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Escrito por Kat Bittner, voluntaria y miembro de la Junta Directiva del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Colorado
Hay un modismo común en inglés, “matrimonio hecho en el cielo”, que implica que un matrimonio en particular es perfecto. Sin embargo, el matrimonio nunca es perfecto porque somos seres imperfectos. El matrimonio fue diseñado por el Dios perfecto, creado porque Dios declaró, “No es bueno que el hombre esté solo: le haré ayuda idónea para él” (Gen. 2:18, RVR1995). Dios mismo reunió a dos seres humanos, hombre y mujer, para que fueran uno (Gén. 2:22,24). Es lógico que este pacto ordenado por Dios (una promesa entre dos o más personas) debe ser tratado con cuidado y respeto. Dios diseñó el matrimonio para que fuera un pacto entre un hombre y una mujer con Él a la cabeza de esa unión. En consecuencia, debemos ser conscientes de cómo hacemos el matrimonio dada la gravedad de ese pacto. Y podríamos aprender de algunos ejemplos bíblicos de parejas que “hacen matrimonio” dentro y fuera del diseño de Dios.
Abram y Saraí: Dios tenía planes especiales para Abram. Su esposa, Saraí, optó por intervenir trayendo a otra mujer a su matrimonio para que les diera el hijo que ella no podía. Que esta mujer egipcia, Agar, diera a luz al hijo de Abram resultaría angustioso para todos (Gén. 16; 21:8-18). Saraí incluso se enojó con su esposo y lo culpó por los problemas que ella causó. “¡Tú tienes la culpa de mi afrenta! Yo puse a mi esclava en tus brazos, y ahora que se ve embarazada me mira con desprecio” (Gen. 16:5, NVI). Saraí hubiera hecho bien en dejar que Dios se moviera en su matrimonio de la manera que Él ya lo había planeado porque más tarde Dios cumpliría un pacto aún mayor a través del matrimonio de Abraham y Sara.
Te haré tan fecundo que de ti saldrán reyes y naciones… Yo la bendeciré, y por medio de ella te daré un hijo. Tanto la bendeciré, que será madre de naciones, y de ella surgirán reyes de pueblos. (Gén. 17: 6,16)
José y María: Incluso antes de la ceremonia real, José percibía su pacto matrimonial con honor y respeto. Al enterarse de que su futura esposa estaba embarazada, José decidió romper su compromiso en silencio porque “era un hombre justo y no quería exponerla a vergüenza pública” (Mat. 1:19, NVI). Hizo esto a pesar de que estaba dentro de su autoridad bajo la ley condenar públicamente a María. Y María, una mujer muy favorecida por Dios, aceptó la voluntad de Dios y sus planes para ella. Supongo que María podría haber elegido otro camino que no incluyera a José, o simplemente rechazar el deseo de Dios. Sin embargo, José y María valoraron el diseño del Señor para su matrimonio y obedecieron Su voluntad (Lc. 1:18-24).
Oseas y Gomer: Una unión hecha expresamente por Dios, este matrimonio fue una imagen de Su amor y fidelidad. Fue entre un profeta y una ramera, usada por Dios de una manera única. Su matrimonio ilustró el pacto que Dios tenía con los israelitas de no amar a ningún otro dios. El matrimonio de Oseas y Gomer también tipificó la ruptura habitual de ese pacto. Gomer se alejó infielmente de su matrimonio con Oseas. Oseas repetidamente trajo a Gomer a casa sólo para que ella corriera a los brazos de otro amante, y Dios esperaría que Oseas fuera a buscar a su esposa y la trajera a casa una vez más.
Me habló una vez más el Señor, y me dijo: «Ve y ama a esa mujer adúltera, que es amante de otro. Ámala como ama el Señor a los israelitas, aunque se hayan vuelto a dioses ajenos y se deleiten con las tortas de pasas que les ofrecen» (Os. 3:1)
El matrimonio de Oseas y Gomer fue una parábola viviente que el pueblo de Dios pudo ver por sí mismo.
