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Escrito por Michelle J. Goff, fundadora y directora ejecutiva del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas
La ondulación natural de mi cabello lo ayuda a quedarse bien cuando se estiliza. Pero, dejado a su propia voluntad, mi cabello tiene su propio estilo, comenzando con los pelitos finos de bebé que rodean mi rosto, apuntando en toda dirección. Cada uno de esos cabellos escoge su propio camino caótico durante la noche, creando el efecto de un león con melena descontrolada cuando me miro en el espejo por la mañana.
Después de reírme de la diferencia adicional entre mis cabellos castaños y las canas (mis reflejos de Dios), determino cómo arreglar mi cabellera. Nunca la dejo tal y como parece después de despertarme. Sería tonto. En cambio, lo mínimo que hago es peinarme.
Santiago 1:22-25 dije:
No se contenten solo con oír la palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla a la práctica. El que escucha la palabra, pero no la pone en práctica, es como el que se mira el rostro en un espejo y después de mirarse, se va y se olvida enseguida de cómo es. Pero quien se fija atentamente en la ley perfecta que da libertad y persevera en ella, no olvidando lo que ha oído, sino haciéndolo, recibirá bendición al practicarla. (NVI)
Escuchar y hacer. Oír, ver, entender y obedecer. Es un proceso continuo que requiere compromiso.
Como ilustra Santiago, cuando escuchamos a la Palabra, estamos viendo en un espejo espiritual. Somos llamadas a hacer algo al respecto. El compromiso dedicado nos permite escuchar nuevamente y actuar al respecto, como cuando paso por un espejo más tarde en el día y busco el peine o ajusto el ganchito.
“Escucha primero y dos veces”. Ese ejercicio para escuchar de Llamada a escuchar: Cuarenta días de devoción nos recuerda de la importancia de escuchar primero a Dios (y a otros). Buscamos primeramente el Reino de Dios y Su justicia por Su Palabra y Su enseñanza (Mt 6:33; 2Ti 3:16-17; 2Pe 1:20-21). Escuchamos primero a otros al callarnos y pensar antes de responder (Stg 1:19).
Igual de importante es escuchar dos veces. Pensamos que sabemos lo que escuchamos. Nuestra confianza sobre nuestro entendimiento de ese mensaje original puede llevarnos a proseguir sin confirmación. O quizás nos falte confianza sobre lo que oímos y nos lleva a dudar. En ambos casos, siempre es sabio escuchar dos veces. “David volvió a consultar al Señor…” (1S 23:4). A lo largo de ese capítulo y en otras ocasiones, David escuchó al menos dos veces.
Jesús demostró escuchar primeramente, dos veces y siempre, a través de la consistente comunicación intencional con Su Padre. Constantemente volvía a dedicarse a escuchar y decir sólo lo que decía Su Padre (Jn 12:49).
La práctica de escuchar requiere compromiso. El escuchar es una práctica porque siempre estamos aprendiendo. Ningún estudiante puede tocar piano perfectamente la primera vez que se siente en el teclado del piano. Pero mientras más practica y toca, más aprende y mejor toca. Es una decisión perseverar, especialmente después de cometer un error.
Un compromiso al escuchar requiere dedicación continua y una determinación a practicar. Cuando lo hacemos imperfectamente, Dios nos invita amorosamente a arrepentirnos y hacerlo mejor la siguiente vez. Escuchamos Su misericordia y gracia. Y mientras más practicamos escucharlo, más queremos oír Su voz y seguir Su liderazgo.
Mientras más escuchamos, más profundizamos nuestra relación con Él. Mientras más escuchamos, más nos enamoramos con Él que nos llama a obedecer a lo que oímos. Y nuestro compromiso a escuchar se fortalece.
¡Nos encantaría ayudarte a renovar o fortalecer tu compromiso a escuchar! Ve nuestro más reciente estudio bíblico: Comprometida a escuchar: Cuarenta días de dedicación.
¡Gracias por tu compromiso a escuchar a través de nuestro blog, también! Que Dios nos use como Sus instrumentos para animarnos e inspirarnos a escuchar y hacer algo al respecto (Stg 1:22-25). Apreciamos sus respuestas y reacciones a él. “Escuchamos” a cada una.
