Escrito por Eliuth de Valencia, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Colombia
“Más yo en tu misericordia he confiado; mi corazón se alegrará en tu salvación. Cantaré al Señor porque me ha hecho bien.” (Sal. 13:5–6)
El desafío de la crianza equilibrada, centrada en Cristo, no deja de tener sus altos y bajos. Con tres hijos hemos experimentado situaciones difíciles a nivel familiar, queriendo ser siempre obedientes a Dios. En la actualidad aún tenemos dos pequeños bajo nuestro cuidado, con el firme llamado supremo de instruirles y corregirles con temor reverente al Señor. No obstante, pasamos por alto algunas situaciones.
Dimos por sentado que hablar de discapacidad era suficiente para ser conscientes el uno con el otro y sin pensarlo, movidos por la fragilidad y vulnerabilidad de nuestra hija menor, dimos cabida al favoritismo haciendo a un lado las necesidades propias de nuestro hijo. Gracias al Señor que nos invita a autoevaluarnos como padres pudimos reconciliar esta mala orientación y brindar a todos nuestros hijos un amor en igualdad.
Sin embargo, esto que parece ser una mala tendencia, nos brindó una gran lección de vida para el evangelismo más real: La vida no será siempre justa. Habrá más decepciones y frustraciones que experimentarán a lo largo de sus vidas; la gente tendrá favoritos, en la escuela, en iglesia; algunos compañeros se llevaran crédito por algo que no hicieron; le darán el ascenso por el que han trabajado con gran esfuerzo a alguien más. Desde hace décadas, el mensaje evangelístico más popular del mundo ha estado atrayendo a las personas con la promesa de un plan maravilloso de Dios para sus vidas. Pero detrás de la fachada del mensaje del “plan maravilloso” está la realidad de las pruebas, tentaciones y persecución que Jesús prometió (1 Pe. 2:21). ¿Cómo podemos reconciliar las dos cosas?
Hay una verdad absoluta en todo el universo: Dios obra todas las cosas conforme a Su voluntad, teniendo el control de todo evento pasado, presente y futuro de nuestras vidas. Esto lo vemos en la narración constante a lo largo de la segunda mitad de Génesis que tiene como objetivo mostrar uno de los atributos de Dios, Su soberanía.
Dios bendijo a la familia de la promesa. Los muchos hijos de Jacob muestran los comienzos de la promesa de Dios de hacer que los descendientes de Abraham fueran tan numerosos como las estrellas en el cielo. Asimismo, a lo largo de la narración, nos distrae la fragilidad y humanidad de cada uno de sus miembros de generación a generación. A pesar de esto Dios tiene propósitos en sus vidas, pero antes de usarlos grandemente, debía trabajar en su carácter. Esto me lleva a pensar que no hacemos nada para ganar ninguna de las bondades que Él nos da, pero ciertamente Él bendice nuestra obediencia. Es transformador ser formado por las pruebas aun si el desafío mayor representa amar a otros. Esto me ayuda a indagar si este enfoque común del evangelio encaja con la vida real, y con las Escrituras.
Constantemente, como mujer me encuentro luchando en comprender estas verdades. Mi naturaleza pecadora se atemoriza, se pone ansiosa frente a los obstáculos y le cuesta descansar en Dios. Pero algo cambia cuando voy a Él y me enseña a ir comprendiendo que Su tiempo y Su forma de obrar son distintos a los míos y que, a cada paso, Su cuidado no se apartará de mí, aun en las más duras pruebas, permitiendo que todo obre con un propósito perfecto.
Hay una historia en particular que me ha dado lecciones en cada etapa de vida y que traigo a mi mente para entender y recordar que Dios cuida de Sus hijos cumpliendo los propósitos que Él orquesta de una forma extraordinaria; esa es la historia de José (Gén. 30-50). Resaltaré algunos aspectos de este relato:
De los hijos de Jacob, José fue el líder elegido por Dios en su generación, y Dios le reveló este llamado a José a través de sueños. José fue obediente a Dios y fiel con sus responsabilidades, honrando a su padre y haciendo lo que él le pedía. En ese momento, José todavía era joven, de unos diecisiete años, y vivía en la casa de su padre con muchos de sus hermanos.
Jacob favoreció a José, y eso causó división en su casa. Debido a esto, los hermanos de José tuvieron sus momentos de decir “no es justo” al ver a su hermano menor ser tratado con favoritismo flagrante y vivir con el hecho de que su padre claramente amaba más a José. Es más estaba teniendo múltiples sueños que indicaban que algún día toda la familia se inclinaría ante él. Y aunque Jacob fue testigo de la forma en que el favoritismo de los padres (Isaac y Rebeca) destruyó sus propias relaciones familiares (ver Génesis 26), practicó el mismo tipo de comportamiento y produjo el mismo tipo de división entre sus hijos.
El odio de los hermanos no tuvo control y resultó en un crimen horrible a causa de sus frustraciones. Sus acciones revelan la intensa lucha y los celos dentro de la familia de Jacob; un escenario planteado entre sus madres (Lea y Raquel) que constantemente competían. Sus hermanos rechazaron a José, desconociendo el llamado de Dios para su vida. La obediencia y la fidelidad de José contrastan con la maldad de sus hermanos cuando conspiraron para matarlo, lo vendieron como esclavo y engañaron a su padre (Gén. 37).
Uno no puede dejar de notar paralelos entre las historias de Jacob y José:
- Jacob manipuló a su hermano por su primogenitura y luego le robó su bendición. Los hermanos de José intentaron destruir al hermano a quien pertenecía la bendición.
- Jacob fue perseguido y engañado por Labán, y aunque Jacob no era inocente del engaño en sus acciones, Dios lo salvó y lo protegió. José fue perseguido por sus hermanos quienes luego engañaron a su padre, pero José era inocente, y Dios estaba igualmente con él.
- Esaú también quiso la muerte de su hermano Jacob, vemos la misericordia de Dios al darle un nuevo nombre a Jacob, Israel, pero aun con la carga de sus anteriores acciones hacia su hermano quiso retribuir produciendo una profunda reconciliación. José también se reconcilia con sus hermanos, “ahora pues, no os entristezcáis, ni os pese el haberme vendido acá porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros” (Gén. 45:5).
Cuando te sientas ignorada, apartada y derrotada, recuerda a José como un «tipo» de Cristo: que pasó del sufrimiento a la gloria, convirtiéndose en el salvador de sus hermanos que lo habían rechazado y dado por muerto.
No es difícil. Trabaja en las cosas que puedes cambiar. Acércate a Dios, lee Su palabra, fortalece tu carácter, refina los dones con los que Él te ha bendecido y practica ser fiel en los momentos difíciles que, aunque pequeños e invisibles son los que te forman. Dios está obrando en nuestras vidas y situaciones. Es un Dios que ve, cuida y se mueve. Podemos ver esto en la vida de José y encontrar aliento en nuestras propias circunstancias. No importa lo que enfrentemos hoy, podemos demostrar nuestra fe al continuar creyendo en las promesas de Dios. Dios continuará realizando Sus propósitos. Su fidelidad en el pasado es un modelo y una promesa para Su fidelidad en el futuro. Seguirá trabajando, incluso cuando sintamos que estamos en el foso. Como proclamó el salmista, podemos confiar en Su fidelidad y Su próxima liberación, cantándole alabanzas cuando seamos vindicadas. Un día podrás mirar hacia atrás y verás como Dios te preparó para algo más de lo que jamás podrías imaginar.
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