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Escrito por Nilaurys Garcia, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Canadá
Si le preguntas a dos personas qué es para ellas el silencio, dependiendo de su etapa en la vida podrían tener diferentes significados. Para una mamá con niños puede ser una sensación de victoria porque al fin se durmieron o un momento de alarma porque hicieron alguna travesura. Para unos pueden ser momentos de paz y para otros simplemente la calma antes de la tormenta. En música, un silencio es una pausa, pero igualmente se incluye en las partituras. En mi caso es un momento para pensar, agradecer y disfrutar.
Aprendí a amar los momentos de tranquilidad en donde puedo leer un libro o sólo escuchar el viento. Además, aprendí que cuando me detengo, me callo y aprecio el silencio, escucho la voz de Dios. Puede que para ti sea distinto, pero el silencio me da felicidad. Es mi momento de reflexión y de escuchar.
Hace un par de años hice un estudio de un mes con una amiga sobre el Salmo 46:10 que dice “Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios”. Y me llamó mucho la atención porque supe que sería un problema para mí. No es que sea inquieta, pero no me gusta estar sin hacer nada. Me parece un poco improductivo, sin ofender a nadie. Me gusta hacer varias cosas a la vez y aprovechar el tiempo de la mejor manera posible. Se podría decir que me cuesta un poco parar y tomar descansos. Puede que hayas leído en otra de mis historias cómo esta actitud me trajo problemas de salud, pero aprendí (después de varios intentos fallidos). Aprendí y reconocí que debía estar en quieta y en silencio para poder conectar con Dios ya que si mi voz era más fuerte que la de Él no lo iba a poder escuchar.
Estos momentos siempre me recuerdan a la historia de Elías cuando en 1 Reyes 19, el Señor se apareció en suave murmullo, “El Señor le ordenó: Sal y preséntate ante mí en la montaña, porque estoy a punto de pasar por allí. Como heraldo del Señor vino un viento recio, tan violento que partió las montañas e hizo añicos las rocas; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Tras el terremoto vino un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Y después del fuego vino un suave murmullo. Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto y, saliendo, se puso a la entrada de la cueva.” (1 Reyes 19:11-13)
Siempre que necesito tomar una decisión o estoy pasando un tiempo consciente con Dios, respiro profundo, cierro los ojos por unos minutos e intento escuchar Su voz. Puede ser que no puedas en un momento que necesites la guía de Dios porque estés en un sitio con muchas distracciones, pero si tomas dos minutos de manera consciente a prestar atención, te aseguro que escucharás a Dios diciéndote qué hacer.
En lo personal, identifico que he tomado buenas decisiones o que me he dejado guiar cuando no tengo dudas, peros o miedos en mente. A esto lo llamo ruido mental. Cuando mi mente está en silencio y quieta (algo que ya te mencioné me cuesta un poco) me maravillo de lo que puedo pensar. Hice un compromiso con Dios y conmigo misma de que buscaría momentos de silencio y me quedaría quieta para que Él pudiera actuar en mi vida más que actuar teniéndolo a un lado. No es lo mismo llevar a Dios en tu vida a que tu vida sea llevada por Dios. La diferencia es que en la primera frase tú eres la protagonista y en la segunda es Dios.
Me llama la atención que Elías supo que El Señor estaba en el susurro y no en las otras señales, aunque Él está en todos los momentos de nuestras vidas y nos puede hablar de mil maneras. Te invito a quedarte quieta y estar en silencio para escuchar Su voz. Practica escucharle diariamente y deshacerte del ruido mental para escuchar el susurro, aprende del silencio y acéptalo como un momento de conexión y guía. Puede que no lo logres en el primer intento, pero sé que puedes lograrlo.
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Escrito por Liliana Henríquez, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Colombia
En el mundo de la inmediatez, como en el que estamos ahora, nos encanta que todo suceda rápido y sin tener que esperar. Pero es que, si esto pasara, nos saltaríamos el proceso de transformación. Y Dios está más interesado en el proceso que en el resultado final.
Hoy quiero invitarlas a revisar la historia de Zacarías. Se encuentra en Lucas 1:5-25. Zacarías y su esposa Elisabet “andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor” (vs. 6 RV1960). Eran un matrimonio consagrado a Dios y le servían fielmente. Cierto día, cuando Zacarías estaba en el santuario ofreciendo el incienso a Dios como parte de sus labores como sacerdote, se le apareció un ángel y le dijo:
“Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan. Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento; porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre. Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.” (vs. 13-18)
El ángel nos hace saber algo que anhelaba el corazón de Zacarías y seguramente de su mujer también: tener un hijo. ¿Cómo lo sabemos? Porque el ángel le dijo que su oración había sido escuchada y que Elisabet tendría un hijo.
¿Un hijo en edad avanzada? – quizás se habrían preguntado Zacarías y Elisabet.
Podríamos pensar que la oración de Zacarías fue una oración respondida fuera de tiempo correcto. Pero a pesar de que pareciera que la respuesta llegó desfasada en el tiempo, Salomón nos recuerda que Dios “todo lo hizo hermoso en su tiempo” (Ecl. 3:11a).
La sorpresa de esa promesa para Zacarías fue tan grande, que el ángel lo dejó mudo. ¿Qué pudo haber pasado durante ese tiempo? ¿Cómo vivió Zacarías ese tiempo de silencio? La biblia no relata el tiempo específico durante el cual Zacarías no pudo hablar, pero sí dice qué hizo luego del nacimiento de Juan: “Al momento fue abierta su boca y suelta su lengua, y habló bendiciendo a Dios” (Lc. 1:64).
En mi opinión personal, creo que ese tiempo que estuvo Zacarías en silencio procesando el cumplimiento de una promesa, lo ayudó a conocer más a Dios y a tener una relación más estrecha con Él. Si no hubiese sido así, Zacarías no hubiese bendecido a Dios en cuanto pudo hablar.
Al leer la historia de Zacarías, aprendo lo poderoso que es mantener la perseverancia en la oración, seguir cumpliendo el ministerio que Dios nos ha dado, aun cuando haya oraciones sin respuesta todavía, y a esperar en silencio con la firme confianza de que Él se glorificará en nuestras vidas en el momento adecuado.
Si hoy tu historia se parece a la de Zacarías, te invito a no desmayar en la oración, a mantenerte firme en los caminos del Señor y a recordar esta gran promesa: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra” (Sal. 46:10).
Confía, Dios ya escuchó tu oración.
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