y quiere salvarnos de nuestros pecados: “El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan” (2 Pe. 3:9).
En resumen, aunque no podemos quitar lo que Jesús tuvo que sufrir, podemos apreciar lo que Dios hizo por nosotros, aceptar la salvación que viene a través del sacrificio de Jesús, y vivir de tal manera que honremos Su sacrificio.
—Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados —les contestó Pedro—, y recibirán el don del Espíritu Santo. En efecto, la promesa es para ustedes, para sus hijos y para todos los extranjeros, es decir, para todos aquellos a quienes el Señor nuestro Dios quiera llamar. (Hch. 2:38-39)
No agravien al Espíritu Santo de Dios, con el cual fueron sellados para el día de la redención. Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo. Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados. (Ef. 4:30-5:1)
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