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Escrito por Kat Bittner, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hiero en Colorado
“Cuando denigramos a una mujer, en realidad estamos menoscabando parte de la imagen de Dios.” –Christine Caine, Inavergonzable (traducción de cita original en el libro Unashamed)
Mi esposo ha comentado a menudo que, históricamente, el sufrimiento femenino está en el corazón de los hombres. Él cree que la falta de respeto por las mujeres tiene sus raíces en los hombres que no “vieron” ni “ven” a las mujeres como Dios quiso. Y si los hombres hubieran considerado a las mujeres como lo hizo Jesús en sus relaciones con ellas, ninguna mujer se habría sentido menospreciada.
Si sabemos algo de las relaciones de Jesús, es que fueron intencionales. Tenían un propósito claro y estaban enfocados incluso desde el momento en que se ideó Su primera relación. (1 Jn. 4:14, Mt. 1: 21-23) La relación de Jesús con los doce apóstoles, con aquellos a quienes sanó y a quienes ministró, eran todas relaciones impulsadas por un propósito. Y esa intencionalidad también se derramó en las muchas mujeres del círculo de Jesús.
La primera mujer en el círculo de Jesús fue su madre, María. Ella fue un modelo de piedad, una mujer que “encontró el favor de Dios” (Lc. 1:30, NTV), y fue un testigo íntimo de la naturaleza y el propósito divinos de Jesús (Lc. 1:31-35). María fue una pieza clave en el primer milagro público de Jesús (Jn. 2:1-11). Y como madre del Santísimo, tenía lo que probablemente era una tarea muy abrumadora. Para cuidar y criar al Salvador del mundo, Aquel por quien ella misma sería liberada tenía que ser muy intimidante. Sin embargo, ella fue honrada y querida por Jesús, ejemplificado por Su declaración de asegurarse de que ella fuera cuidada adecuadamente después de Su muerte (Jn. 19:26-27).
Entre el círculo personal de mujeres amigas de Jesús también se contaban Marta y María. Las Escrituras nos dicen que “Jesús amaba a Marta ya su hermana” (Jn. 11:5) y que estas mujeres sirvieron apasionadamente y aprendieron de Jesús (Jn. 12:1-3, 7; Lc. 10:38-42). A través de estas mujeres, Jesús enseñó que el cumplimiento de nuestras responsabilidades espirituales debe ser de suma importancia. Las mujeres también están llamadas a aprender de Jesús, aplicar la Palabra de Dios y ser discípulas. Además, el amor de Jesús por ellos y su hermano, Lázaro, fue el ímpetu para resucitar a Lázaro de entre los muertos, testificando así la gloria de Dios a una multitud. Ese fue el tipo de relación intencional que Jesús tuvo con María y Marta. Jesús la valoró. Las valoraba.
Y luego está María Magdalena, una mujer que casi siempre se menciona primero entre las discípulas y líderes (Mc. 16:9; Lc. 8:2; Mt. 27:56, 61). Después de ser “sanada de espíritus malignos y de deformidades… de los cuales habían salido siete demonios” (Lc. 8:2, NVI), esta María dedicó su vida a Jesús y estuvo con Él cuando murió (Lc. 8:1-3; Jn. 19:25). Quizás lo más intencional que le sucedió a María Magdalena fue ser el primer testigo de la resurrección de Jesús. (Jn. 20:11-18). Las mujeres no eran conocidas por ser testigos creíbles en esa época, por lo que fue algo intencionado y enfocado que María primero testificara que Jesús se había levantado de la tumba.
Jesús también se rodeó de muchas otras mujeres que desempeñaron papeles importantes en Su ministerio (Mc. 15:40-41). Lucas nos habla de varias mujeres que ayudaron a mantener a Jesús y a los apóstoles “con sus propios recursos” (Lc. 8:3, NVI). Estos incluían a Juana, quien administraba la casa de Herodes, Susana y muchos otros. Ellos alimentaron el ministerio de Jesús, literal y financieramente. También se mencionan las “muchas mujeres” que “habían seguido a Jesús desde Galilea para atender sus necesidades” (Mt. 27:55-56). Después de Su ascensión, muchas mujeres se encontraban entre las que estaban llevando a cabo la Gran Comisión en varios roles (Romanos 16:1-15; Hechos 1:12-14; Hechos 18; Hechos 21). Febe la diaconisa, las hijas de Felipe que eran profetas y Junia que fue encarcelada y “destacada entre los apóstoles” (Rom. 16:7) fueron mujeres que trabajaron para expandir el Reino.
Jesús otorgó un honor especial a las mujeres. Su consideración por ellas, aunque revolucionaria para la época, resaltó la forma en que Dios pretendía que las mujeres fueran valoradas. Dios dijo, “«Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. …. a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó” (Gén. 1:26-27).
Salmo 46:5 – Dios está en ella ...
Porque los hombres y las mujeres fueron hechos a imagen de Dios, Dios no puede ser reflejado completamente sin una mujer. Cuando minimizamos a las mujeres, relacionalmente o de otra manera, minimizamos la imagen de nuestro Señor y Salvador.
