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20221117 221847 0000Escrito por Rachel Baker, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas

Quienes han crecido en la iglesia suelen estar familiarizados con la historia de la vida de Moisés. Cuando éramos niños, nos contaron historias sobre cómo Moisés fue enviado río abajo en una canasta cuando era un bebé, cómo la hija del Faraón lo encontró y lo crio como si fuera suyo, y finalmente cómo Dios lo llamó a través de una zarza ardiente. Moisés fue llamado por Dios mismo para unirse a su hermano, Aarón, y liberar a los israelitas de su vida de esclavitud en Egipto. Vimos cómo se desarrollaban estos eventos en tableros de franelógrafo e imágenes de colores en papel que representaban los eventos en escenas felices. ¡Moisés hizo grandes cosas para el Señor!

No fue hasta mucho más tarde en la vida que miré un poco más de cerca al leer las interacciones entre Dios y Moisés. En Éxodo 4, Dios está respondiendo todas las preguntas y vacilaciones de Moisés con señales milagrosas, pero todavía hay una sensación de vacilación y temor que Moisés simplemente no puede sacudir. La anticipación de asumir un papel tan importante se siente abrumadora, y no está convencido de que sea el hombre para el trabajo.

En Éxodo 4:10, leemos,

Señor, yo nunca me he distinguido por mi facilidad de palabra —objetó Moisés—. Y esto no es algo que haya comenzado ayer ni anteayer, ni hoy que te diriges a este servidor tuyo. Francamente, me cuesta mucho trabajo hablar.” 

Mi lado crítico quiere gritarle a Moisés: “¿Estás discutiendo seriamente con Dios en este momento? ¡Sólo haz lo que te dice!” Y luego leo la respuesta del Señor en el siguiente versículo.

“—¿Y quién le puso la boca al hombre? —le respondió el Señor—. ¿Acaso no soy yo, el Señor, quien lo hace sordo o mudo, quien le da la vista o se la quita? Anda, ponte en marcha, que yo te ayudaré a hablar y te diré lo que debas decir.’” (Ex. 4:11-12)

Dios básicamente le dice, “Yo me encargo. Te creé para hacer esta cosa grande y aterradora. Estoy contigo.” Pero la anticipación de asumir una tarea tan grande parecía demasiado para Moisés, y estaba listo con cualquier excusa para alejarse de las responsabilidades que Dios le estaba dando. Se mantuvo así durante tanto tiempo, de hecho, que leemos acerca de cómo “el Señor ardió en ira contra Moisés” (Ex. 4:14), y Moisés finalmente cede cuando Dios provee confirmación reiterada de que Moisés tendrá a su hermano, Aaron, para hablar todo el tiempo.

¿Cuántas veces escuché el llamado de Dios y respondí con temor o vacilación? La anticipación de hacer cosas nuevas puede ser abrumadora, y hay muchas razones que se me ocurren para quedarme en un lugar donde las cosas se sientan seguras y cómodas. Puedo sentir que el Espíritu me empuja hacia algo, pero seguramente Él simplemente no se da cuenta de que hay alguien más adecuado para esa tarea.

“Ahora bien, hay diversos dones, pero un mismo Espíritu. Hay diversas maneras de servir, pero un mismo Señor. Hay diversas funciones, pero es un mismo Dios el que hace todas las cosas en todos.” (1 Cor. 12:4-6)

¿Qué excusas has inventado últimamente para convencer al Señor de que no eres la mujer para el trabajo? ¿Hay tareas que has rechazado o ignorado porque la anticipación de seguir adelante te trajo miedo o incertidumbre?

Fuimos creadas exactamente como Dios quiso, y Él tiene hermosos planes para cada una de nosotras.

2022 12 Johanna FloresEscrito por Johanna Zabala, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Ecuador

Cuando observamos cada descendencia y relacionamos los orígenes, es posible encontrar hechos muy bien anticipados por nuestro Creador y Padre Celestial en su máxima creación, siendo nosotras parte importante de ella. Todo personaje bíblico enseña propósitos santos de nuestro Dios. Así mismo, cada ser sobre la faz de la tierra es diseñado para toda buena obra y para el servicio de Él.

Estudiamos sobre Moisés en el Antiguo Testamento a partir de Éxodo capítulo 2 que menciona su nacimiento. Reseño que fue un hombre de Dios de origen hebreo, hermano de Miriam y Aarón, ambos mayores que él.  Su nacimiento se produjo cuando un faraón egipcio estableció asesinar a todo niño hebreo. Definitivamente con gran propósito santo, fue escondido durante varios meses y colocado en una cesta en el río Nilo por su madre para ser salvo, encontrado por la hija del Faraón, quien lo crio como hijo de Faraón.

