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Escrito por Sabrina Campos, voluntaria con el Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Memphis, TN
Hemos leído y estudiado muchas historias en la Biblia sobre la relación de Jesús con los maestros de la ley. Nos insertamos en la historia, muchas veces identificándonos con los fariseos y los saduceos. Y otras veces, juzgándolos.
Yo realmente los juzgaba mucho cuando era niña, no podía creer la audacia de esos maestros, siempre tramposos y arrogantes. Al final de cada historia yo pensaba: Seguro esta persona nunca se arrepintió de ser así.
Es interesante cómo Dios puede utilizar la misma historia varias veces para enseñarnos diferentes lecciones en nuestras vidas. Una de las historias que leemos vez tras vez se encuentra en Lucas 10:25-37, La parábola del Buen Samaritano:
En esto se presentó un experto en la ley y, para poner a prueba a Jesús, le hizo esta pregunta:
—Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?
Jesús replicó:
—¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo la interpretas tú?
Como respuesta el hombre citó:
—“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente”, y: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
¡Qué paciencia increíble tenía Jesús!
Si yo pudiera responder a una pregunta así, probablemente diría: “Qué crees? ¿No eres tú el maestro de la ley? ¡Pensé que ya sabrías la respuesta!”
Pero Jesús no solamente regala paciencia, sino también amor e interés.
En nuestras relaciones siempre pensamos que tenemos todas las respuestas. Y si sentimos que estamos siendo atrapados por una pregunta decidimos huir o luchar. Pero Jesús, quien tiene todas las respuestas, nos da una tercera opción: captar.
Él enciende la chispa de interés, sabiendo que el experto en la ley sabría bien la respuesta a Su pregunta. Él capta su atención, hablando sobre el tema que más le encanta en el mundo: ¡la ley!
Jesús ve a un ser humano, fallo y perdido. Él mira más allá del exterior de un hombre posiblemente orgulloso y arrogante (¿y qué tan feliz estamos que Él mire más allá de nuestro exterior también?).
Y Él también le regala palabras de afirmación:
—Bien contestado —le dijo Jesús—. Haz eso y vivirás.
Y cuando el maestro de la ley no entiende e intenta justificarse, Jesús no desiste. Él le da un ejemplo, porque reconoce que a veces necesitamos ejemplos audiovisuales.
Pero él quería justificarse, así que le preguntó a Jesús:
—¿Y quién es mi prójimo?
Jesús respondió:
—Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. Resulta que viajaba por el mismo camino un sacerdote quien, al verlo, se desvió y siguió de largo. Así también llegó a aquel lugar un levita y, al verlo, se desvió y siguió de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él. Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos monedas de plata y se las dio al dueño del alojamiento. “Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva”. ¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?
—El que se compadeció de él —contestó el experto en la ley.
—Anda entonces y haz tú lo mismo —concluyó Jesús.
Nunca sabremos si el maestro de la ley realmente “anduvo e hizo lo mismo”. Pero podemos aprender mucho de la manera en que Jesús enseñó y creó una relación honesta con el maestro.
Jesús no juzga a las preguntas; Él demuestra paciencia, amor e interés. Él mira más allá del exterior; Él lo captiva y afirma. Y al final, Él entiende que algunas veces simplemente no entendemos. Entonces Él nos agarra de la mano y nos da ejemplos. Como un hermano mayor, enseñando a su hermanito cómo ser un ejemplo perfecto.
Las relaciones son difíciles, porque siempre esperamos algo más. Esperamos que otros nos afirmen y amen, que se arrepientan y cambien. Esperamos que sean nuestro prójimo.
Pero Jesús dice: “anda y haz lo mismo”. Es tu turno de ser el prójimo, ser ejemplo. Tener paciencia, demostrar amor, afirmar, porque yo lo hice por ti. Te toca explicar todo vez tras vez, un millón de veces si es necesario, porque yo lo hago por ti. Necesitas agarrarles de sus manos y caminar con ellos, porque yo lo haré por ti hasta el final de los tiempos.
Anda y haz lo mismo.
