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Escrito por Ilca Medeiros, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Brazil
Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley? “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”—respondió Jesús—. Este es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a este: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas. (Mt 22:36-40 NVI)
Cuando somos llamados a hablar de amor por Dios, casi automáticamente comenzamos a hablar de Su amor por nosotros. Podemos hacer esto excelentemente porque es un amor perfecto e inmaculado. Cuando nos damos cuenta de un amor tan grande y de un ejemplo tan impactante, nos encontramos con un mandamiento (Mt 22:36-40), que no tendría sentido para nosotros si no viniera de Dios: ¡"Amor"! No es un amor sólo de los sentimientos, sino de acción. La Biblia dice que debemos amarlo a Él sobre todas las cosas y este amor es un reflejo del amor incondicional de Dios por nosotros. Primera de Juan 4:19 dice: “Nosotros amamos porque él nos amó primero". Cuando sentimos este amor por Dios, queremos agradarle, obedecerle y servirle con un corazón lleno de gratitud.
La primera fuente de amor a Dios según Mateo 22:36-40 es el CORAZÓN.
Un corazón limpio, sin amargura ni resentimiento es una tierra fértil para cultivar el amor, que se extiende a todos los que nos rodean. Quien ama a Dios con todo su corazón anhela estar con Él, se acerca a Él y desarrolla intimidad a través de la oración, la comunión y Su Palabra. Nos gusta estar cerca de los que amamos. Así debe ser con Dios. Él no necesita nada de lo que tenemos. Ni siquiera nuestro amor. ¡Ahora podemos imaginar a nuestro Creador regocijándose en el hecho de que lo amamos con todo nuestro corazón! Sé que somos capaces de sentir ese amor, de estar a Su lado todos los días, porque Él mismo prometió en Mateo 28:20 que estaría con nosotros todos los días. En los días buenos y en los días malos también. Sólo toma Su mano.
Dios sabe cuánto lo amamos por la forma en que tratamos a nuestros hermanos y hermanas. Cómo estamos conectados unos con otros, cómo nos vemos, cómo cuidamos y servimos a los necesitados. “...El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4:21).
La segunda fuente de amor a Dios según Mateo 22:36-40 es el ALMA.
Nuestra alma es el centro de nuestras actitudes. Nos lleva a practicar lo que viene del corazón. ¡Es sentir en la práctica! La palabra alma proviene del latín animu que significa "lo que anima". Revela nuestra personalidad, es el centro de nuestra voluntad. Amar a Dios con el alma significa dejar atrás todo lo que nos aprisiona y nos impide servir. Es negarnos a nosotros mismos cuando el amor requiere sacrificio y cambio.
Cuando amamos a Dios en nuestras almas, buscamos la comunión con nuestros hermanos y hermanas incluso cuando nuestros cuerpos están cansados y no queremos ir a la iglesia, y aún así nos esforzamos por ofrecer a Dios lo mejor de nosotros con actitudes que le agradan.
Lo que siente nuestra alma se refleja en nuestro cuerpo y en nuestras acciones. No podemos olvidarnos de alimentar nuestras almas con cosas buenas para que cada ofrenda de amor a Dios tenga un aroma dulce. Nos volvemos débiles en nuestras almas cuando dejamos a Dios fuera de nuestras batallas.
La tercera fuente de amor a Dios según Mateo 22:36-40 es el ENTENDIMIENTO.
Cuando tomamos la decisión de servir a Dios, se nos pregunta si entendemos la importancia de nuestra decisión, y decimos que sí. Entendemos que a partir de ese momento, nuestras vidas están ligadas a Dios por la eternidad. Una vez pasada la emoción inicial, vale la pena reflexionar: ¿Quién es Dios para nosotros? ¿Qué diferencia hace Él en nuestras vidas? ¿Están nuestras relaciones influenciadas por Él?
La forma en que entendemos nuestra nueva vida en Cristo nos hace agradecidos, felices y llenos de esperanza. Devolvemos a Dios un amor que viene de Él. Para comprender Su amor, es necesario que Él viva en nosotros, ya que no hay otra fuente de comprensión de este amor que en Él. El mismo Dios que nos ama en la práctica, nos manda que lo amemos a Él. No estamos obligados, sino motivados a amarlo entendiendo que Él es todo en nosotros, sabiendo que Él es nuestro Creador, Padre de Amor y Protector.
Amamos a Dios cuando entendemos el tamaño de la conexión que tenemos con Él. Le amamos no sólo en los momentos de bendiciones recibidas, sino basándonos en Sus sentimientos por nosotros. Constante, continuo e incondicional.
Podemos hacer una lista de las cosas que todavía no estamos haciendo para demostrar nuestro amor por Dios. Este amor debe ser contagioso. Que todos los que nos rodean sepan cuánto Lo amamos y que quieran conocerlo.
