Escrito por Liliana Henríquez, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Bogotá, Colombia
Cuando escuchaste por primera vez este versículo: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mateo 5:48 NVI), ¿qué pensaste? ¿Lo asociaste con “portarse bien siempre”? No recuerdo con exactitud qué pensé yo, pero probablemente hubiera pensado eso. Esa es una visión bastante simplista de lo que Jesús verdaderamente quería decir.
Hoy, después de varios años siguiendo a Jesús, me doy cuenta de que la santidad no es un destino al que llegamos y permanecemos, sino un camino que vamos transitando día a día.
¡Ojalá fuera un punto de llegada fijo! Pero por experiencia, estoy convencida de que la santidad es un proceso de transformación cuya meta es parecernos cada vez más a Cristo: en sus acciones, en su forma de pensar, de tratar a los demás y de vivir en obediencia a la voluntad del Padre. En otras palabras: Dios nos va perfeccionando poco a poco, de gloria en gloria.
¿Qué implica esto?
Implica que tenemos mucho trabajo por delante.
La versión de nosotras que comenzó esta carrera no puede ser la misma que la que la termine. Deberíamos llegar al encuentro con Cristo siendo mujeres transformadas.
¿Qué podemos hacer?
- Reconocer que seguir a Cristo tiene un costo
Jesús fue claro: seguirle implica entregarle toda nuestra vida (Lc 14:25-33).
Ya no nos mandamos a nosotras mismas; hemos decidido, voluntariamente, dejarnos guiar por Él. - Obedecer con sumisión y amor
Si ya reconocemos que la voluntad del Padre es nuestra prioridad, entonces debemos rendirnos a ella con confianza y amor. - Cultivar una relación íntima con Dios
Somos soldados en un ejército comandado por Dios. Para cumplir con nuestro propósito, necesitamos escuchar sus instrucciones y estar en sintonía con Él a través de la oración, la Palabra y la comunión constante.
Se dice fácil, pero no lo es.
Sin embargo, como bien dice el dicho: la práctica hace al maestro.
Si queremos ser mujeres de fe y santidad, debemos practicar, practicar y practicar…
Hasta que nuestro carácter se fortalezca y nos resulte más natural dar el fruto del Espíritu Santo en cualquiera de sus nueve “sabores”: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio (Gá 5:22-23).
No nos va a salir perfecto al primer intento.
Pero si seguimos esforzándonos con la ayuda del Espíritu, seremos santas como Él es santo.
¡Te animo a seguir avanzando, lo estás haciendo bien!