Escrito por Beliza Kocev, Coordinadora de Brasil del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
Nunca me gustó mi nombre. Escribía otros nombres en todos los álbumes de fotos de mi infancia. No estoy muy segura de por qué, pero siempre sentí que tenía un nombre extraño y sin sentido (incluso en portugués, Beliza no es un nombre común). Nadie más tenía ese nombre, y todos me preguntaban de dónde venía.
Tampoco me gustaba mi apellido. En Brasil, Silva es un apellido muy común. Hoy reconozco que solo quería sentirme especial, y tener un apellido súper común iba en contra de mi deseo. A lo largo de mi infancia y adolescencia, planeaba cambiar mi nombre en la oficina de registro cuando cumpliera 18 años. Hice planes para casarme con un hombre con un apellido largo para poder tener un apellido "especial".
No hice ninguna de las dos cosas.
Sigo siendo Beliza, y hoy me gusta que mi nombre sea inusual y que mi madre haya dedicado tiempo y creatividad para elegir mi nombre (de hecho, ¡crearlo!). Beliza es un reacomodo del nombre de mi abuela IZA-BEL -> BEL-IZA). Y aunque me casé, Silva se quedó (ya que la oficina del registro civil no me permitió quitar mi apellido, solo agregar el nombre de mi esposo, que, por cierto, no es tan largo como me había imaginado ja,ja).
El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que salga vencedor le daré del maná escondido y le daré también una piedrecita blanca en la que está escrito un nombre nuevo que solo conoce quien la recibe. (Ap 2:17)
Recibiré un nuevo nombre, aún no sé cuál será... Pero como un padre que elige el nombre de sus hijos, Dios me dará un nuevo nombre, recordando que soy una hija adoptiva y parte de la familia de Dios. Un nombre mucho más especial que Beliza, un nombre eterno.
En las Escrituras, vemos que el concepto de un nombre es más que una simple combinación de letras. Es una representación de la esencia de la persona que lo lleva. Cuando decimos "en el nombre de Jesús" estamos hablando de Cristo mismo, no solo de una combinación de letras. “Cualquier cosa que ustedes pidan en mi nombre, yo la haré; así será glorificado el Padre en el Hijo. Lo que pidan en mi nombre, yo lo haré" (Jn 14:13-14).
Además, darle un nombre a alguien era un símbolo de la autoridad que uno tenía sobre esa persona. Adán nombró a los animales (Gn 2:19), y Dios ya había dicho que Adán gobernaría sobre ellos (Gn 1:26-28). Así como José y María no eligieron el nombre de su hijo, le correspondió a Dios decidir que se llamaría Jesús (Mt 1:21). De vez en cuando, vemos a Dios cambiando el nombre de alguien como símbolo de un nuevo estatus, como fue el caso de Abraham (de Abram), Sara (de Sarai) e Israel (de Jacob).
Un nuevo nombre, un nuevo estatus, una nueva identidad.
Que tengamos la fuerza y el coraje para permanecer firmes en la fe y recibir nuestro nuevo nombre y corona: "Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener una corona que se echa a perder; nosotros, en cambio, por una que dura para siempre" (1Co 9:25).
No sé si te gusta tu nombre o no, pero saber que nuestro Padre elige un nombre eterno para nosotros debería hacernos sentir agradecidos por el cuidado y el cariño de Dios por nosotros. Debería ayudarnos a recordar que no hay amor más grande que este: ser llamados hijos de Dios. Que guardemos esto en nuestro corazón hasta el día en que se cumplan las palabras de Apocalipsis 22:4: "lo verán cara a cara y llevarán su nombre en la frente".