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Escrito por Deanna Brooks, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas
Cuando era niña, mi papá a veces me decía: "Es difícil escuchar la voz de Dios cuando ya has decidido lo que quieres que diga".
El escritor de Hebreos nos dice: " Por tanto, también nosotros que estamos rodeados de una nube tan grande de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante" (Heb 12:1 NVI).
Imagínate a un corredor con pesas en los tobillos y una mochila pesada al inicio de una carrera importante. ¿Crees que correrá bien? De esto es de lo que habla el autor de Hebreos cuando nos dice que dejemos a un lado lo que puede ralentizarnos.
El pecado es un peso que ralentiza o interrumpe nuestro caminar con Jesús.
Todos sabemos lo difícil que es hablar con alguien a través de una puerta cerrada. Cuando hablamos o escuchamos a nuestro Padre Celestial, necesitamos que la puerta esté abierta de par en par sin nada que obstaculice la comunicación.
El pecado es una barrera... como una puerta cerrada... entre nosotros y Dios.
- El pecado a menudo viene con orgullo... Y el orgullo nos impide escuchar porque queremos tener el control. Es posible que hayamos decidido lo que queremos que Dios diga.
- El pecado nos engaña para hacernos pensar que Dios se ha alejado de nosotros y ya no le importa.
- La indiferencia, el miedo o la vergüenza por nuestro pecado cerrarán nuestros oídos a Su voz. El maligno quiere que nos concentremos en nuestro pecado. Sin embargo, Dios nos ha dicho que le entreguemos nuestro pecado a Él, y Él lo lavará.
Contrasta la respuesta de Adán y Eva con la de David cuando cada uno fue confrontado por el pecado. Adán y Eva tuvieron miedo y se escondieron. David respondió: "¡He pecado contra el Señor!" (2S 12:13).
¿Has experimentado el dolor de evitar a un amigo debido a "algo" que sucedió?
Ahora, apliquemos eso a nuestra relación con Dios. Ya sea que se trate de un pecado obvio del que somos conscientes o simplemente hemos dejado de poner a Dios en el primer lugar en nuestra vida y sabemos que las cosas no están bien, sentimos la barrera y ya no lo escuchamos.
El profeta Habacuc escribió: " Son tan puros tus ojos que no puedes ver el mal; no te es posible contemplar la opresión" (Hab 1:13). Nuestro Padre Celestial desea que evitemos el pecado
Lo más importante que debemos recordar es que Dios nunca nos abandonará. Encontramos esta promesa a lo largo de las Escrituras. Lo encontramos primero en Deuteronomio 31:8: "nunca te dejará ni te abandonará". Nuestro Dios nos persigue para protegernos del pecado.
El pecado es siempre la barrera que nos separa de sentirnos conectados con Dios.
Isaías escribió: "Son las iniquidades de ustedes las que los separan de su Dios" (Is 59:2).
Dios lo sabía y lo entendía. Es por eso que Él nos dice una y otra vez en las Escrituras que traigamos nuestros pecados ante Él para que podamos ser limpiados.
Piensa en los siguientes pasajes de las Escrituras... sobre cómo nos dan esperanza y seguridad:
"Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad" (1Jn 1:9).
"Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte" (Rom 8:1,2).
"La sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado" (1Jn 1:7).
"Pero si alguno peca, tenemos ante el Padre a un intercesor, a Jesucristo, el Justo" (1Jn 2:1). Jesús, nuestro Redentor, está de pie a nuestro lado mientras nos acercamos al Padre.
Con esas promesas que muestran la bondad amorosa del Padre para con Su pueblo, debemos preguntarnos en qué estamos involucrados que puede impedirnos escuchar las palabras de nuestro Padre Celestial.
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En el contexto de pequeños grupos o tríos de mujeres, tenemos la oportunidad de participar en relaciones auténticas y genuinas que pueden profundizar nuestras relaciones con Dios y con los demás. El Ministerio Hermana Rosa de Hierro ora para que podamos equiparlas en esas relaciones, especialmente en sus iglesias locales y grupos pequeños. Y una de las formas en que lo hacemos está representada por los Elementos Comunes, los tres elementos del logotipo del ministerio. Son una forma de hacer que cualquier lección bíblica sea muy personal y práctica: bien sea el sermón de los domingos por la mañana, tu lectura personal de la Biblia o tu capítulo favorito en un libro de estudio bíblico del Ministerio Hermana Rosa de Hierro.
La rosa en los Elementos Comunes
La flor de la rosa nos recuerda que todas somos rosas hermosas y únicas en el Jardín de Dios. Representa las áreas de nuestra vida espiritual en las que anhelamos crecer o florecer.
"... hacerla fecundar y germinar... así es también la palabra que sale de mi boca..." (Is 55:10-11).
La espina en los Elementos Comunes
El tallo representa las espinas que identificamos y queremos eliminar. Pueden ser espinas como las de Pablo (2 Co 12:7-10) que nos atormentan, o pueden ser luchas pecaminosas que obstaculizan nuestro crecimiento.
"... una espina me fue clavada en el cuerpo... despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia..." (2 Co 12:7-10; Heb 12:1)
El hierro en los Elementos Comunes
Las Hermanas Rosa de Hierro, vistas en la forma de la cruz, sirven amorosamente como hierro afilador, mientras Dios nos transforma a la imagen de Cristo, y mientras profundizamos nuestras relaciones con Dios y entre nosotras.
"El hierro se afila con el hierro y el hombre en el trato con el hombre". (Pr 27:17)