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Escrito por Aileen Bonilla, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Ecuador
La palabra pacto en el idioma hebreo es “berith” y significa alianza, específicamente alianza de Dios con los hombres. También denota firmeza de Dios para cumplir Su promesa (“Berith”, recurso en línea).
Jehová en Su soberanía buscó a Abram para realizar un pacto que sería de bendición para toda la humanidad. Es increíble como Dios a pesar de saber lo infieles que somos sigue con Sus planes para cumplir con un propósito específico.
Cuando Abram tenía noventa y nueve años, el Señor se le apareció y le dijo: «Yo soy El-Shaddai, “Dios Todopoderoso”. Sírveme con fidelidad y lleva una vida intachable. Yo haré un pacto contigo, por medio del cual garantizo darte una descendencia incontable.» (Gén. 17:1-2)
Dios le pidió dos cosas a Abram: su fidelidad, es decir no irse tras otros dioses, y su santidad. Muchas veces podemos pensar que vivir en los tiempos antiguos pudo haber sido más fácil ser una mujer de fe. Posiblemente porque creemos que antiguamente no existía tanta maldad, y que tampoco existía tantos medios de entretenimiento. Pero, la realidad es que era exactamente igual que en la actualidad. Por tal razón, Dios demandó fidelidad y santidad a este hombre. En aquellos tiempos existían numerosos dioses, por lo que resultaba fácil seguirlos.
Si observamos el orden de las palabras podemos entender que sin fidelidad a Dios será imposible tener una vida en santidad. No son palabras divorciadas, sino todo lo contrario, van unidas. No podremos llevar esa vida intachable si constantemente no somos fieles a Dios. Tal vez, no estemos adorando a otros dioses de barro o cerámica, pero en nuestros corazones existen muchos ídolos que realmente perturban nuestro crecimiento espiritual. Estos ídolos pueden estar disfrazados de personas, trabajo, profesión, estatus social, etc. No estoy diciendo que algunas de esas cosas sean malas, para nada. Por ejemplo, ¿quién no necesita trabajar para vivir? Mientras no coloquemos nuestra confianza en eso, no nos hará daño.
Para servir a Dios correctamente, o de la manera que a Él le gusta, es necesario abandonar nuestros dioses o ídolos. Entonces sí será un servicio de fidelidad y santidad.
Hace poco pasé una dificultad en el ministerio donde sirvo con mi esposo, puse la confianza en un hermano que era muy especial para nosotros. Pensé que defendería nuestro caso, pero en realidad no fue así. Realmente, pude darme cuenta que lo tenía como a un ídolo en mi corazón. Tal vez, porque venía de un linaje familiar de mucho ejemplo, y siempre veía su carácter pacificador. Aprendí con mucho dolor a dejarle mi causa a Dios, Quien juzga todo justamente, aprendí a no rogar a seres humanos, sino a pedir directamente al Proveedor de todas las cosas y entender que Dios en Su soberanía tiene todo bajo control. También aprendí que cuando deseo controlar todo, entonces no le estoy dando el espacio a Dios en mi vida.
La maravillosa promesa de Dios para Abram era primero un pacto firme, perpetuo, que traería una bendición incalculable. Una descendencia incontable como las estrellas del cielo. Obviamente, para Abram esto era imposible, era un hombre mayor y su esposa también lo era. Una vez más Abram no entendía que no se trataba de lo que él con sus propias fuerzas pudiera hacer, sino del poder del Shaddai manifestado en esta pareja para cumplir un propósito grande en esta tierra. No se trata de lo que nosotros hagamos, Abram no hizo nada extraordinariamente bueno como para que Dios lo eligiera, simplemente el Shaddai lo buscó para cambiar su vida por completo.
Luego de la primera visita de Dios a Abram en Génesis 15, en donde Jehová le promete un hijo, éste siguió cometiendo errores, al igual que su esposa. Uno de los más evidentes fue el hecho de que Abram tuvo relaciones sexuales con su esclava egipcia, a pesar de que Dios le prometió que tendría descendencia. Podemos ver que perdemos el enfoque rápidamente a pesar de saber de las promesas de Dios. El mundo y sus afanes nos atrapan sutilmente. Sara quiso controlar el hecho de que Abram tuviera una descendencia, pero olvidó que Jehová es Quien puede hacer todas las cosas posibles. Después de un tiempo Sara amargamente entendió que el pacto de Jehová es eterno y que Él no miente, pues no es hombre ni hijo de hombre para arrepentirse (Núm.23:19). No olvidemos que nuestra esperanza no debe ser puesta en seres humanos, sino en el Dador de la vida.
