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2022 12 01 Brenda BrizendineEscrito por Brenda Brizendine, Coordinadora de voluntarias para el Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Colorado

De niña, empecé a imaginar cómo sería mi vida casada. ¡Una casa linda, un esposo amoroso y muchos niños! Pero siempre pensaba: ¡NUNCA ME CASARE CON UN EXTRANJERO NI VIVIRE FUERA DE MI PAIS! Poco sabía yo de los planes que Dios ya tenía preparados para mí. Como dice en Jeremías 29:11 “Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza. Yo, el Señor, lo afirmo.”

En mis planes, yo me casaría a los 25 años, tendría hijos a partir de los 28 y sería mamá joven de 3 adorables niños.

Llegaron los 25, los 30 años y no, no me había casado. Sin darme cuenta, empecé a darle mucha más importancia a la idea de estar casada y sí, hasta se volvió un poco como una obsesión. Mis amigas tenían novios, se casaban y tenían hijos y familias bellas. Y yo seguía pensando ¿a quién me enviará Dios? (Mis familiares también me recordaban lo que me “faltaba”, porque ya no estaba yo muy joven).

Una tarde, durante una reunión de estudio bíblico, leímos 1 Corintios 7, donde se menciona que las solteras debemos ocuparnos en las cosas del Señor. Allí comprendí que era mi tiempo de poner mi atención en el Señor Jesús y no en cualquiera de las otras “cosas” o “personas” que tenía en mi agenda. Era ese el momento en el que yo podía servirle completamente a Él.

Al enfocar “mi” mirada, “mi” tiempo y “mi” agenda en las cosas del Señor, fue cuando aprendí a conocerle mejor, a deleitarme en Él y en Su palabra, y en ser más como la persona que Él diseñó. Fue entonces cuando el hombre de mis sueños llegó a mi vida.

Mucho de lo que tiene nuestra historia son planes sin anticipación: Él es extranjero, habla otro idioma y vive en otro país. Que ironía, ¿no? A veces me pregunto, si me tocó esperar un poco más por haber dicho mi frase del “nunca”, pero estoy segura que todo pasa en el tiempo y a la manera de Dios.

Al inicio, cuando el comenzó a acercarse a mí, yo lo vi como un amigo más, yo no anticipaba ni la más remota idea de que podría surgir algo entre él y yo. La relación fue avanzando, hasta el punto en que él me pidiera matrimonio. Todo fue caminando muy bien por el respaldo de la bendición de Dios. Pero, a mi corazón no se le había olvidado la parte de mi “temor” de irme a vivir con un extranjero a otro país.

Un domingo, en la iglesia, un par de meses previo a la fecha fijada para la boda, una hermana me dijo que tenía un mensaje de Dios para mí. *Nota: yo no le había compartido sobre mí “nunca” a muchas personas, así que ya lo había empacado. Pero Dios, quien conoce lo más profundo de mi corazón, mis deseos, y mis temores, no lo había olvidado. Y Él deseaba trabajar esa área de mi vida.

El mensaje fue el siguiente: Hija mía, yo te amo, yo te formé y yo conozco los deseos de tu corazón y también tus temores. Sé que no deseas salir de tu país, y no quieres dejar a tu familia. (para ese entonces, mi papá estaba enfermo y recibiendo tratamiento de diálisis, tengo una hermana de necesidades especiales, y no me hacía a la idea de estar lejos de ellos, “por si me necesitaban”) Pero hoy te digo, -continuó el mensaje - el hombre con quien vas a casarte, te lo he enviado YO, él te va a amar, él va a cuidar de ti y de tu familia, y va a estar contigo porque YO lo preparé para ti. Y de tu familia aquí, YO me voy a hacer cargo. Solamente recuerda: está quieta y conoce que YO soy Dios.

¡Hermanas, solamente Dios podía enviar un mensaje tan puntual como ese! Por cierto, pueden confirmar esa promesa de Dios en Salmo 46:10. Con esa Palabra hermanas, ¡¡¡¡no me cabía duda de que este era el tiempo de Dios, y el hombre que Dios había preparado para mí, con todo y que era un extranjero!!!! Eso me llenó de paz, y confianza para continuar con mis planes no anticipados.

Tenemos ya 9 años de matrimonio, y en este tiempo, hemos experimentado una lista sin fin de planes sin anticipación:

  • Durante el proceso de migración hacia este país, Dios proveyó personas y recursos para poder completar el proceso.
  • Cuando nos preparábamos para hacer crecer la familia, los médicos nos indicaron que no teníamos probabilidad de lograrlo.
  • Nos enfocamos en comprar una casa, y sin anticiparlo, quedamos embarazados. La reacción de mi esposo en ese momento fue: “¿y cómo vamos a comer?” Pensando en que nuestro presupuesto iría al pago de la casa y no estábamos preparados para pagos médicos. Al final de mi embarazo, mi esposo perdió su empleo. Tuvimos una hermosa niña, pero nos quedamos sin casa. En este tiempo, nos tocó vivir con los suegros.
  • Llevábamos meses buscando una casa en donde vivir, y nuestro agente de bienes raíces nos llamó para indicarnos que un cliente quería vender su casa a quien no necesitara “pelear” por la casa, porque en ese entonces el mercado de bienes raíces estaba muy loco.
  • Mi esposo pierde su empleo de nuevo. Aun y cuando habíamos planificado que yo me quedaba en casa para criar a la bebé me tocó buscar empleo. Dios me envió uno que solamente me requería por pocas horas.
  • Mi esposo encuentra empleo en otra ciudad. Dios me introduce al Ministerio Hermana Rosa de Hierro y empiezo a trabajar para ellos.
  • Nos toca mudarnos de casa para estar más cerca del empleo de mi esposo. Esta nueva casa es mucho mejor de lo que originalmente buscábamos antes de la bebé.
  • Llega COVID. Nos encerramos.
  • Iniciamos a asistir a otra congregación. Me invitan a ser parte del equipo que reinicie el ministerio para damas.

Hay muchas cosas más que puedo seguir mencionando, hay mucho de impredecible en el área laboral, en las relaciones, en la situación de vivienda, con respecto a enfermedades, pero algo que sí puedo anticipar, es el amor y cuidado de Dios.


Cuando vuelvo a ver lo que ha sucedido en estos últimos 9 años, no me cabe duda de que Dios es fiel a Su promesa de estar con nosotros hasta el fin del mundo. Nos corresponde entonces estar quietos y reconocer que El sigue siendo Dios.

“Den gracias al Señor, porque él es bueno;
su gran amor perdura para siempre.”
(Salmo 107:1)

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