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Escrito por Marbella Parra, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Honduras
En el transcurso de nuestra vida nos encontramos con muchas promesas que nos hacen poner nuestra confianza en alguien con relación a un acontecimiento futuro. Hay promesas que nosotros les hacemos a otras personas, y promesas que nos han hecho. Algunas de ellas han sido cumplidas y otras por el contrario se han olvidado. Debido a esto, decidimos si podemos confiar en alguien o no, ya que, cuando alguien no cumple sus promesas, nosotros buscamos tener más cuidado la próxima vez con esa persona.
Seguramente se nos pueden venir a la mente diferentes oportunidades en las que esperábamos algo que nunca sucedió y momentos en los que nos sentimos decepcionadas porque nos han fallado. Si embargo, estoy segura de que también hemos tenido muchos momentos en los que una promesa nos ha confirmado que estamos con la persona ideal, y esto a su vez, nos hace confiar más en ella.
Si tuviéramos que poner nuestra entera confianza en alguien que nunca fallará, definitivamente la persona ideal es Dios. No hay duda de que Él es el ejemplo más grande que tenemos de fidelidad a Su palabra. Desde la fundación del mundo, ha cumplido todas las promesas que ha hecho. La historia del pueblo de Dios nos permite darnos cuenta del plan que Él tiene para la salvación del mundo y la bendición de Su pueblo. En medio de toda esta historia, podemos notar el amor tan especial que Dios muestra por la humanidad y cómo todo lo que hace es en función del cumplimiento de la promesa de que un día el ser humano podrá disfrutar de un mundo mejor, de un mundo perfecto junto a Él por la eternidad. Para ello, prometió enviar al Salvador, Su Hijo Jesucristo. Esta promesa la podemos ver desde el Antiguo Testamento, y también podemos ver cómo se cumplió cada palabra en el Nuevo Testamento, una promesa tan grande que abarca todas las naciones de la tierra.
En el evangelio de Mateo. se relata cómo se llevó a cabo el plan de Dios, mostrando por medio de la genealogía de Jesús el papel importante que tuvo cada persona en su tiempo y cómo cada uno fue usado por Dios para cumplir Su palabra. En el capítulo 1, se resalta de esta forma:
“Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor dijo por medio del profeta: «Una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Emanuel, que significa: “Dios está con nosotros.”»” (Mt. 1:22-23, RVC).
Estas palabras nos recuerdan que el Señor ha estado siempre presente y ha mostrado Su amor por la humanidad. A través de la encarnación de Cristo, dio cumplimiento a una de Sus promesas más importantes. Más interesante aún, es notar que esta promesa nuevamente se confirma al finalizar Mateo. En el versículo 28:20 dice:
“Enséñenles a cumplir todas las cosas que les he mandado. Y yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.» Amén.”
Dos veces se nos dice que Él está con nosotros, y ya que sabemos que la palabra de Dios es confiable, tenemos la certeza de que todo lo que Dios nos tiene preparado y nos ha prometido antes, será cumplido.
Ahora, la pregunta que debemos hacernos es ¿estamos dispuestas a confiar en Él incondicionalmente? Si Él es quien nos ha mostrado, desde la fundación del mundo, que quiere lo mejor para nosotros, que quiere darnos salvación, y quiere que estemos con Él por la eternidad, ¿estamos dispuestas a serle fiel sin importar cuáles sean nuestras circunstancias? Él no nos promete una vida color de rosas en este mundo, así que sin importar las desilusiones que hayamos tenido, que tengamos o que tendremos mientras estemos en este mundo ¿estamos aferradas a Él confiando en que tiene mejores cosas preparadas para nosotras?
No importa cuántas personas hayan fallado a sus promesas, tenemos la plena confianza en que tenemos un Dios que nunca miente y que nos ha dado hermosas promesas. No permitamos que las cosas difíciles de la vida nos hagan olvidar lo que nos espera en la vida eterna, sino que recordemos que el Señor está con nosotras guiando nuestros pasos, levantándonos cuando sea necesario y tomando nuestra mano para seguir adelante.
