Escrito por Aileen Bonilla, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Ecuador
Te has preguntado alguna vez ¿para qué nací? O ¿cuál es mi propósito en este mundo? Muchas personas, incluidas las creyentes, encuentran esta respuesta en las profesiones u oficios que ofrece este mundo. De ninguna manera pienso que esté mal, sin embargo, a pesar de tener esto claro en mente, a la hora de la práctica se olvidan para qué fueron creadas realmente. Por tal razón, a medida que pasa el tiempo sus vidas vuelven a carecer de sentido. El cansancio emocional, espiritual, físico e intelectual comienza a ganar terreno en sus vidas por lo que terminan sintiéndose vacíos.
Hoy deseo hablarte un poco de Samuel, un hombre apreciado por Dios. Él sin saberlo fue entregado al Señor desde que estaba en el vientre de su madre. Este niño fue deseado por su madre con todo el corazón, y Jehová se agradó en concederle este anhelo a Ana. Ella recibía constantemente el rechazo y la burla porque su vientre no era “bendecido”. No obstante, un corazón humillado y una promesa bastó para que el Rey de reyes pudiese conceder este maravilloso deseo (1 Sam. 1:20).
Ana, madre de Samuel, decidió entregarlo para el servicio del pueblo de Dios (1 Sam. 1:27). Ella estaba consciente de que no sería una labor fácil, sino todo lo contrario. Después de desear tanto este milagro, ella simplemente reconoció que la vida sin servir a Dios no vale la pena. Por lo que entregar a su hijo desde su vientre nos enseña mucho más de lo que podemos imaginar, ¿deseamos entregar así a nuestros hijos? Puedes tomarte un tiempo y reflexionar en esto.
A pesar de que sólo iban a estar juntos por aproximadamente tres años, período de la lactancia (1 Sam. 1:24), ella confiaba en que Dios haría algo más por ella y por su hijo, pues estaba totalmente segura de que este niño cumpliría un propósito enorme para glorificar a Dios.
Samuel se convirtió en el último juez de Israel, cumplió con un rol sacerdotal a pesar de no ser de la tribu de Leví y fue profeta en el pueblo. Caminaba con Dios cada día. Él entendía que ser parte del linaje real no era cualquier cosa. Los sacerdotes, jueces y profetas cumplían un rol importante ante Dios y era el de interceder. Es decir, intervenían a favor del pueblo. Hoy nosotros los cristianos y cristianas también deberíamos cumplir con algo similar, ya que la Palabra de Dios nos dice que somos real sacerdocio (1 Pe. 2:9). Podemos interceder a través de las oraciones para que Dios obre a favor de nuestros hermanos, y del mundo entero. Esto es impresionante y Su amor es tan increíble que nos permite entrar confiadamente ante su trono (Heb. 4:16) cada vez que necesitamos de su socorro. Y esto, mi estimada lectora, es cada día. Todos los días debemos acudir a Él para pedir ayuda, incluso cuando todo esté bien aparentemente.
Samuel fue elegido para interceder por el pueblo de Dios, este hombre llevaba el mensaje y la corrección de Jehová. Llevaba palabras de amor y de misericordia proveniente del Padre Celestial para un pueblo estéril y de corazón duro, como una piedra. Y como si esto fuera poco, Samuel regresaba a la presencia de Dios muchas veces con peticiones inauditas que el pueblo le hacía a Dios. Sin embargo, Samuel estaba allí pidiendo misericordia y auxilio a Dios para todas estas personas que aún no entendían quién era Jehová.
Lo mismo sucede en nuestros días, podemos ver cómo muchas veces el pueblo de Dios se sigue desviando, pero a la misma vez siguen reclamando Sus bendiciones. No cabe duda alguna de que Dios es bueno y para siempre es Su misericordia. Y Samuel sabía esto perfectamente, ya que a través del servicio pudo conocer más de cerca al Dios vivo. Samuel había entendido desde muy pequeño cuál era su propósito en esta tierra, servir al Rey a través de sus dones. Esta verdad le daba sentido a su vida, no vemos a un Samuel quejándose de su trabajo, por el contrario, a pesar de todo él declara lo siguiente: “En cuanto a mí, ciertamente no pecaré contra el SEÑOR al dejar de orar por ustedes. Y seguiré enseñándoles lo que es bueno y correcto (1 Sam. 12:23, NTV). Ese es el verdadero espíritu intercesor, es un espíritu lleno de misericordia y amor por los demás. A pesar de sus transgresiones, Samuel seguía pidiendo por ellos porque conocía también del poder enorme de Dios.
Ser parte del linaje real o del sacerdocio que hoy Cristo nos ha dado, es llevar ese espíritu de misericordia por el pueblo de Dios (1 Pe. 2:9). Esto nos hará crecer y madurar día a día, observando detenidamente la necesidad de la hermandad. Así como Samuel se entregó por completo al servicio del Señor y aprendió cosas maravillosas de la misma manera nosotros también podemos hacerlo. El espíritu intercesor de Samuel se manifestó por la obra del Espíritu de Dios, así es como actualmente intercede el Espíritu por nosotros ante el Padre (Ro. 8:16-26).
Muchas veces estamos deseosas de servir intensamente al pueblo de Dios, pero esto es una labor fuerte, demandante y agotadora. Llevar sobre nuestros hombros la intercesión espiritual por los demás no es nada fácil. Samuel, a pesar de haber sido un hombre valioso y muy espiritual, también erró al descuidar a sus hijos. Tal vez, no lo hizo con esa intensión, pero las consecuencias de pensar que sus hijos aprenderían a ser como él fueron terribles, pues sus hijos eran perversos y corruptos (1 Sam. 8: 1-3); robaban al pueblo, y cometían muchas injusticias. Esto nos enseña que debemos interceder cada día por nuestros hijos porque ellos deberían ser los primeros en conocer a Cristo para que sus vidas sean restauradas.
Samuel nos enseña mucho, realmente es un personaje que muestra la necesidad que tiene el pueblo de Dios en orar para todo. Incluso para tomar decisiones que a nuestros ojos pueden ser minúsculas, pero que podrán cambiar nuestras vidas para siempre (Prov. 3:6). También nos enseña que nuestro trabajo para Dios siempre será valioso mientras lo hagamos con un corazón sincero y humillado, sin buscar nuestros propios intereses. No vemos a un Samuel reclamando posesiones, dinero, fama, puesto o reconocimiento; vemos a Samuel trabajando con integridad, y mucho respeto.
Samuel tuvo la maravillosa bendición de ser entregado al único Dios vivo, y eso le dio propósito a su vida (1 Sam. 1:10). Fue un juez y profeta íntegro ante los ojos de Jehová, y más allá de sus oficios o profesiones, él se dedicó por completo al Rey. No lo hacía por obligación, lo hacía porque había conocido desde muy pequeño que sólo existía un Reinado y un solo Dios.
Hoy te invito a que reconozcas a Dios, y puedas pedirle que reine sobre tu vida y la de tu familia. ¡Oh, Amado Señor, reconocemos que sin ti no somos nada, reconocemos que muchas veces dejamos que otras cosas reinen sobre nuestros corazones, y como si fuera poco te reclamamos bendiciones, por favor, ¡perdónanos y reina sobre nosotros por los siglos de los siglos! Amén.
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