En medio de una vida tranquila, Moisés al ver el trabajo insensible hacia los esclavos hebreos, mató a un brutal vigilante egipcio que maltrataba a uno de ellos. Teniendo que huir de allí por muchos años, llegó hasta Madián durante cuarenta años. Se casó con Séfora y procrearon un hijo a quien llamaron Gersón.

Moisés es llamado por Dios mediante una zarza ardiente, bajo la misión de volver a Egipto y libertar al pueblo hebreo de la esclavitud. Regresando a Egipto, el pueblo israelita comenzó a confiar en él como el enviado de Dios. Su mayor reto o dificultad fue convencer al faraón de que dejara marchar a los esclavos mediante las diez plagas. Pero, el faraón de duro corazón cambió de opinión en cuanto Moisés y el pueblo hebreo huyó. Dios separó el Mar Rojo, permitiendo que los hebreos pasaran y los egipcios fueran sepultados dentro del mar.

En los libros de Éxodo y Deuteronomio, Dios delega a Moisés los diez mandamientos en el Monte Sinaí para el pueblo de Israel. En medio de grandes controversias, luchas, desobediencia, idolatría, cansancio para servir al Señor y sumergido además bajo oposición en el desierto, se dice que no entró tampoco en la tierra prometida (Deut. 1:34-46).

Como Moisés, desde mi corazón también, les relataré que soy una hija de Dios. Nacida en Venezuela, de un hombre alto y apasionado, de nombre Juan, y de una mujer de hermoso aspecto y con gran carácter, llamada Marta. De ellos, tengo seis hermanos, dos mayores que yo y cuatro menores. Crecí al cuidado de mi abuela materna. Me formé en medio de grandes oportunidades y al mismo tiempo con algunas limitaciones económicas, experiencia posiblemente parecida a la tuya; sin embargo, siempre Dios proveyó.

Al llegar la temible adolescencia hubo necesidades emocionales, pero Dios me siguió protegiendo. A la edad de veintiún años, Dios me regaló a mi preciosa primera hija, a quien llamé Crismarie Alemar, al unir lo importante de mi vida por Cristo, María, Alejandro y Marta.

A los veintidós años me llamó Cristo Jesús para conocerle y formar parte de él. Naciendo de nuevo en agua y Espíritu a los veintitrés años de edad, como lo vemos en Juan 3:1-21. Mi vida se fue ordenando y continuaba aprendiendo.

A los veintinueve años me casé con mi valiente esposo Jahan Rangel. Ambos hemos caminado bajo la dirección del Señor. A la edad de treinta y tres años hubo otro regalo, nuestro guapo segundo hijo de nombre Cristian Abdías.

Pasados diez años en esclavitud social, pruebas y retos en nuestro país amado Venezuela, Dios utilizó a nuestra hija para venir a Ecuador a seguir aprendiendo. Tiempo de oportunidades y de retos no tanto a nivel económico, sino siempre a nivel espiritual.

El Señor nos continúa llamando a llevar el evangelio en esta ciudad de diferente cultura y donde, como en todo lugar, existe la resistencia de conocer lo grande de la salvación del alma y de la bendición de la vida eterna. Fácil no lo es; pero imposible tampoco (Lc. 1:37).

Entre desafíos y dificultades encontrados acá, está el poder lograr lo que nos dice Gálatas 6:10; es decir, ayudarnos mutuamente como hermanos, a pesar de la desconfianza o xenofobia (rechazo a los extranjeros) entre algunos hermanos más débiles en la fe. Esto nos indujo a la decisión y a la necesidad de regresar a nuestro país de origen, y como con Moisés. Hoy Romanos 8:28 nos enseña que todo sirve para bien.

Volver a nuestro país, es volver a Egipto a seguir liberando almas para Cristo y animando a los hermanos a permanecer en la unidad de la fe, en medio de las tribulaciones, las dudas y la escasez.

Recordar los diez mandamientos dados en el tiempo de Moisés y en nuestros diez en uno y el principal, visto en Marcos 12:30 y 31, nos impulsa a la dependencia plena en Dios con todo nuestro ser, alma, fuerzas y corazón, y para amar a los demás como nos amamos a nosotras mismas.

Así mismo, es de recomenzar cada día en el gozo de la salvación y en la oración (1 Tes. 5:16 -18) activando al Espíritu Santo del Padre para valorar en cada instante el gran sacrificio de Jesús al amarnos tanto.

Hermana, sin miedo, es tiempo de fortalecer la fe y de reflejar la paz que viene de Él. No olvidemos Gálatas 2:20. Juntas luchemos por entrar y amar la promesa de la vida eterna. ¿Estamos animadas y fortalecidas hacia la eternidad y en hacer la Voluntad de Dios? Amén.

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