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Escrito por Marbella Parra, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Honduras
En mi vida cristiana, he pasado por diferentes etapas. Ha habido momentos en los que he sentido que hacía cosas para Dios, pero no me sentía realmente cerca de Él. Más de una vez me he preguntado cómo puedo diagnosticar y evaluar mi vida espiritual. ¿Alguna vez te has sentido igual o te has hecho la misma pregunta? ¿Qué método podemos usar para evaluar nuestra vida espiritual y nuestra relación con Dios? En este artículo, analizaremos las enseñanzas del apóstol Pablo en Gálatas 5 y Romanos 8 para definir lo que es la espiritualidad y aprender a crear nuestro propio termómetro para analizar nuestra relación con Dios.
Cuando hablamos de espiritualidad, tendemos a confundir algunos aspectos. Muchas veces calificamos como espiritual a aquella persona que practica disciplinas espirituales, es decir, alguien que ora, medita en las Escrituras o se congrega, entre otras cosas. Sin embargo, aunque las disciplinas espirituales nos conducen a la espiritualidad, estas no son la señal definitiva de que realmente somos espirituales. Al leer Romanos 8 y Gálatas 5, observamos que el apóstol Pablo describe a una persona espiritual como aquella que es guiada por el Espíritu Santo para producir Su fruto (ej. amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza de Gá 5:22-23). En este sentido, ser espiritual no se trata tanto de un conjunto de actividades que realizamos, sino de un estado: un nivel de conexión con Dios. En este nivel de relación con Dios, el Espíritu Santo tiene una gran influencia en nosotros, capacitándonos para tener actitudes que reflejan el carácter de Cristo y abandonar las actitudes carnales.
Lamentablemente, muchos de nosotros hemos invertido la fórmula. Creemos que, a través de una gran fuerza de voluntad, debemos alcanzar un nivel de perfección que nos permita ser dignos de Dios. Sin embargo, la buena noticia es que, aunque somos indignos, a través del sacrificio de Jesús tenemos la oportunidad de ser perdonados y recibir el Espíritu Santo. El apóstol Pablo en la carta a los Romanos establece que somos adoptados como hijos de Dios y recibimos el Espíritu por medio del cual podemos llamarlo "Papito". ¡Qué mensaje tan poderoso y consolador! Esto significa que, si queremos desarrollar el carácter de Cristo, la única forma de lograrlo es buscar a Dios con un corazón humillado y encomendarnos a la guía del Espíritu Santo. La fórmula es que, mientras más lo buscamos y nos humillamos ante Él, más cerca estamos de Dios, y somos transformados y capacitados por Su Espíritu Santo.
Podemos decir entonces que un corazón que está cerca de Dios es aquel que se humilla ante Él y descansa en la gracia recibida a través de Jesús. El resultado de esto es una persona que está en un proceso de santificación a través de la guía del Espíritu Santo para vivir conforme a la imagen de Cristo. Con esto en mente, nuestras acciones son la señal de nuestra cercanía o lejanía de Dios. Si una persona está cerca de Dios, lo reflejará a través del fruto del Espíritu, pero también una persona que está lejos de Él lo reflejará a través del fruto de la carne. En resumen, mis acciones pecaminosas son el síntoma de que me estoy alejando de Dios, y mis buenas acciones son el síntoma de que estoy cerca de Él.
A partir de esto, podemos crear un termómetro espiritual personal que nos ayude a identificar en nosotros mismos qué tan cerca o lejos estamos de Dios. Un termómetro necesita una escala de medición positiva, así que en esta parte usaremos el fruto del Espíritu Santo como referencia. También necesitamos una escala de medición negativa en la cual pondremos el fruto de la carne. Nuestro proceso de diagnóstico (el cual debería ser diario) consiste en evaluar nuestras actitudes, pensamientos y palabras durante el día y ver en qué sentido se mueven. ¿Son mis acciones, pensamientos y palabras un reflejo del fruto del Espíritu Santo? Si la respuesta es no, esto es síntoma de que nuestro corazón no está cerca de Dios. Apartemos un tiempo para buscar Su presencia, arrepentirnos y pedir Su guía y el control de Su Espíritu Santo. Si la respuesta es sí, demos gloria a Dios porque sabemos que lo bueno que hay en nosotros no viene de nuestro esfuerzo, sino de la obra del Espíritu Santo en nuestra vida por lo cual debemos seguir buscándolo diariamente para seguir siendo perfeccionadas en Él.
¿Estarías dispuesta a usar este termómetro espiritual todos los días? ¿Crees que te ayudaría a crecer en tu compromiso con Dios?