Escrito por Deanna Brooks, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas
En 2 Timoteo 4:7 Pablo escribe: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe”.
Piensa en esas palabras, luego mira el versículo 8, donde sigue esos pensamientos diciendo: “Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado su venida”.
¿Qué sabemos de Pablo? ¿Por qué podía escribir con tanta confianza?
Primero encontramos a Pablo en Hechos 7:58 donde es llamado por su nombre judío Saulo, sosteniendo las vestiduras de los que apedreaban a Esteban, luego Hechos 8:1 nos dice que Saulo aprobó la ejecución. Esto nos hace pensar que ya tenía cierta autoridad entre los líderes judíos.
Pablo habla un poco de sí mismo en 1 Corintios 15:9-10: “Admito que yo soy el más insignificante de los apóstoles y que ni siquiera merezco ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia que él me concedió no fue infructuosa…”
Aprendemos más en Filipenses 3:5-6: “circuncidado al octavo día, del pueblo de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de pura cepa; en cuanto a la interpretación de la ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que la ley exige, intachable”.
Pablo nació judío, y sus padres siguieron la ley judía y lo circuncidaron cuando tenía ocho días, según la ley que Dios le dio a Abraham en Génesis 17:12.
Pablo era fariseo, maestro de la ley, y era celoso de luchar contra cualquier cosa que desafiara la pureza de Israel o de la ley.
Era un perseguidor de la iglesia y estaba dispuesto a usar la violencia para proteger la ley de Moisés. Él creía que los primeros cristianos eran blasfemos contra un Dios santo. Pablo habría recordado Levítico 24:10-16 donde Dios fue blasfemado y supo que esto era una ofensa seria. Vivió irreprensiblemente de acuerdo a cómo entendía que era la ley.
Como judío fiel, ofreció los sacrificios apropiados y guardó los días festivos y las leyes de pureza, y hubiera esperado que otros hicieran lo mismo.
Pablo creció en Jerusalén y estudió en la escuela de Gamaliel (una autoridad principal en el Sanedrín) según Hechos 22:3. Debido a su educación, asumimos que era de una familia rica. Su lugar de nacimiento, Tarso, a unas 620 millas de Jerusalén, se remonta al año 1900 a. C. y fue una importante ciudad comercial en lo que conocemos como la Turquía actual.
Pablo tenía acceso al poder, al dinero y al prestigio de una alta posición social… a todo lo cual renunció para seguir a Jesús.
En Filipenses 3:7-8 Pablo escribe: “Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo”.
Pablo había renunciado a todo desde su juventud para ser un discípulo de Cristo.
Debido a que Pablo fue a los gentiles, no habló de “virtud” ya que ellos habrían pensado en las cuatro virtudes griegas: justicia, valor, templanza y prudencia. En cambio, Pablo habló del fruto del Espíritu en Gálatas 5:22-23: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio… y animó a los cristianos a incorporarlos en sus vidas.
Pablo nos dice su meta en Filipenses 3:10: “Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte.”
Él nos anima a olvidar lo que queda atrás y a seguir recordando la meta que tenemos delante (Fil. 3:14-15).
Pablo le dice al Sanedrín en Hechos 23:1: “Hermanos, hasta hoy yo he actuado delante de Dios con toda buena conciencia”. Debido a que había hecho lo que pensaba que Dios quería que hiciera, cuando Jesús captó su atención en el camino a Damasco, Pablo se mostró receptivo al mensaje de Jesús.
Antes de que Pablo comenzara a perseguir a los cristianos, es probable que estudiara esta nueva fe por querer hacer lo correcto, por lo que es posible que ya supiera algo sobre lo que los discípulos hacían y creían.
El apóstol Pablo, nacido ciudadano de Roma, nos recuerda que nuestra ciudadanía está en los cielos y esperamos a un Salvador que nos transformará (Fil. 3:20-21; 4:1), así que “manténganse así firmes en el Señor”.
Al mantenernos firmes, nosotras también podemos decir con Pablo: “He guardado la fe… me espera una corona de justicia”.
#HermanaRosadeHierro #DIOStorias #Pablo #correrlacarrera #mantenerseenlafe #seguirfirme #coronadejusticia #escritorainvitada #blog