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Escrito por Jocelynn Goff, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas, y madre de Michelle J. Goff
Como madre, hay pasajes de las Escrituras que puedo citar con bastante facilidad. Uno de ellos es nuestro versículo clave para este blog, Lucas 22:31-32. “» Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido zarandearlos a ustedes como si fueran trigo. Pero yo he orado por ti, para que no falle tu fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos».”
Otros tres son:
“Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús.” (Fil. 1:6)
“Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuantos lo habitan;
porque él la afirmó sobre los mares, la estableció sobre los ríos.” (Sal. 24:1-2)
“así es también la palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía,
sino que hará lo que yo deseo y cumplirá con mis propósitos.” (Is. 55:11)
Te puedes preguntar ¿por qué estas escrituras en particular? Durante varias temporadas de sus vidas, estas escrituras fueron mi salvavidas hacia el trono de nuestro Padre en nombre de mis hijas.
Aprendí el modelo de Jesús en Juan 17 mientras oraba por sí mismo, Sus discípulos y todos los creyentes. Jesús estaba mostrando cómo apelar a Su Padre lo que estaba en Su corazón y lo que era importante. Su oración en Juan 17:3 fue que ellos conocieran a Dios y a Jesús, “que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado.” En el verso 11b, la oración es por protección, “» Padre santo, protégelos con el poder de tu nombre,” En el verso 21, una oración por unidad, “para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti.”
He sentido a veces una desesperación por saber orientar, corregir, animar o advertir a mis hijas. A menudo, sentí que mis palabras se comunicaron de una manera que no se escuchó con el corazón y el espíritu que pretendía, o temía que me comunicaría con demasiada dureza, bruscamente o con enojo, y arruinaría todo. Después, me disculpaba y luego me arrodillaba y le rogaba a nuestro Padre que trajera Su gloria a pesar de los errores que había cometido. Clamaría a Él y le recordaría que Él es bueno en eso, como vemos en las Escrituras una y otra vez, como en las historias de Abraham, Jacob, Rahab, Noemí, el pueblo israelita, Pedro y Pablo. Todas las Escrituras están llenas de personas imperfectas para quienes Dios convirtió sus acciones en bien y para Su gloria.
Después de apelar a la bondad de Dios, mis oraciones son oraciones de intercesión para reclamar las Escrituras sobre la situación y sobre mi hija. Durante los siguientes días, semanas o años, hasta que hubo una respuesta a mis oraciones, me repetía el versículo cada vez que sentía miedo. Esta calmaba mi espíritu ansioso y mantenía mis oraciones ante Aquel que tenía el poder de cambiar la situación o a mi hija, o mostrarme dónde yo necesitaba cambiar.
Específicamente, en Lucas 22:31, Jesús advierte a Pedro que Satanás lo va a probar. Sin embargo, hay una bendición como dice Jesús en el versículo 32, “Pero yo he orado por ti, para que no falle tu fe.” ¡Guau! ¡Jesús oró por Pedro!
Esta es una mención específica de Pedro por nombre traído ante nuestro Padre por Jesús mismo. Entonces, también hay una promesa en este versículo. La promesa es cuando Jesús dice: “cuando te hayas vuelto a mí...” Esto me dice que, aunque haya una prueba fallida, hay una devolución. Sabemos que Pedro fue probado y falló la prueba cuando negó a Jesús tres veces. Sabemos esto al leer más en Lucas 22:54-62. En el versículo 61 y el 62, “El Señor se volvió y miró directamente a Pedro. Entonces Pedro se acordó de lo que el Señor le había dicho: «Hoy mismo, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces». Y saliendo de allí, lloró amargamente.” Este fue el comienzo de que Pedro tomara la decisión de regresar o no.
Sin embargo, la oración específica de Jesús menciona “cuando regreses”. Oh, esta es una gran promesa y por eso reclamé esta escritura en una etapa particular de la vida de mi hija. Cada vez que sentía miedo, repetía este pasaje. Con el tiempo, hubo otras ocasiones y temporadas de la vida en las que se oraron otras Escrituras. En el camino, Dios me ha dado la bendición de escuchar estas Escrituras en un sermón, un mensaje de Facebook de una vieja amiga que tenía que compartir esa escritura conmigo, una canción en la radio o un devocional que se centró en ese versículo exacto. Estos mensajes de esperanza de mi SEÑOR fueron toques divinos de Él, asegurándome que está escuchando mis oraciones a favor de mi hija.
Te animo, no, te insto a reclamar las Escrituras en oración por cualquier persona o situación en tu vida. Puede traer esperanza a tu alma y refrescar tu espíritu mientras esperas que esa persona regrese o que la situación cambie.