¿No ves la intención detrás de la creación humana? Hay un propósito claro y divino para el hombre y la mujer. Debemos ser portadores de la imagen y testigos vivos de Dios. Si entendemos eso, no podemos evitar reconocer nuestro valor y valía. Jesús y todas las mujeres fueron relaciones intencionales que encarnan la esencia de Dios. ¡Eso me deja boquiabierta!
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Escrito por Aileen Bonilla, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Ecuador
¿Quién no se ha visto envuelto en una relación complicada? Me atrevo a decir que todas. Jesús también estuvo en medio de esas confusas relaciones, obviamente, no porque Él causara conflicto alguno, sino porque vivió en este mundo caído. La realidad es que las relaciones no son complicadas, somos nosotras las complicadas.
Jesús, a diferencia de nosotras, tuvo y tiene toda la autoridad para reprender a quienes tienen un corazón conflictivo, ya que estos problemas se reflejarán a la hora de abrir sus bocas. Él manifestó en Mateo 12:34,
“Porque de la abundancia del corazón habla la boca”.
El contexto de esta cita es cuando Jesús expulsó un demonio del cuerpo de un hombre quien se encontraba ciego y mudo. Los fariseos siempre estaban pendientes de todo lo que hacía Jesús para encontrar algún motivo de acusación. Ellos deseaban con todo su corazón que Jesús muriera. Este pasaje es una de las tantas escenas donde los Evangelios nos muestran lo difícil que fue para Jesús cumplir Su ministerio aquí en este mundo, donde todos están contaminados por la maldad.
No es de extrañarnos que en algún momento nos encontremos en medio de relaciones complicadas. Debemos tener el discernimiento correcto para darnos cuenta si somos nosotras piedras de tropiezo. Así como los fariseos intentaban tentar a Jesús, nosotras también seremos tentadas. Lo cierto es que, desde la caída en el huerto del Edén, el ser humano quedó incapacitado para relacionarse de manera correcta con los demás. Todas tenemos temperamentos distintos. Pero lo que sí nos debería quedar claro es que como cristianas y a pesar de todos estos conflictos internos no tenemos el derecho de tratar mal a los demás.
Recuerdo cuando estudié gastronomía junto con mi esposo, conocimos a una chica que tenía experiencia en cocina. Todo lo que hacíamos estaba mal para ella. Siempre que los instructores enseñaban algo nuevo, para ella era irrelevante. También cuando se equivocaba no era capaz de reconocer su error. Nadie quería acercarse a ella, ya que siempre gritaba y se burlaba de todos en el grupo. Esas actitudes en los cristianos porque son arrastradas del viejo hombre, por eso no debemos extrañarnos cuando en nuestras congregaciones existan personas difíciles de tratar.
Proverbios habla mucho de no juntarse con personas altivas, soberbias, iracundas, sabias en su propia opinión y la razón es porque las imitaremos; por lo general estas personas no desean ser ayudadas, ya que al ser sabios en su propia opinión detienen la obra del Espíritu de Dios. Jesús a pesar de estar en medio de estas personas complicadas se mantuvo intachable y Su Palabra nos dice que Él nos dejó buenas obras, es decir, buenos ejemplos para que andemos en ellos (Ef. 2:10).
Los fariseos atacaban constantemente a Jesús, no soportaban que hubiera otro Maestro mejor que ellos porque enseñaba con el ejemplo. Tenían envidia del Hijo de Dios, y este sentimiento es muy grave porque destruye todo a su paso.
La persona que tiene envidia querrá a toda costa invalidar la capacidad de la otra persona. La persona envidiosa está en competencia constante con los demás. Por esta razón muchas veces nuestro lugar de trabajo se torna pesado porque hay quienes están maquinando el mal y arrastrando a otros a esta misma situación. A pesar de que no siempre podremos escapar de un ambiente así, no nos debemos contaminar.
También habrá relaciones complicadas con nuestros seres queridos, ya sean estos hijos, hermanos, padres, esposo, etc. En algún momento la cuerda se tensa, pero para llegar a este límite es porque dejamos pasar las emociones. Ellas son capaces de crear toda una teoría por el mismo hecho de que primero sentimos y luego pensamos (Goleman, 336). No obstante, estamos llamadas a ser reconciliadoras para mostrar a Dios en casa y a donde vayamos.
En algún momento de mi vida también fui una persona complicada, esto se debía a que muchas personas constantemente me hacían daño y decidí en aquel entonces cerrar mi corazón a las amistades, a los hermanos en Cristo y a cualquier persona. No deseaba salir, e incluso sufría mucho de depresión. Pero Dios, en Su infinita sabiduría, me mostró que a pesar del daño pasado tenía que esforzarme para salir de ese cuadro. Hoy soy mucho más abierta a expresar mis emociones y dejo que todo fluya, siempre con cautela, pero tratando de ayudar a quienes lo necesitan. Cuando alguien me trata mal, me grita, me ofende y usa la culpa para hacerme responsable de sus emociones, voy al Padre en silencio, en completo silencio, ni siquiera lloro. Y el Padre me habla: “Quédate quieta, YO SOY DIOS”.