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Escrito por Therese Martin, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Washington
Usamos muchas imágenes diferentes para describir nuestra relación con Dios. Padre/hija, novio/novia, pastor/oveja, alfarero/arcilla; todos estos son útiles y verdaderos, pero ¿con qué frecuencia pensamos en el que Jacob encontró una noche... compañeros de lucha?
En Génesis, capítulo 32, leemos acerca de Jacob luchando con “un hombre” que generalmente se supone que es el Señor de alguna forma. El pasaje ciertamente lo implica. “Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido” (Gen. 32:28). El encuentro de lucha se prolongó toda la noche, dejando a Jacob con dolor en la cadera cuando su oponente lo toca. Es bastante significativo que, en las leyes alimenticias judías, el nervio ciático de los animales de carne y los tejidos que lo rodean no se comen, en recuerdo de este famoso evento de lucha. Aparte de la prohibición de consumir sangre, es la única regla alimenticia anterior a las leyes dadas a Moisés.
Puedo relacionarme con esto de muchas maneras. Primero, tengo dolor crónico en la cadera, por el nervio ciático y pinzamiento femoral acetabular. Se pone tan mal que a veces no puedo caminar, y a menudo uso un bastón. ¡El dolor es un recordatorio diario de tantas cosas! El tiempo pasa y cada día soy más vieja. Los cuerpos son frágiles, no importa cuánto intentemos fortalecerlos. Y a veces necesito un recordatorio de que la vida no es fácil, que para la mayor parte del mundo es una lucha diaria contra muchos tipos de adversidad, desde problemas de salud y preocupaciones económicas hasta desastres naturales, guerras e injusticia.
No me he rendido. Todavía practico karate, lo que me lleva al segundo punto; el encuentro en sí. Es tarde en la noche y Jacob está acampando en el desierto. Aparece un hombre, ¿y qué hacen? ¿Se sientan junto al fuego y charlan? No, luchan. No se menciona por qué. ¿Este extraño simplemente se acercó y dijo: "Hola, luchemos”? Aparentemente sí, porque lo hacen toda la noche.
Puedo ver que eso suceda, al menos con mi familia. Mis cuatro hijos se han entrenado en artes marciales; tres cinturones negros, uno marrón. El mayor tiene un cinturón negro de segundo grado en Jiu Jitsu brasileño. él enseña a los agentes policiacos y al personal militar a cómo someter al sujeto sin dañarlo. Su estilo de enseñanza es extremadamente amable y alentador, pero implacable. Ellos aprenden. Y a veces es doloroso.
Esto me lleva al tercer punto. ¿Estamos aceptando la invitación de nuestro Señor de luchar con Él? Suena loco, pero a veces así es como Él lo hace. Literalmente. En Jiu Jitsu, usan el término "rodar" para describir el entrenamiento que hacen en la colchoneta. “Rodé durante un par de horas el sábado” significa que la persona forcejeó en la colchoneta durante dos horas con instructores o compañeros de estudios. Es desafiante, por decir lo menos. Y me pregunto si algunos de los desafíos que enfrentamos en la vida son invitaciones de Dios para pisar la colchoneta y entrenar con Él. Él nos enseña a través de estos desafíos, y aprendemos cosas que nunca podríamos aprender de otra manera.
¿Y qué hay de las veces que lo retamos a una lucha? Cuando decimos, como Jacob, “¡No te soltaré hasta que me bendigas!” (Gen. 32:26) Sabemos que debemos hacer algo, pero no queremos hacerlo. Luchamos con eso, aunque puede estar claro que es lo que Dios quiere. Navegamos lejos de Nínive, o sacamos un vellón para ver si le sucede algo extraño. Luchamos con Dios, y siempre es una experiencia de aprendizaje.
Quizás el dolor es un recordatorio de que aprendemos del proceso de luchar con los desafíos de la vida, no de evitarlos. Cuando doy el primer paso por la mañana y el dolor me sube por la pierna, ¿debería volver a la cama? ¿O debería tomarlo como una invitación a pisar la colchoneta y aceptar la oferta de mi oponente? "¡Vamos a rodar!"
Si señor. ¡Que siempre esté dispuesta a luchar con el regalo de Tus lecciones de combate!
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Escrito por Michelle J. Goff, fundadora y directora del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
Cada vez que escribo un libro, lucho. Lucho sobre lo que debo incluir o excluir. Lucho con mis pensamientos, con encontrar suficiente tiempo, con cómo mejor expresar algo, y con muchas otras cosas. Durante al menos una etapa del proceso de escribir, lucho con Dios.
Escribir libros de estudio bíblico no es el único momento en el que lucho con Dios. Hemos luchado sobre mi salud y la salud de seres queridos, especialmente la salud espiritual. Hemos luchado sobre mi anhelo de entender ciertos pasajes bíblicos, sobre una oración de que se haga Su voluntad junto con una que expresa los deseos más profundos de mi corazón.
