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2022 12 Kara Benson 1Soledad
 - Escrito por Kara Benson, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas

“Luego Dios el Señor dijo: "No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada", (Gen. 2:18). Nosotras no fuimos hechas para estar solas. Desde el principio de la creación, Dios se propuso que las personas tuvieran compañerismo. Como observó el poeta John Donne, “Ningún hombre es una isla”. En lugar de tener la intención de que vivamos aislados, Dios nos diseñó para vivir en comunidad.

“Padre de los huérfanos y defensor de las viudas es Dios en su morada santa. Dios da un hogar a los desamparados…” (Sal. 68:5-6a). De hecho, lo ha hecho. Él nos ha puesto en una familia de compañeros cristianos. No tenemos que pasar por la vida sintiéndonos solas porque se nos ha dado hermanos, hermanas, madres e hijos en Cristo (Mc. 10:29-31).

Sin embargo, hay muchos que pueden estar luchando contra la soledad. ¿Quiénes podrían ser?

  • Un residente de edad avanzada que vive en un hogar de ancianos o una comunidad de jubilados
  • Una madre en casa con sus hijos
  • Un adulto joven que llega a casa del trabajo todos los días a un apartamento vacío
  • Alguien que no tiene familiares viviendo cerca
  • Una pareja que acaba de mudarse al área y aún no conoce a nadie en la congregación

¿Cómo podemos ayudarles?

  • Visita a los ancianos y simplemente pasa un rato a su lado.
  • Invita a alguien a celebrar Acción de Gracias o Navidad con tu familia.
  • Organiza una fiesta de inauguración de la casa de la joven soltera que acaba de comprar su primera casa.
  • Llama a alguien que está confinado en su casa y escucha sus historias.
    Consulta a una ama de casa y pregunta si puedes reunirte con ella para tomar un café, o mejor aún, si puedes llevarle café a su casa y visitarla por un rato.
    Planifica una oportunidad de compañerismo de fin de semana para que las familias jóvenes se reúnan y conozcan a la nueva familia en la congregación.

Hermanas, compartiré con ustedes mi experiencia personal de soledad. Durante nuestro segundo año de matrimonio, estaba trabajando desde casa en la edición de un libro de trabajo de estudio bíblico en español. Aparte de mi esposo y los estudiantes a los que enseñaba español semanalmente, solo veía gente los domingos por la mañana, los miércoles por la noche y cuando iba al supermercado. Las horas que pasé en silencio, sola, parecían interminables.

Entonces llegó la pandemia.


Afortunadamente, una congregación en otro pueblo continuó reuniéndose. Manejamos y nos reuníamos con ellos en el estacionamiento los domingos. Ese era el punto culminante de mi semana: ver sus rostros y saludarles a través de las ventanas. Ver Hebreos 10:25 en vivo fue muy alentador para mí. Hay una razón por la que Dios inspiró al autor a escribir ese mandamiento de no dejar de congregarnos: es tanto por el bien de nosotros mismos como por el bien de los demás. A pesar de que cantábamos en nuestros autos y escuchábamos el sermón transmitido por la radio, pudimos encontrar una manera de reunirnos y adorar verdaderamente juntos.

Pertenecemos las unas a las otras. Pablo escribe, “ustedes ya no son extraños ni extranjeros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios (Ef. 2:19). Como miembros de la familia de Dios en Cristo, “siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, y cada miembro está unido a todos los demás” (Rom. 12:5).

¿Alguien te ha ayudado a sentir que perteneces? Durante mi temporada de lucha, una madre de nuestra congregación me invitó a desayunar con ella y uno de sus hijos pequeños, y luego a acompañarlos en su salida de compras. Si bien ir de compras puede parecer mundano, puede convertirse en una oportunidad para el ministerio. Su invitación me dio la bienvenida a ir junto a ella y me recordó que no estaba sola. Lo que hicimos juntos fue irrelevante; yo estaba agradecida por haber sido incluida en sus vidas. Ella me hizo sentir que pertenecía, y espero que su simple acción te inspire a hacer lo mismo por otra hermana.

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Lisanka MartinezEscrito por Lisanka Martinez, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Venezuela

Siendo una adolescente, supe de una historia en la cual un hombre engañaba a su esposa con una prima de ella. Impactada, lo comenté en casa y recordamos una situación familiar de cuando era niña: El esposo de mi tía intentó enamorar a la hermana menor de ella, la cual ofendida se lo dijo a su hermana, pero ésta no le creyó y prefirió confiar en la palabra de su marido. Esto las mantuvo enemistadas por cierto tiempo y todos en la familia nos vimos involucrados de una u otra forma. Ese recuerdo le permitió a mamá liberarse de otro que ella había preferido ocultarnos mientras estábamos más pequeñas: En su familia había existido el vergonzoso caso de un hombre que tuvo hijos con 2 hermanas. Yo no podía entenderlo, me parecía algo tan horrible, califiqué al hombre de monstruo depravado y a las mujeres de tontas, sumisas, miedosas y hasta de sinvergüenzas que aceptaron por años esa situación. Mamá trató de justificarlas por la ignorancia de ambas, aunado al temor y a la soledad, yo quedé muy confusa y renuente a aceptar ese tipo de conductas en pleno siglo 20.