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Escrito por Michelle J. Goff, directora y fundadora del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
Diariamente, por como siete años, antes, durante y después de la secundaria, escribía fielmente en un diario de oraciones. Notaba cuáles capítulos de Proverbios y del Antiguo y Nuevo Testamentos había leído. Dado que el escribir es una de mis maneras de procesar el mundo, me parecía apropiado pasar un tiempo apartada cada noche conversando con Dios sobre mi día, mis pensamientos, mis temores y mis preguntas, de forma escrita.
La mayoría del tiempo, si me dirigía a Dios específicamente por nombre, decía simplemente, “Querido Dios.” Luego aprendí a llamarle Gran Médico, Consolador, Príncipe de Paz, Yahvé, Salvador, etc. Sin embargo, durante esos años tempranos en oración, si tuviera que elegir un sólo título principal que me venía a la mente cuando le hablaba, sería el de Padre celestial.
“Celestial” porque le veía como de otro mundo. Estaba sentado en Su trono y nos escuchaba, insertando una intervención ocasional de parte de una petición verdaderamente digna. Le daría gracias por Su sabiduría en Proverbios y lamentaba los muchos que no prestaron atención a Su sabiduría.
“Padre” porque enfatizaba mayor distinción entre nuestro Padre en los cielos, Su Hijo, Jesús, que vino a la tierra para morir en la cruz para salvarnos de nuestros pecados y en cuyo nombre orábamos. Finalmente, el Espíritu Santo era el tercer título y uno al que nunca le oraba.
Ahora doy gracias al Espíritu Santo por interpretar mis gemidos (Rom. 8:26) y le pido que sea mi Guía, Consolador y que me recuerde la Verdad (Juan 14, 16). ¡Además, es un sello garantizando mi herencia!
He aprendido a dar gracias a Jesús por modelar la obediencia, por Su amor sacrificial, no egoísta y por escoger a seguidores que el mundo llamaría indignos para ser Sus primeros discípulos. ¡Es mi Redentor que vive e intercede por mí!
Al seguir llamando al Padre en oración, el significado de ese título ha evolucionado. Mi relación y comunicación con el Padre han crecido junto con mi intimidad con Él.
Después de regresar a vivir en los EE.UU. luego de mis años en Venezuela, sufrí tremendo shock cultural de vuelta. No era un término usado comúnmente en esa época, ni tampoco era algo de lo que me habían advertido.
Caminando por los pasillos del supermercado, me abrumaban los cientos de opciones. Había venido de un lugar y un tiempo en que planeabas tu menú en base a lo que podías conseguir en el momento de compras o lo que habías pasado horas en una cola esperando a obtener.
Navegando relaciones nuevas en una cultura casi olvidada, tenía que explicar por qué no sabía nada de programas de televisión, películas, propaganda u otros temas de conversación liviana y puntos de conexión. Contaba los días para volver a visitar a Venezuela y la oportunidad de presentarles las razones por las que yo era más dinámica en mis expresiones o incómoda culturalmente.
Uno o dos meses después de volver de esa visita en Venezuela, la vida me hizo otro giro y se duplicaron mis responsabilidades. Todavía desorientada e incierta, me acuerdo claramente la oportunidad que se me presentó para pasar unos días a solas. Ese tiempo intencional de oración, reflexión, lectura bíblica y descanso era necesario.
El momento que más recuerdo de esos días fue cuando me imaginé acurrucada en el regazo de Dios, llorando en mi dolor. Era un Padre que me daba la bienvenida, me tomaba de la mano derecha y tocaba mi cabello suavemente, al consolarme. Me calentó Su abrazo y me llevó a un nivel más profundo de confianza. Él podía lidiar con mi duelo. Él podía reorientar mi incomodidad cultural. Él podía cargar el peso de mis responsabilidades adicionales. El seguiría fiel y presente. Siempre.
Maravillosamente, sabía que siempre podía volver a Su regazo en cualquier momento. Y lo hice.
Como mi Padre que me amaba profundamente, podía ir a Él sin el impedimento de mi duda. Como mi Padre que se deleitaba en mí, podía brincar hasta Su regazo y charlar de mis mayores gozos. Como un Padre que me llamaba Su hija, podía escucharle susurrar mi nombre como Quien siempre me ha conocido.
Después de esa primera vez en que me visualicé sentada en el regazo de Dios lloriqueando descuidadamente los dolores más profundos de mi corazón, Él se convirtió verdaderamente en mi Padre.
Si no has podido comunicarte con nuestro Padre con ese nivel de intimidad, te invito a comenzar con entrar a Su trono y aceptar Su invitación a esa profundidad de relación con Él. Comienza con la comunicación. No tienes que saber qué decir. Dios conoce tu corazón y no necesita que le digas ni una palabra.