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Escrito por Ayane Nayara, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en João Pessoa, Brasil
Pero tú ves la maldad y la aflicción, las tomas en cuenta y te harás cargo de ellas. Las víctimas se encomiendan a ti; tú eres la ayuda de los huérfanos. (Sal 10:14 NVI)
Cuando tenemos una relación con Dios, podemos disfrutar de muchas de Sus características; tenemos una muestra de lo que Él es. Probamos de Su amor, Su fidelidad, Su bondad, Su misericordia, Su gracia, Su generosidad, entre otros atributos de nuestro Dios, incluido Su compromiso.
Para entender mejor este último atributo, pensemos en su significado. El compromiso es una obligación asumida por una o más partes. Es un acuerdo o pacto hecho por alguien con otro ser o consigo mismo.
Dios, como nuestro Creador y Padre, está comprometido con nosotros. Desde la creación del hombre, Él ha hecho promesas y convenios con la humanidad y Su pueblo. Él planeó cada parte de nuestro viaje y se comprometió a cumplirlo. Desafortunadamente, estos pactos fueron rotos, no por Dios, sino por el hombre. Cuando se rompe un pacto, ambas partes ya no tienen la obligación o el compromiso de cumplir con lo acordado. Sin embargo, lo que hacemos no cambia quién es Dios.
Dios asume una responsabilidad con nosotros. Como un verdadero padre, Él conoce nuestras necesidades y, a pesar de nuestros fallos, está comprometido a guardar Su pacto. Él busca en todo momento enseñarnos, hacernos crecer y llevarnos de vuelta a Su camino.
En Jeremías 29, parte de Su pueblo fue exiliado en Babilonia. Fue un momento difícil para ellos. Israel había fallado a Dios; una vez más rompió el pacto con el Padre y sufrió las consecuencias. Sin embargo, el Señor se acordó de ellos y lo dejó claro cuando les envió una carta por medio del profeta Jeremías, pidiéndoles que se mantuvieran firmes, que no escucharan a los falsos profetas, que se multiplicaran y se mantuvieran vivos.
En el versículo 11 dice; “‘Porque yo conozco los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza.” Todo el tiempo, el Señor se ha comprometido a ayudar, amar y rescatar a Su pueblo.
En el Antiguo Testamento, Él hizo un pacto con un pueblo, mientras bendecía a otros. De la humanidad: alianzas rotas, promesas rotas y traición en el culto, entre otros fracasos; de Dios: fidelidad y compromiso.
En el Nuevo Testamento, Él hace un pacto no solo con un pueblo, sino con todos aquellos que están abiertos a Su voluntad. Él nos dio a Su Hijo para que a través de Él pudiéramos acercarnos, y Él nos dejó Su Espíritu como prueba del compromiso que ha hecho de llevarnos a nuestro hogar celestial. De la humanidad: la misma situación que en el Antiguo Testamento; de Dios: Él permanece comprometido. A diferencia de antes, ahora tenemos Su gracia que nos permite acercarnos a nuestro Padre. Aun así, en respuesta a Su compromiso incondicional, nos pide que nos comprometamos. Necesitamos buscar y esforzarnos por llevar lo que somos a lo que es el Padre. Él no nos obliga a disfrutar de lo que Él es, sino que está disponible cuando lo buscamos.
Siempre debemos recordar que no importa lo que hagamos, Dios sigue comprometido con nosotros siempre y cuando nos arrepintamos y regresemos a Él.
Recuerda: Dios es un Padre comprometido a ayudarnos, amarnos y rescatarnos.
Él nos ama, permitiéndonos aprender de las consecuencias de nuestros errores. Él nos ayuda, revelando nuestro pecado, guiándonos por dónde caminar y cuál debe ser nuestra actitud para crecer. Y Él nos rescata, recordándonos nuestro pacto con Él y cumpliendo Sus promesas.
Entonces ustedes me invocarán, vendrán a suplicarme y yo los escucharé. Me buscarán y me encontrarán cuando me busquen de todo corazón. Me dejaré encontrar —afirma el Señor—, y los haré volver del cautiverio. (Jer 29:12-14a)
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Escrito por Naijuvelin Diaz, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Venezuela
Grandes multitudes iban con Él; y volviéndose, les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y a su madre, y mujer, e hijos, y hermanos, hermanas, y aun también su propia vida no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, si puede hacer frente no se sienta primero y considera o considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condición de paz. Así, pues cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo (Lc 14:25-33 RVR1960).
Es importante comprender el significado que tiene la palabra comprometido, un adjetivo que implica riesgo, dificultad o peligro. También tiene como sinónimos difícil y expuesto.
Muchas veces en las relaciones interpersonales se ponen de manifiesto expresiones como “te comprometes a” en respuesta a una solicitud de empleo, una opción de estudios, una competencia o una relación de pareja; estimando todas las condiciones dadas para que pueda tener éxito. No es fácil comprometerse a cumplir todo, más aun desconociendo ciertas situaciones que se presentarán.
Sin embargo, Jesús nos enseña previamente el costo, el riesgo que es seguirle y comprometerse con Él. Jesús se negó a Sí mismo para priorizarnos; también exige que nos neguemos a nosotras mismas ante cualquier situación o comodidad para darle la prioridad a Él.
Un verdadero compromiso requiere responsabilidad y fidelidad.
El costo de seguir una infidelidad sin calcular la magnitud del malestar que podía generar a nivel espiritual, mental, moral y social conllevaría el derrumbe total de tu persona y tu comunión con Dios. Subestimar las consecuencias de una mala decisión carente de compromiso resultaría en un caos.
Cristo mostró su compromiso de seguir el camino a la cruz. Enfocándose en nuestra salvación, llevó esa cruz pesada negándose a Sí mismo, hasta la muerte. Mostrar un compromiso fiel genuino a nuestro Señor me define como discípula de Él. Darle el primer lugar me reenfoca en el camino de la salvación recordándome el costo de seguirle, como el costo que Él pagó al asumir el compromiso ante Dios para redimirme.
Cuando se adquiere el compromiso de ser Su discípula, se adquiere también la vida eterna (Jn 15: 5-8). En otras palabras, Santiago 1:12 nos motiva a obtener la corona de la vida.
Mantener una vida disciplinada íntegra implica dejar atrás las maledicencias, la ira, los placeres mundanos, o cualquier situación que para la mente humana es buena, pero que atenta contra los parámetros de Jesús.
El joven rico presentó una pregunta ante Jesús sobre cómo obtener la vida eterna. Jesús responde pidiéndole vender todo lo que posee y dárselo a los pobres. Esto desmotivó por completo al joven, que manifestando una actitud de tristeza se marchó. Las posesiones materiales, los apegos a los bienes materiales, emocionales y físicos son obstáculos para comprometernos con Cristo al 100%.
El comprometernos implica desprendernos de toda carga. Si el creyente no está dispuesto a cumplir esta condición, debe recordar las palabras de Jesús: “no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:26).
Seguir a Cristo y comprometerse 100% con el Gran Yo Soy, es la mejor decisión, aunque sea dificultosa. “Bienaventurado el varón que soporta la tentación’’ (St 1:12).
Me emocionan las palabras profusas del apóstol Pablo cuando expresa que estima todo como basura, como pérdida, con tal de ganar a Cristo, afirmando que lo deja todo por seguirle, por asumir el compromiso fiel, fue su firme y mejor decisión (Fil 3:7).
Dios nos de la gracia de comprometernos plenamente al Gran Yo Soy.
¿Realmente estamos dispuestas a dejar las posesiones, la comodidad, nuestro confort, para comprometernos al 100% al Gran Yo Soy?