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Escrito por Kristi Bond, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas
Por tanto, también nosotros que estamos rodeados de una nube tan grande de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. (Heb 12:1 NVI)
Aprendemos mucho con el simple hecho de envejecer. El envejecimiento trae consigo una serie de dolencias que desafían nuestras capacidades físicas. Aunque no es inaudito, es raro que las personas de 80 años corran carreras. ¡Mis problemas de espalda pueden dar fe de que envejecer no siempre es divertido! Pero uno de los peores problemas que he tenido en los últimos años tiene que ver con mi capacidad para oír.
Hace unos años, comencé a experimentar breves períodos de pérdida auditiva. Mis oídos se sentían llenos y me costaba escuchar voces, especialmente la voz baja de mi esposo. Estas sensaciones duraban entre tres días y tres semanas, hasta que el año pasado perdí la audición de bajo rango en mi oído izquierdo durante cuatro meses. En el trabajo, tenía que esforzarme para escuchar a mis alumnos. Sentada al lado de mi esposo en el auto, a menudo ni siquiera sabía que me había hablado. Y en la iglesia, se me hizo difícil alabar a Dios con mis hermanos y hermanas porque mi propio canto era todo lo que podía escuchar. El audiólogo me explicó que mis oídos estaban produciendo un líquido interno que afectaba mi capacidad auditiva y que estos episodios iban y venían, pero emperan con el tiempo. ¡Mis oídos están trabajando en mi contra!
A veces, somos nuestros peores enemigos. Esto es especialmente cierto cuando se trata de escuchar. Nuestras prioridades y deseos nos impiden escuchar a los demás. El pecado y el ensimismamiento crean un fluido interno que bloquea cualquier sonido que no sea nuestra propia voz, y dejamos de escuchar las necesidades de quienes nos rodean. Es fácil perder nuestro enfoque en lo que Dios está tratando de decirnos. Buscamos placer o descanso en cosas que no son Dios, o nos apoyamos en nuestra ira, ansiedad o resentimiento. Estos períodos de pérdida auditiva pueden ser breves, o podemos pasar toda una vida ignorando a Dios en favor de nuestras emociones o deseos.
Hebreos 12:1 nos dice que estamos corriendo una carrera. Tenemos la ventaja de un entrenador que vive dentro de nosotros: el Espíritu del Dios vivo. ¿Estamos dejando que nuestras prioridades nos impidan escucharlo? ¿Es nuestro pecado sofocar al Espíritu Santo? El entrenamiento diario está disponible a través de la Palabra de Dios. ¿Somos capaces de oír Sus instrucciones?
Jesús dice con frecuencia a sus oyentes: "El que tenga oídos para oír, que oiga". Nuestra relación con Dios se resiente cuando escuchamos solo nuestros propios deseos. ¡Seamos seguidores de Cristo que tienen oídos para oír!
A menudo pensamos en correr como un deporte individual, pero no debemos subestimar la importancia de conocer a nuestros compañeros corredores. Vi una carrera en los Juegos Olímpicos de este año en la que un corredor tropezó accidentalmente con otro participante, y ambos corredores se cayeron y fueron descalificados. ¡Qué trágico para aquellos que han entrenado tan duro para llegar a la carrera de sus sueños! No queremos estar tan ensimismados que nos hagamos caer a nosotros mismos y a los demás. Dicho de otra manera, cuando todo lo que podemos oír es a nosotros mismos, no podemos oírnos unos a otros. Si vamos a "correr con perseverancia", tendremos que animarnos y ser alentados por nuestros compañeros corredores.
A medida que envejezco y experimento más y más pérdida auditiva, necesito más esfuerzo para escuchar. Sin embargo, me niego a encerrarme en mí misma. Buscaré activamente formas de adorar, interactuar y conectarme con los demás a pesar de la enfermedad que estoy experimentando. Jesús sanó a un sordomudo tocando sus oídos (Mr 7:31-37), y Él también puede abrir mis oídos, tanto físicos como espirituales. Ruego que Él elimine el pecado y el egoísmo que me impiden escucharlo a Él y a los demás mientras busco activamente escuchar.
¿De qué maneras puedes escuchar más activamente a Dios esta semana?