Aquila y Priscila: Considerados como una pareja de poder espiritual, Aquila y Priscila encarnaron el pacto matrimonial como Dios lo dispuso. Trabajaron en la expansión de la iglesia y fueron fundamentales para que Pablo y su ministerio prosperaran (Rom. 16:3-4). Eran plantadores de iglesias (1 Cor. 16:19), mentores espirituales (Hch. 18:26) y misioneros viajeros (Hch. 18:18). Todo lo que este matrimonio hizo por el Señor, lo hicieron juntos. Son un ejemplo de cómo hacer el pacto matrimonial como Dios lo diseñó perfectamente.
El matrimonio nunca será perfecto porque somos seres imperfectos. Sin embargo, debemos esforzarnos por la excelencia en el matrimonio porque tenemos la sangre de Jesús, el Perfecto, para santificarnos y hacernos santos (Heb. 13:12). ¡Jesús nos perfecciona! ¡Él nos hace justos! Lo necesitamos para perfeccionar nuestro matrimonio y hacerlo bien. Es algo honorable tener un “matrimonio hecho en el Cielo” porque el pacto del matrimonio es santo, diseñado por el Dios perfecto para estar a la cabeza de ese pacto. ¿Cómo honrarás el pacto del matrimonio?
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Escrito por Corina Diaz, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Argentina
Desde muy pequeña fui conduciendo mi personalidad hacia el eneatipo 9, (si conoces sobre el eneagrama de personalidades sabes a qué me refiero). Si no, aquí te comparto un enlace que te ayuda a comprenderlo de una forma bastante ilustrativa https://sonria.com/glossary/eneagrama/
La capacidad de moldearme en este eneatipo, se debe a que mi padre ha sido un hombre muy severo. Así que adopté un mecanismo de defensa bastante estresante: intentar que todo en casa estuviera perfecto para evitar que mi padre se enoje.
Como consecuencia de sostener esta práctica por años, conseguí que el conectarme con Dios desde la mirada de un Padre amoroso sea uno de mis más grandes desafíos. Especialmente, cuando hemos crecido bajo la imagen de un Dios que en el antiguo pacto se mira como un Padre estricto y exigente que demanda la atención del pueblo. Sin embargo, cuando vemos la historia de Dios y Su pueblo desde un enfoque más global, observamos a un Dios lleno de gracia y dulzura.
“Porque el Señor tu Dios es un Dios compasivo, que no te abandonará ni te destruirá, ni se olvidará del pacto que mediante juramento hizo con tus antepasados.” (Deut. 4:31)
Hay cuotas de gracia a lo largo de la Biblia, aunque el Antiguo Testamento centra su atención en la justicia, también la misericordia juega un papel esencial en la comprensión del carácter de Dios.
“Entonces en misericordia será establecido un trono, y sobre él se sentará firmemente en el tabernáculo de David el que juzga, busca el derecho y apresura la justicia.” (Is. 16:5)
No hay juicio sin misericordia. “Por eso el Señor los espera, para tenerles piedad; por eso se levanta para mostrarles compasión. Porque el Señor es un Dios de justicia. ¡Dichosos todos los que en él esperan!” (Is. 30:18)
Este nuevo entendimiento del antiguo pacto ha cambiado también la manera en la que percibo mi relación con mi padre, e incluso me ha permitido conocer rasgos de mi personalidad que desconocía. Ahora puedo sentirme más auténtica en mi relación conmigo misma y con Dios, me siento confiada en un amor que no necesita desesperadamente la perfección, sólo necesita que yo esté dispuesta a habitar en Su morada para siempre.
“La bondad y el amor me seguirán todos los días de mi vida; y en la casa del Señor habitaré para siempre.” (Sal. 23:6)
De esta manera Cristo puede hacer su trabajo «Mi gracia es todo lo que necesitas; mi poder actúa mejor en la debilidad». (2 Cor. 12:9a)