Nos encanta construir relaciones. Suscríbete a nuestro blog para recibir ánimo semanal en tu bandeja de entrada de correo electrónico.
Etiquetas
Búsqueda
Compras en línea
Nuestros libros, recursos gratis, tarjetas, botellas de agua, y más
- Detalles
Escrito por Michelle J. Goff, Fundadora y directora del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
La Iglesia de Cristo en Blockton, Iowa, era una iglesia pequeña en la frontera entre Iowa y Missouri, establecida por Joshua Florea, padre de diez hijos. Su hija mayor tuvo un hijo, Glenn, quien tuvo dos hijos, Charles y Dean. Esos hermanos se convirtieron en granjeros vecinos al norte del terreno donado por Florea para el local de Tent Chapel y un cementerio. Otra hija de Joshua, Maude, tuvo un hijo llamado Elvis, quien luego tuvo un hijo llamado David, mi papá.
Generaciones de la familia Florea se congregaban juntas. Maude (la abuela Goff) fue conocida por dirigir los cantos desde la primea fila, cantaba a voz en grito orgullosamente los himnos para mantener a otros con buen ritmo y tono. Esta comunidad rural granjera de familia y vecinos se reunía los domingos por la mañana para adorar, compartir comidas y la comunión fraternal. Se regocijaban cuando otros se regocijaban y lamentaban cuando otros lamentaban.
Avanza unas décadas a 1966… Charles y Dean Cobb, ya casados, se enteraron de la muerte de Elvis y el quebranto mental de su esposa, Ruth. Dean y su esposa Evelyn luego vieron que los dos hijos de Elvis y Ruth, mi papá y mi tía Vickie, pasaron dos años en un orfanato. Aunque nunca tuvieron sus propios hijos, Evelyn eran maestra de un solo salón. Dean pensaba que manos adicionales en la granja quizás les ayudarían y que podrían ser una bendición mutua. Entonces, en el 1968, a las edades de 15 y 13 respectivamente, mi papá y mi tía llegaron a vivir con su primo lejano, Dean, y su esposa de sólo diez años, Evelyn.
Como niñas, mis hermanas y yo, no éramos conscientes de toda la historia, y sólo estoy compartiendo una partecita aquí… Nosotras visitábamos a “Grammy” (la madre de sangre de mi papá, Ruth) y la llevábamos por un día de paseo fuera del hogar de cuidado donde vivía. Pasaríamos una semana en la granja con el abuelo (Dean) y la abuela (Evelyn), explorando su granero, montándonos en la cuatrimoto, pescando en el laguito, haciendo galletas y disfrutando el maíz de Iowa y otra comida maravillosa de la cocina de mi abuela.
Todavía puedo oler la mezcla de aceite del tractor, la tierra y el sudor en la ropa de trabajo desgastada de mi abuelo cuando lo abrazaba. El juego Scrabble y hornear con mi abuela eran tradiciones anuales. Su receta de galletas de gelatina se convirtió en mi propia tradición navideña.
Aunque nunca hubo ninguna adopción formal, nunca hubo duda de que esos abuelos eran familia. Mi papá fue adoptado en su familia y por esa misma razón, nacimos en esa misma extensión de su amor y apoyo.
Los abuelos no le dieron su apellido, pero tampoco mi papá va a heredar su apellido porque tuvo cuatro hijas. Ninguno está enfadado por esa falta de legado de nombre porque la herencia más importante es una de fe y amor.
Nuestro patrimonio es parte de nuestra identidad, pero no nos define. Puede que conoces la historia de tus raíces o no. Puede que tienes más preguntas que orgullo. Tu herencia puede ser llena de quebranto y destrucción en vez de cuidado amoroso.
Sin importar nuestra historia ni herencia, hemos recibido la oportunidad bellísima de unirnos a una familia de fe, a ser adoptados por el mejor Padre que uno quisiera tener.
3 Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en las regiones celestiales con toda bendición espiritual en Cristo. 4 Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él. En amor 5 nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen propósito de su voluntad, 6 para alabanza de su gloriosa gracia, que nos concedió en su Amado. (Ef. 1:3-6)
La adopción implica incluir a alguien en los derechos y privilegios familiares, las tradiciones y los legados. Comparto el canto bullicioso de Maude Goff y el amor por enseñar de Evelyn Cobb. Nací a un legado generacional de fe y con la historia de la familia Florea de establecer nuevas congregaciones. Pero cuando mi papá y mi tía quedaron solos como huérfanos, ya no conectados a ese legado y a los que podían modelar esa fe y sus tradiciones, fueron adoptados de nuevo a esa misma familia.