Años después, siendo cristiana y preparándome para unas clases bíblicas, tuve la oportunidad de conocer y analizar un poco de la historia de Jacob. Allí me enteré de que había estado casado y tenido hijos con 2 hermanas. ¡Qué fea historia para un personaje relevante de la Biblia! ¡Ah! El pobre había sido engañado, pero ¿Por qué siguió con ella? Y la pobre Raquel, qué malo había sido su padre al realizar ese cambio. Ella como hija y mujer no podía desobedecerle y protestar. ¡Pobrecita! Yo casi ni pensaba en esa hermana mayor que también era personaje principal en ese drama. Cuando pensaba en Lea, la veía como la cómplice del padre que le había robado la felicidad a su hermana, tal vez por egoísmo, tal vez por la tradición de esa época que determinaba que la mayor debía casarse primero. La veía como una mala en esa historia; pues, en mi crítica y romántica mente razonaba pensando en que ella debió advertir a Jacob del engaño para que no se consumara el matrimonio y ayudarlo a planear cómo lograr la felicidad con su amada Raquel.

A veces queremos, como humanos, explicaciones adaptadas a nuestro entendimiento de los hechos que Dios nos muestra en la Biblia. Actuamos con tanta arrogancia que nos atrevemos a cuestionar los designios divinos, sin recordar lo afortunadas que somos de que Él nos ame y perdone. No debe quedarnos alguna duda de eso.

Cierto tiempo después, preparando una clase acerca de la violencia intrafamiliar tuve la oportunidad de volver a analizar esta historia. Ahora me dediqué a pensar más detalladamente en cada personaje y, claro, obtuve otra perspectiva acerca de Lea.

Etimológicamente su nombre significa: cansada, lánguida, melancólica y trabajadora. Estas 4 características pueden definir a alguien que no es feliz ni apreciada y quien no tiene mucho apoyo, tal vez alguien que se siente sola aun cuando esté rodeada de muchas personas.

Lea era la hermana mayor y lo primero que se dice de ella es que tenía ojos “delicados”, por lo cual algunos autores afirman que tenía ojos alicaídos, tristes; tal vez por alguna enfermedad, no hay certeza de esto, pero sí de que Raquel era más hermosa y vivaz. Qué decepción para Jacob, ¿y qué pasa con lo que sentía Lea? Tal vez fue la más decepcionada, no pudo protestar, sólo obedecer a su padre.

La Biblia nos cuenta que Lea fue menospreciada y que fue consolada por Dios (v.31). Las rivalidades entre hermanos son comunes, lo que no es común es que se mantengan fuertes cuando son adultos. Imaginemos a Lea sintiéndose menospreciada y compitiendo con una rival, no sólo más hermosa sino también amada, ¡hay mucha soledad en la persona que no recibe suficiente amor!

A pesar de estas circunstancias, Lea aprendió a descansar y buscar consuelo en Dios. Esto se nota en los nombres que fue escogiendo para sus hijos. Cada nombre es un deseo de que su marido deje de menospreciarla, pero también de que está segura de contar con el favor divino. Podemos ver en ellos su relación personal e íntima con Dios.

Así como Lea aprendió a sobrellevar la rivalidad con su hermana, la falta de amor de su marido y su soledad inicial al refugiarse en Dios y en el amor a sus hijos, nosotras también podemos aprender a depender solamente del amor divino, a saber, que debemos llevar todas nuestras causas a Dios en vez de estar quejándonos o amargadas y tener la certeza de que la mejor opción es descansar y confiar en Dios.

No importa si somos solteras, casadas o solteras de nuevo, la soledad a veces puede colarse entre nosotras y traernos consecuencias negativas en nuestro caminar con Cristo, puede hacernos sentir menospreciadas, inútiles, no amadas. Sin embargo, todo esto son engaños del enemigo.

¿Qué podemos hacer cuando la soledad se cuela en nuestras vidas? ¿O cuando tenemos un amor no correspondido, o no nos valoran en nuestro trabajo o no somos tomadas en cuenta para un servicio en la congregación? ¿Vamos a sentirnos deprimidas o derrotadas? O, por el contrario; ¿entenderemos que todas somos valiosas para Dios, que somos únicas y no hay nadie exactamente igual en el mundo, que Dios nos ama, nos ve, nos escucha y nos provee? ¿No es todo esto una señal de que no estamos solas?

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