Despierta toda la noche, pensamientos encontrados y oraciones sin palabras me han robado el sueño. Luchando contra la incertidumbre y una falta de claridad, he peleado, casi a golpes, día y noche para comprender hacia dónde Dios me estaba guiando. Impaciente y confundida, la tensión de la lucha me aprieta y me doblo, casi al punto de quebranto. Me quedo con la decisión de seguir luchando o rendirme.
Pero imagínate si no me hubiera metido en la lucha… ¿Hubiera ejercitado mis músculos espirituales, fortaleciendo mi confianza en Dios, o llegado a conocerlo y ser conocida por la profundidad de la relación?
Luchar es una forma de conflicto. Me atrevo decir que el libro de Génesis revela que Jacob vivía una vida de conflicto. Comenzó en conflicto con su hermano gemelo, Esaú, desde el vientre de su madre. Cuando le robó los derechos de primogenitura de su hermano mayor, ese conflicto le forzó a huirse, temeroso de las represalias.
Su madre, Rebeca, le envió a su pueblo, donde se encontró en conflicto de inmediato. Por “amor a primera vista” trabajó siete años para Labán, sin perder la vista de su meta: conocer a su novia, Raquel. Sin embargo, fue Lea que le saludó la mañana después de la boda. Trabajó siete años más y se convirtió en uno de los primeros hombres de tener “esposas hermanas.” ¡Vaya conflicto!
Conflicto con el suegro. Conflicto entre las esposas. Conflicto entre los hijos, especialmente después de regalar al hijo favorito, José, una manta de muchos colores. Conflicto sobre la decisión de viajar de vuelta a la región de su juventud, temeroso de causar más conflicto con su hermano que posiblemente no le había perdonado todavía…
En medio de todo ese conflicto, había visto la fidelidad del Dios de su abuelo y de su padre, el Dios de Abraham e Isaac. La mayoría del tiempo, las bendiciones del Todopoderoso salían del conflicto y lucha.
Luchar… tomar parte de una pelea o trabajar con mucho esfuerzo para vencer un obstáculo y conseguir un fin.
Jacob conocía la lucha física y metafórica. Figurativa y literalmente, había pasado por demasiadas luchas y conflictos en su vida. Y a esta altura de la historia, ya era viejo.
22 Aquella misma noche Jacob se levantó, tomó a sus dos esposas, a sus dos esclavas y a sus once hijos, y cruzó el vado del río Jaboc. 23 Una vez que lo habían cruzado, hizo pasar también todas sus posesiones, 24 quedándose solo. Entonces un hombre luchó con él hasta el amanecer. 25 Cuando ese hombre se dio cuenta de que no podía vencer a Jacob, lo tocó en la coyuntura de la cadera, y esta se le dislocó mientras luchaban. 26 Entonces el hombre le dijo:
—¡Suéltame, que ya está por amanecer!
—¡No te soltaré hasta que me bendigas! —respondió Jacob.
27 —¿Cómo te llamas? —le preguntó el hombre.
—Me llamo Jacob —respondió.
28 Entonces el hombre le dijo:
—Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. (Gén. 32:22-28)
Jacob era luchador con mucha práctica. Había “luchado con Dios y con los hombres y había vencido.” En vez de evitar esos conflictos, Jacob había aprendido cómo perseverar por ellos y salir al otro lado como un hijo de Dios bendecido.
En mis tiempos de lucha, se crea una tensión que quisiera evitar. Sería más fácil huir que enfrentarla. Esa tensión es incómoda, agotadora, desgastante y frustrante. Pero también es saludable. Mientras más veces luchamos Dios y yo, más crecimiento viene al otro lado de la tensión.
Como Jacob, he aprendido a aceptar la tensión, a meterme en la lucha, para que Dios me pueda bendecir, personalmente o como ministerio. No lo hago perfectamente y por favor, no me escuches minimizar lo fuerte que es la lucha. Es una guerra… pero una que viene con una promesa de bendición.
Cierro con un ejemplo reciente. Mi salud actual me impide viajar al extranjero, una verdad con la que lucho mucho. Sin embargo, no me sentía bien soltar los planes para proveer recursos para mujeres brasileñas y sus ministerios de damas. No podía viajar a Brasil, pero tampoco podía soltar los planes para el lanzamiento de estos recursos. Me metía más en la tensión, mientras que la presidenta de la Junta, Katie Forbess, y yo servíamos como hierro afilando a hierro en conversación y oración. De repente, Dios nos reveló un plan maravilloso: una bendición que sólo pudiera haber venido de Él.
Versión cortica de una historia larga: Al principio de septiembre, lanzamos los recursos en portugués en colaboración con una congregación brasileña recién establecida en el sur de la Florida. ¡A Dios sea la gloria!
Para más historias que afirman la verdad de las bendiciones de la lucha, busca la historia de Jacob en tu Biblia o pide más historias mías… No huyamos de la lucha, hermanas. ¡La bendición vale la pena! Y no están solas en sus luchas.
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