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Escrito por Ana Teresa Vivas, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Canada
“Les escribimos acerca de lo que siempre ha existido. Lo hemos oído, lo hemos visto con nuestros propios ojos, lo hemos observado y lo hemos tocado con nuestras propias manos. Hablamos de Aquel que es la Palabra que da vida. El que es la vida apareció entre nosotros. Lo vimos y por eso damos testimonio acerca de él. A ustedes les anunciamos que él es la vida eterna que estaba con el Padre. Lo que hemos visto y oído acerca de él, ahora le anunciamos a ustedes.” (1 Jn. 1:1-2 PDT, énfasis personal añadido)
Cuando Juan se dirije a los hermanos de esta manera, lo que está diciendo en coloquial simple es: “Les quiero hablar de algo que conozco muy bien, o más bien de alguien que conocía muy bien. Sé de qué les estoy hablando.” ¿No te parece que es eso lo que está diciendo? Y cuando tú sabes menos acerca de un tema, pues, fácilmente aceptas la dirección, supervisión y guía de quien sabe más.
Aunque la Biblia no menciona la palabra mentoría, su práctica puede ser observada a través de diversas relaciones, a lo largo de toda ella, desde el Antiguo al Nuevo Testamento. Por esa razón es tan importante que reconozcamos la práctica, identifiquemos los aspectos que le corresponden y la vivamos naturalmente, como parte de nuestra identidad cristiana, la cual es nuestra identidad como personas al fin y al cabo. ¿Y, les cuento?... Mentoría equivale a discipulado. Alguien que discipula, es un mentor. Aún cuando a veces no llene todas las "casillas".
Mentor: Consejero, guía, maestro.
Como mencioné antes, hay varios ejemplos en la Biblia de relaciones de mentoría; pero tomemos el ejemplo de Jesús. Jesús eligió 12 hombres, para delegar en ellos la tarea de replicar lo que Él hizo con ellos. Les enseñó algo que conocía extremadamente bien, el Reino. Los animó, y equipó, para cumplir una misión. Les tuvo paciencia, les amó, fue su amigo y les sirvió, sabiendo Quién era y a dónde iba - Juan 13:1.
Un mentor como Jesús sabe quién es, se rodea de amigos, discípulos, se dedica a Su propósito con perseverancia. Tal como Pablo hizo y encomendó en 2 Timoteo 2:2, “Has escuchado mis enseñanzas confirmadas por muchos. Ahora enséñaselas a personas dignas de confianza, que a su vez puedan enseñárselas a otros.”
El mentor es un instrumento de Dios -
"Yo vine a hacer la voluntad de mi Padre", eso dijo Jesús en Juan 6:38.
Un mentor elije a sus discípulos/alumnos y los lleva a niveles que no llegarían por sí solos - los instruye, los equipa para ser mejor en lo que hacen –
“Por aquellos días, Jesús se fue a un cerro a orar, y pasó toda la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a quienes llamó apóstoles.” (Lc. 6.12-13)
Un mentor tiene metas claras y va tras ellas - conduce al discípulo hasta allí –
“Y Jesús les dijo: —Síganme, y yo les enseñaré a pescar hombres.” (Mt. 4:19)
Si nosotras somos imitadoras de Jesús, y ya que tenemos la 'Gran Comisión" de Mateo 28:18-20, también necesitamos y debemos querer estar en esa relación de mentoría o discipulado. Nosotras también somos llamadas a formar parte de ese patrón de enseñanza y crecimiento, que vemos en el Nuevo Testamento.
No hay un anexo en la Biblia donde se sintetice las carácterísticas de un mentor, pero Jesús nos mostró cómo hacerlo: Aproximarnos a alguien o algunos que necesitan ser instruidos y aprender del Reino. Enseñarles, tratarlos con amor, tener una relación de amistad con ellos, y nosotras perseverar en la meta de caminar con Jesús a cada instante y animar a otros a perseverar. Esa fue la clave del éxito de la difusión del evangelio en el mundo antiguo: La relación de mentoría de Jesús con Sus discípulos.
Sé que luce simplista mencionar solamente estos pocos aspectos, pero éstos son el corazón de este servicio, el centro de nuestra misión (Mt. 28:18-20).
Al igual que el apóstol Juan, nosotras también hemos visto y "palpado" a Jesús, lo conocemos lo suficiente para hablar de Él al mundo. Y es nuestra misión hacerlo.