Él está dándonos un amor incondicional cada día. Sigamos firmes, confiando en que todo lo que hemos creído no es en vano, y que nos espera una corona incorruptible en la presencia de nuestro Señor. De la misma forma como Dios cumple Sus promesas, nosotras también seamos fieles a ese compromiso que hemos hecho con nuestro Padre celestial hasta el último día de nuestras vidas.
Y tú, ¿confías en las promesas del Señor?
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Escrito por Rachel Baker, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas
Quienes han crecido en la iglesia suelen estar familiarizados con la historia de la vida de Moisés. Cuando éramos niños, nos contaron historias sobre cómo Moisés fue enviado río abajo en una canasta cuando era un bebé, cómo la hija del Faraón lo encontró y lo crio como si fuera suyo, y finalmente cómo Dios lo llamó a través de una zarza ardiente. Moisés fue llamado por Dios mismo para unirse a su hermano, Aarón, y liberar a los israelitas de su vida de esclavitud en Egipto. Vimos cómo se desarrollaban estos eventos en tableros de franelógrafo e imágenes de colores en papel que representaban los eventos en escenas felices. ¡Moisés hizo grandes cosas para el Señor!
No fue hasta mucho más tarde en la vida que miré un poco más de cerca al leer las interacciones entre Dios y Moisés. En Éxodo 4, Dios está respondiendo todas las preguntas y vacilaciones de Moisés con señales milagrosas, pero todavía hay una sensación de vacilación y temor que Moisés simplemente no puede sacudir. La anticipación de asumir un papel tan importante se siente abrumadora, y no está convencido de que sea el hombre para el trabajo.
En Éxodo 4:10, leemos,
“—Señor, yo nunca me he distinguido por mi facilidad de palabra —objetó Moisés—. Y esto no es algo que haya comenzado ayer ni anteayer, ni hoy que te diriges a este servidor tuyo. Francamente, me cuesta mucho trabajo hablar.”
Mi lado crítico quiere gritarle a Moisés: “¿Estás discutiendo seriamente con Dios en este momento? ¡Sólo haz lo que te dice!” Y luego leo la respuesta del Señor en el siguiente versículo.
“—¿Y quién le puso la boca al hombre? —le respondió el Señor—. ¿Acaso no soy yo, el Señor, quien lo hace sordo o mudo, quien le da la vista o se la quita? Anda, ponte en marcha, que yo te ayudaré a hablar y te diré lo que debas decir.’” (Ex. 4:11-12)
Dios básicamente le dice, “Yo me encargo. Te creé para hacer esta cosa grande y aterradora. Estoy contigo.” Pero la anticipación de asumir una tarea tan grande parecía demasiado para Moisés, y estaba listo con cualquier excusa para alejarse de las responsabilidades que Dios le estaba dando. Se mantuvo así durante tanto tiempo, de hecho, que leemos acerca de cómo “el Señor ardió en ira contra Moisés” (Ex. 4:14), y Moisés finalmente cede cuando Dios provee confirmación reiterada de que Moisés tendrá a su hermano, Aaron, para hablar todo el tiempo.
¿Cuántas veces escuché el llamado de Dios y respondí con temor o vacilación? La anticipación de hacer cosas nuevas puede ser abrumadora, y hay muchas razones que se me ocurren para quedarme en un lugar donde las cosas se sientan seguras y cómodas. Puedo sentir que el Espíritu me empuja hacia algo, pero seguramente Él simplemente no se da cuenta de que hay alguien más adecuado para esa tarea.
“Ahora bien, hay diversos dones, pero un mismo Espíritu. Hay diversas maneras de servir, pero un mismo Señor. Hay diversas funciones, pero es un mismo Dios el que hace todas las cosas en todos.” (1 Cor. 12:4-6)
¿Qué excusas has inventado últimamente para convencer al Señor de que no eres la mujer para el trabajo? ¿Hay tareas que has rechazado o ignorado porque la anticipación de seguir adelante te trajo miedo o incertidumbre?
Fuimos creadas exactamente como Dios quiso, y Él tiene hermosos planes para cada una de nosotras.