El Shaddai, desde aquellos tiempos había prometido una descendencia incalculable, hoy la vemos reflejada en la iglesia por la maravillosa obra redentora de Su Hijo Jesucristo. Por eso, creámosle a Él y no a las personas, y mucho menos a nosotros mismos.
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Escrito por Francia Oviedo, asistente creativa del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Honduras
¿Promete usted amar y respetar a este hombre y serle fiel en las alegrías y las tristezas, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, todos los días de su vida, hasta que la muerte los separe?
¿Quién no ha escuchado esta bella, romántica y tradicional frase? Las que estamos casadas posiblemente escuchamos esto el día de nuestra boda, cuando nos comprometimos con nuestro esposo y firmamos aquel contrato legal, aquel pacto con el que nos unimos delante de Dios, de nuestra familia y amigos.
Pero bueno… Empecemos por el principio. ¿Qué es un pacto? Según la Real Academia Española, un pacto es acuerdo entre dos o más personas que obliga a ambas a cumplir una serie de condiciones.
Tengo 7 años de casada, 7 años de haber hecho este pacto solemne y aunque me encanta la tradicional frase “…hasta que la muerte los separe”, me gustaría actualizarla quizá por algo como esto: Francia, prometes amar y respetar a Oscar, cuando estés contenta y cuando no (cuando tus hormonas te dañen el genio y cualquier cosa te moleste), amarlo en el orden y en el desorden (jaja), en los momentos de quietud y paz y en los momentos de afán y desespero, respetarlo cuando él tenga la razón y cuando tú crees que no la tiene, etc... Quizá tú puedas actualizar tu propia lista.
Decir que “…hasta que la muerte los separe” es fácil, firmar un pacto es fácil, decir sí acepto, es fácil; miles de personas se casan cada día, pero tristemente también miles se divorcian y rompen el pacto anteriormente hecho, y no exactamente porque la muerte los haya separado. Mantenerse fiel a una promesa requiere trabajo, esfuerzo y mucho amor. Alegría, tristeza, riqueza, pobreza, salud y enfermedad son palabras muy generales, muy grandes. Creo que es en los pequeños momentos donde decidimos amar y ser fieles al pacto, momentos incómodos, situaciones en las que debemos ceder y dejar nuestro egoísmo.
En el camino del matrimonio se aprende mucho acerca de esto, a veces muy fácil, y otras veces no tanto, pero Dios nos ha dejado Su ejemplo de fidelidad en Su pacto hecho desde el Antiguo Testamento con Israel. Allí podemos ver cómo Dios se comprometió a guiar y proteger a Su pueblo. En el Nuevo Testamento, vemos también que Dios hizo un pacto con la iglesia, a la cual compara con una novia, una novia con la que ha hecho un pacto de amor y fidelidad. Tristemente sabemos que tanto el pueblo de Israel, como la iglesia han fallado una gran cantidad de veces a su compromiso, pero Dios no. Dios ha sido fiel, entregado, amoroso, constante, misericordioso y, sobre todo, sobre todo perdonador; y nos da Su ejemplo a seguir en nuestro matrimonio.
¿Somos nosotras fieles, entregadas, amorosas, constantes, misericordiosas y sobre todo perdonadoras? Bueno, esta pregunta va primero para mí, ¿lo soy? Tengo el ejemplo de Jesús para serlo. Por supuesto no siempre es fácil, pero siempre vale la pena, y lo que me encanta de este pacto, del matrimonio, es que es allí donde Dios transforma nuestro corazón, nos hace semejantes a Jesús. Allí aprendemos a amar a nuestro esposo como a nosotras mismas, o más que a nosotras mismas. Aprendemos a ser compasivas al esforzarnos por entender su corazón, nos convertimos en una persona misericordiosa que sufre cuando él sufre y llora cuando él llora, y sobre todo perdonadoras, muy perdonadoras. Pero no voy a lavarme las manos creyendo que soy la única buena de la película, por supuesto que mi esposo también me perdona, me ama, es compasivo y misericordioso, o si no, no hubiera sido posible llegar tan lejos (7 años para nosotros, no sé cuántos para ti).
Y todo eso es posible gracias a Dios, es difícil hacer todo esto cuando no recordamos que es esto mismo lo hace Dios por nosotras cada día, gracias a Su pacto de amor y perdón por nosotras. Así que, te animo a que, en tu pacto de amor, sea Jesús tu guía y tu luz y que así mismo, tú puedas ser luz a través de tu matrimonio para otros.