Es como si fueran comprados de nuevo o traídos de vuelta. Fueron dados la elección de aceptar la oferta de un nuevo hogar o familia, de ser “adoptados”. ¿Cuál escogerías? Toca a cada uno de nosotros decidir seguir el legado de vivir como adoptados.
Mi familia ha sido tocada por la adopción íntima y directamente. Dos veces. Damos gracias a Dios por mis abuelos, pero nuestras gracias mayores y eternas son a Dios por Su adopción de nosotros como Sus hijos e hijas.
¿Has aceptado el regalo de adopción y herencia eterna?
- Detalles
Escrito por Beliza Patricia, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Joao Pessoa, Brasil.
Puede que hayas oído a alguien decir: pero yo también soy hijo de Dios. Por lo general, la gente dice eso después de que hayan gastado más plata de lo de deberían, o después de reaccionar mal a una situación. O sea, de manera indirecta, lo que están intentando decir es: porque soy hijo de Dios, tengo algunos derechos…
El hecho es que no todas las personas son hijos de Dios, aunque seamos Su creación. Y de hecho los hijos de Dios reciben privilegios, pero ninguno lo recibe por merecerlo.
¿Y cómo saber si soy o no un hijo de Dios?
“Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. Estos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios.” (Juan 1:12-13)
Lo que nos hace hijos de Dios es la fe en Jesucristo y recibirlo como Señor y Salvador de nuestras vidas. Y la verdad es que Dios fue Quien actuó para que esto sea posible. Mientras algunos van a usar el “soy hijo de Dios” como un derecho fundamental e inalienable, la Biblia nos dice algo diferente.
“En ese tiempo también todos nosotros vivíamos como ellos, impulsados por nuestros deseos pecaminosos, siguiendo nuestra propia voluntad y nuestros propósitos. Como los demás, éramos por naturaleza objeto de la ira de Dios.” (Efesios 2:3)
El pecado nos aleja de Dios, nosotros merecíamos la ira de Él, porque desobedecemos y no cumplimos con Su voluntad. ¡Pero el amor de Dios es tan grande que, a través de Jesús, Él nos salvó! Y aún más: no hay nada que podamos hacer para lograr esto con nuestro propio esfuerzo.
A través de Jesús, Él nos ha redimido: nos ha resucitado mientras estábamos muertos en nuestras transgresiones. Él nos ha justificado: nos ha declarado justos, aunque no lo mereciéramos. Él nos ha adoptado: nos ha recibido legalmente como hijos, como parte de Su familia. La adopción es una bendición decretada por Dios.
Aquellos que son adoptados reciben orientación de Dios, instrucción, protección, corrección y preservación. Y esta última es tan grande que nos da la vida eterna.
Percibe el tamaño del amor de Dios: Él nos podría regalar la vida eterna a través de Jesús y reservar para nosotros el rol de siervos solamente, y, aun así, eso ya demostraría la misericordia de parte de Dios. ¡Pero Él hace más que eso!
Nosotros no nos podemos olvidar de que la adopción a la familia de Dios ocurre únicamente por Su gracia, no por nuestras obras. Pero lo que recibimos gratuitamente tuvo un alto costo para Dios.
“Pero, cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos.” (Gálatas 4:4-5)
Redimir es hacer un rescate, que significa obtener o libertar mediante el pago de un precio. Nuestra adopción fue costosa para Dios. Costó el precio de la vida de Su hijo. Jesús sí tenía derechos: Él nunca pecó (1 Pedro 1:22), a través de Él todo fue creado (Colosenses 1:16), sin Él nada hubiera existido (Juan 1:3), y aun así por amarnos, Él se vació y se volvió como nosotros para pagar el precio por nuestros pecados (Filipenses 2:6-8). No nos podemos olvidar nunca, que la adopción que es gratis para nosotros fue costosa para Dios.
¡Y algo más! Yo dije que la adopción (que es inmerecida) nos regala privilegios. Algunos de los privilegios para los que somos adoptados por Dios son:
- Tener una relación de Padre e hijo con Dios (1 Juan 3:1).
- Saber que Dios cuida de nuestras necesidades (Mateo 6:32).
- Saber que Dios nos bendice (Mateo 7:11).
- Ser conducidos por el Espíritu Santo (Romanos 8:14).
- Ser diciplinados por Dios (si, la diciplina es un privilegio) (Hebreos 12:6).
Y regresando al dicho popular: “pero yo también soy hijo de Dios”; aquellos que reivindican que son hijos de Dios deben acordarse de que la adopción como hijos es acompañada de una transformación guiada por el Espíritu Santo. O sea, nuestras acciones, pensamientos, deseos, palabras, todo es cambiado cuando nos volvemos hijos de Dios. Nuestro comportamiento se asemeja al de nuestro Padre que está en los cielos (Efesios 5:1).
“Todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús.” (Gálatas 3:26)