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Escrito por Marbella Parra, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Honduras
Dios nos creó como seres sociales con la necesidad de relacionarnos con otras personas. Mayormente disfrutamos de compartir momentos especiales de nuestra vida con otros. En el trayecto de nuestra vida vamos conociendo personas, y algunas se quedan con nosotras, nos brindamos amistad y somos de apoyo tanto en los momentos felices como en los difíciles. A estas personas las llamamos “amigos”.
Proverbios 17:17 dice, “El amigo ama en todo momento; en tiempos de angustia es como un hermano” (RVC). En este camino de las relaciones se pueden dar situaciones en las que somos desleales a esa persona que ha confiado en nosotros. Sí, estamos hablando de traición. Una palabra bastante fuerte, pero real. Creo que a nadie le gustaría ser llamado traicionero, pero la verdad es que en algún punto de nuestras vidas hemos fallado a nuestras relaciones personales, y también otros lo han hecho con nosotras.
La Biblia relata dos casos de traición bastante impactantes y que dejan una reflexión para nuestras propias relaciones con otros. Ellos son Judas y Pedro; dos discípulos que tuvieron la dicha de estar compartiendo con Jesús. Ellos vieron Sus milagros, caminaron con Él, comieron en la misma mesa, aprendieron de Sus enseñanzas y le acompañaron en Su ministerio. Tuvieron un lindo privilegio, el ser amigos de Jesús. Igualmente, nosotras contamos con personas que comparten con nosotras, nos conocen, comen con nosotras, salimos juntos, reímos y lloramos. Pero siempre las relaciones son puestas a prueba, y la relación de Jesús con Pedro y Judas no fue la excepción.
Hablemos de Judas. En los evangelios encontramos pocos detalles de Judas, pero se sabe que andaba con Jesús y apoyaba Su ministerio. También se sabe que tenía una debilidad con el dinero, tanto que su codicia lo llevó a traicionar a Jesús por 30 piezas de plata. Judas se enfrentó a una oportunidad muy tentadora que lo hizo caer y faltar a la confianza y amistad que le tenía Jesús. Aunque, después de caer y recapacitar en lo que había hecho, no supo manejar la situación y acabó con su vida.
Luego, está Pedro, de quien tenemos más detalles en la Biblia. Tenía una personalidad enérgica e impulsiva, y algo que se destaca en él es que reconoció al Hijo de Dios. Siempre presto a servir y trabajar al lado de Jesús. Pedro tuvo una participación fuerte en el ministerio de Jesús, pero, al igual que Judas, tuvo que pasar por una prueba de fidelidad. Un momento difícil en el que debía expresar sus creencias y mostrarse leal a su Señor, y, aunque en muchos momentos expresó su fe y su amor a Jesús, no dio la talla y lo traicionó.
Igualmente, nuestras relaciones pasan por momentos de prueba, y muchas veces podemos traicionar algunas de ellas. Tal vez, hablamos mal de nuestros amigos con otros, les damos la espalda en momentos difíciles, envidiamos sus logros, y así, muchas otras formas en las que dañado una relación de años. En otras ocasiones, nosotras somos traicionadas. Pero, este no es el final de la historia. Como humanos podemos fallar, pero la prueba final está en cómo nos comportamos después de traicionar a otros, incluyendo a Dios, y también en cómo nos comportamos cuando nosotras recibimos traición.
Tenemos 3 ejemplos de los que podemos aprender. Los dos primeros nos sirven para meditar cuando somos nosotras quienes traicionamos. Judas nos enseña que podemos tomar “el camino fácil”, él creyó que iba a resolver todo acabando con su vida, pero hubiese sido mejor arrepentirse y cambiar genuinamente. Nosotras podemos tomar el camino fácil, alejándonos de esa persona especial, no hablándole más, y si nosotras hemos fallado, mostrándole una actitud de orgullo y retirándonos sin luchar más por esa amistad. Pedro por su lado, después de cometer el gran error de negar a Jesús, se arrepintió y tuvo gran dolor en su corazón. Luego de su traición cambió su vida, pidió perdón y continuó sirviendo fielmente a su Señor hasta su muerte. Pedir perdón es el camino difícil, muchas veces nos cuesta reconocer que hemos fallado y hablar con esa persona, tal vez por vergüenza, o tal vez por orgullo, pero al final, arreglar las cosas con esa persona especial a la que hemos ofendido puede rescatar una relación importante en nuestra vida.
Y, por último, pero no menos importante, tenemos a Jesús. Un ejemplo para meditar cuando nosotras recibimos traición. Él fue un amigo fiel que estuvo siempre dispuesto a perdonar. A pesar de las fallas de Judas y Pedro estoy segura de que Él estaba dispuesto a recibirlos de nuevo y darles otra oportunidad. Pedro aprovechó esta bendición y fortaleció más sus lazos con Jesús; desafortunadamente, Judas no lo hizo. En Jesús tenemos un gran ejemplo de perdón cuando una persona especial nos traiciona. Aunque duele ser traicionada y se siente una tristeza enorme, vale la pena perdonar y rescatar esas relaciones que Dios ha puesto en nuestro camino.
Aprendamos del ejemplo de nuestro Señor Jesús quien estuvo dispuesto a perdonar la traición, y de Pedro quien estuvo dispuesto a reconocer su error y cambiar completamente por el bien de su relación con nuestro Señor.
Quiero invitarte hoy a valorar todas esas relaciones especiales que tengas o que has tenido ¿hay alguna relación que puedas recuperar hoy por medio del arrepentimiento o del perdón?
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Escrito por Michelle J. Goff, fundadora y directora del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
Mi hermanita menor solía decorar vasos cerámicos para mí, pero tenía que dejar de regalármelos porque yo quebraba cada uno de ellos. Ella rescató el último antes de que yo lo pudiera quebrar. Quebrarlos nunca fue intencional. Los usaba siempre hasta que mi torpeza o un piso duro los quebraban.
Gracias a Dios, mi relación con mi hermanita no dependía de la vida de esos vasos cerámicos. Después de pasar por un tiempo de quebranto, nuestro compromiso a la relación, el pacto que hemos hecho, se ha fortalecido por el quebranto. (Ve el video sobre la Identidad redefinida que narramos juntas y que ilustra el quebranto.)
Aun así, lloramos cuando se nos quiebra algo. Las relaciones quebrantadas son más dolorosas y provocan más lágrimas que las cerámicas quebradas.
Cuando mi ex canceló la boda y terminó permanentemente nuestra relación dos meses y medio antes de caminar por el pasillo de la iglesia, quedé devastada. No sólo estaba quebrada la relación, más también yo misma quedé quebrantada, destrozada en mil pedacitos y desorientada más allá de un estado de confusión simple. El quebrantamiento se convirtió en mi compañero por más de tres años.
Cuando el pacto de una relación se quiebra, hay unas cosas inevitables que pasan:
- Perdemos la confianza en las personas.
- Perdemos la confianza en nosotras mismas.
- Dudamos nuestra confianza en Dios.
Solteras de nuevo, especialmente las divorciadas o separadas, siento mucho por lo que están pasando y por favor, quiero que sepan que, sin importar la etapa de su proceso de sanación, ¡no están solas! Además, por favor escuchen, ¡no se están volviendo locas! Los pactos quebrantados son un desastre y no son lo que Dios diseñó.
Si tu esposo rompió el pacto contigo, me lamento contigo en tu duelo. Nuestro Dios puede redimir lo que sea y hacer que las cosas salgan a bien en medio de lo malo (Rom. 8:28).
Si eres la que rompió el pacto, quiero por favor que sepas, que la redención y el perdón de Dios son posibles (Sal. 103:10-13; Ef. 1:7-8).
Si el quebranto del pacto fue necesario para tu seguridad o la de tus hijos, te aplaudo por tu valentía y le pido a Dios que haya personas a tu alrededor que puedan andar contigo y apoyarte en maneras tangibles (Sal. 103:6; Is. 61:1-3, 7).
Las relaciones están en el centro, son la base de quiénes somos y lo que nos define. Aprendemos y enseñamos a través de las relaciones, y no todas las lecciones son positivas. A veces aprendemos qué no hacer o tratamos de enseñar algo que desconocemos por cosas en nuestro pasado.
Hermanas, una cosa que aprendí es que no importa cuánto vacila mi confianza, el amor de Dios nunca cambia.
Tres lecciones clave que aprendí en mi temporada del pacto quebrantado de la relación:
- Dios es fiel eternamente y Su pacto es incondicional (Lam. 3:22-26; Heb. 13:20-21).
- Dios permite que los seres humanos tengan el libre albedrío, su voluntad propia, y lo tengo que aceptar (Gén. 2:16-17; Rom. 7:15-24).
- La redención y la sanación son posibles, pero sí toman tiempo (1 Pe. 2:24; Stgo. 5:16).
Como mencioné, una promesa quebrantada en una relación es profundamente dolorosa y nos hace dudar si podemos confiar en la otra persona a futuro. Mis dudas más profundas se trataban de la confianza en mí misma para saber si podía discernir bien el carácter de la otra persona, dado que había escogido estar con alguien que luego rompió sus promesas.
De varias maneras, todavía respetaba y amaba a mi ex, hasta tal punto que cuando hizo saber que su decisión fue definitiva, no luché contra ella, ni tampoco traté de convencerle, al contrario. Por su voluntad propia había elegido terminar la relación. Gracias a Dios, para nosotros, fue antes de entrar al pacto del matrimonio. Sin embargo, el quebranto que sentí fue como si hubiera quebrantado una relación así de profunda.
Con el tiempo, lo perdoné, pero no era algo de lo que podía olvidarme. Dios me acompañó en mi duelo. Lo hizo a través de amigos que me apoyaban, sus oraciones, y luego las mías. Dios fue paciente conmigo cuando tenía que sentarme en el balcón, lo más lejos del púlpito posible, porque la profundidad del dolor era proporcional a la cercanía al culto dominical.
Dios me amaba por mi adoración obediente, la hacía, pero no de corazón porque ¨no lo sentía¨. Dios me hablaba por versículos bíblicos que aparecían en las redes sociales, en conversaciones, en el estudio bíblico o en oración.
Después de aún más tiempo, Dios afirmó una cita que una amiga me compartió muy pronto en mi duelo: “El tiempo no sana toda herida. El tiempo revela cómo Dios sana toda herida.” ¡Amén!
Una parte de mi sanación ha sido una empatía profunda con las que han enfrentado un dolor similar. El consuelo que he recibido, lo he compartido con otras (2 Cor. 1:3-6).
Es mi oración que Dios revele Su fidelidad eterna de tal manera que eclipse cualquier pacto quebrantado de una relación.
¿Lo crees? Señor, ¡ayúdanos en nuestra poca fe!