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Escrito por Beliza Patricia, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Joao Pessoa, Brasil.
Puede que hayas oído a alguien decir: pero yo también soy hijo de Dios. Por lo general, la gente dice eso después de que hayan gastado más plata de lo de deberían, o después de reaccionar mal a una situación. O sea, de manera indirecta, lo que están intentando decir es: porque soy hijo de Dios, tengo algunos derechos…
El hecho es que no todas las personas son hijos de Dios, aunque seamos Su creación. Y de hecho los hijos de Dios reciben privilegios, pero ninguno lo recibe por merecerlo.
¿Y cómo saber si soy o no un hijo de Dios?
“Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. Estos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios.” (Juan 1:12-13)
Lo que nos hace hijos de Dios es la fe en Jesucristo y recibirlo como Señor y Salvador de nuestras vidas. Y la verdad es que Dios fue Quien actuó para que esto sea posible. Mientras algunos van a usar el “soy hijo de Dios” como un derecho fundamental e inalienable, la Biblia nos dice algo diferente.
“En ese tiempo también todos nosotros vivíamos como ellos, impulsados por nuestros deseos pecaminosos, siguiendo nuestra propia voluntad y nuestros propósitos. Como los demás, éramos por naturaleza objeto de la ira de Dios.” (Efesios 2:3)
El pecado nos aleja de Dios, nosotros merecíamos la ira de Él, porque desobedecemos y no cumplimos con Su voluntad. ¡Pero el amor de Dios es tan grande que, a través de Jesús, Él nos salvó! Y aún más: no hay nada que podamos hacer para lograr esto con nuestro propio esfuerzo.
A través de Jesús, Él nos ha redimido: nos ha resucitado mientras estábamos muertos en nuestras transgresiones. Él nos ha justificado: nos ha declarado justos, aunque no lo mereciéramos. Él nos ha adoptado: nos ha recibido legalmente como hijos, como parte de Su familia. La adopción es una bendición decretada por Dios.
Aquellos que son adoptados reciben orientación de Dios, instrucción, protección, corrección y preservación. Y esta última es tan grande que nos da la vida eterna.
Percibe el tamaño del amor de Dios: Él nos podría regalar la vida eterna a través de Jesús y reservar para nosotros el rol de siervos solamente, y, aun así, eso ya demostraría la misericordia de parte de Dios. ¡Pero Él hace más que eso!
Nosotros no nos podemos olvidar de que la adopción a la familia de Dios ocurre únicamente por Su gracia, no por nuestras obras. Pero lo que recibimos gratuitamente tuvo un alto costo para Dios.
“Pero, cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos.” (Gálatas 4:4-5)
Redimir es hacer un rescate, que significa obtener o libertar mediante el pago de un precio. Nuestra adopción fue costosa para Dios. Costó el precio de la vida de Su hijo. Jesús sí tenía derechos: Él nunca pecó (1 Pedro 1:22), a través de Él todo fue creado (Colosenses 1:16), sin Él nada hubiera existido (Juan 1:3), y aun así por amarnos, Él se vació y se volvió como nosotros para pagar el precio por nuestros pecados (Filipenses 2:6-8). No nos podemos olvidar nunca, que la adopción que es gratis para nosotros fue costosa para Dios.
¡Y algo más! Yo dije que la adopción (que es inmerecida) nos regala privilegios. Algunos de los privilegios para los que somos adoptados por Dios son:
- Tener una relación de Padre e hijo con Dios (1 Juan 3:1).
- Saber que Dios cuida de nuestras necesidades (Mateo 6:32).
- Saber que Dios nos bendice (Mateo 7:11).
- Ser conducidos por el Espíritu Santo (Romanos 8:14).
- Ser diciplinados por Dios (si, la diciplina es un privilegio) (Hebreos 12:6).
Y regresando al dicho popular: “pero yo también soy hijo de Dios”; aquellos que reivindican que son hijos de Dios deben acordarse de que la adopción como hijos es acompañada de una transformación guiada por el Espíritu Santo. O sea, nuestras acciones, pensamientos, deseos, palabras, todo es cambiado cuando nos volvemos hijos de Dios. Nuestro comportamiento se asemeja al de nuestro Padre que está en los cielos (Efesios 5:1).
“Todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús.” (Gálatas 3:26)
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Escrito por Deanna Brooks, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas
Diciembre... es la época del año en que la gente de todo el mundo piensa en un pequeño pueblo en lo que ahora es la nación de Israel. Si bien las Escrituras nunca nos dicen cuándo nació Jesús, aprovechamos esta oportunidad para compartir Su historia completa con el mundo. Jesús, el Cristo… el Mesías prometido… es mucho más que el Niño nacido en Belén. Él es nuestro Salvador, el enviado para redimirnos de los males de Satanás.
En esta lección encontrarás grupos de escrituras después de una declaración sobre el Mesías. Las del Antiguo Testamento serán profecía, y las escrituras del Nuevo Testamento que siguen son el cumplimiento de esas profecías.
Antes de la fundación de la tierra, Pablo nos dice que Dios puso en marcha este plan, que un Redentor vendría a restaurar la relación que fue rota por Satanás en el Jardín del Edén (Ef. 1:4). Hay más de 300 Profecías en el Antiguo Testamento sobre la venida del Mesías. En el Nuevo Testamento leemos cómo Jesús, nacido en Belén, criado en Nazaret, fue el cumplimiento de tantos años de profecías.
El primer grupo de profecías y su cumplimiento son sobre el nacimiento de nuestro Señor. Al principio de las Escrituras leemos acerca del Mesías prometido y Su nacimiento:
Las bendiciones vendrían a través de Abraham.
Génesis 12:1-2: “El Señor le dijo a Abram: «Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré. »Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición.”
Hechos 3:24-25: “» En efecto, a partir de Samuel todos los profetas han anunciado estos días. Ustedes, pues, son herederos de los profetas y del pacto que Dios estableció con nuestros antepasados al decirle a Abraham: “Todos los pueblos del mundo serán bendecidos por medio de tu descendencia”.”
Gálatas 3:8: “En efecto, la Escritura, habiendo previsto que Dios justificaría por la fe a las naciones, anunció de antemano el evangelio a Abraham: «Por medio de ti serán bendecidas todas las naciones».”
Una virgen tendría un hijo.
Isaías 7:14: “Por eso, el Señor mismo les dará una señal: La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamará Emanuel.”
Lucas 1:34: “—¿Cómo podrá suceder esto —le preguntó María al ángel—, puesto que soy virgen?”
Este Niño prometido nacería en Belén.
Miqueas 5:2: “Pero de ti, Belén Efrata, pequeña entre los clanes de Judá, saldrá el que gobernará a Israel; sus orígenes se remontan hasta la antigüedad, hasta tiempos inmemoriales.”
Mateo 2:3-6: “Cuando lo oyó el rey Herodes, se turbó, y toda Jerusalén con él. Así que convocó de entre el pueblo a todos los jefes de los sacerdotes y maestros de la ley, y les preguntó dónde había de nacer el Cristo. —En Belén de Judea —le respondieron—, porque esto es lo que ha escrito el profeta: »“Pero tú, Belén, en la tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor entre los principales de Judá; porque de ti saldrá un príncipe que será el pastor de mi pueblo Israel”».”
El ministerio del Mesías prometido sería especial, diferente al de los profetas del Antiguo Testamento:
El Mesías tendría un precursor.
Isaías 40:3: “Una voz proclama: «Preparen en el desierto un camino para el Señor; enderecen en la estepa un sendero para nuestro Dios.”
Juan 1:23: “—Yo soy la voz del que grita en el desierto: “Enderecen el camino del Señor” —respondió Juan, con las palabras del profeta Isaías.”
Mateo 11:10-11: “Este es de quien está escrito: »“Yo estoy por enviar a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino”. Les aseguro que entre los mortales no se ha levantado nadie más grande que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.”
El Mesías tendría un ministerio milagroso.
Isaías 35:5-6: “Se abrirán entonces los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos;
saltará el cojo como un ciervo, y gritará de alegría la lengua del mudo. Porque aguas brotarán en el desierto, y torrentes en el sequedal.”
Mateo 11:4-5: “Les respondió Jesús: —Vayan y cuéntenle a Juan lo que están viendo y oyendo: Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas.”
Juan 20:30-31: “Jesús hizo muchas otras señales milagrosas en presencia de sus discípulos, las cuales no están registradas en este libro. Pero estas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida.”
El Mesías sería despreciado y rechazado.
Isaías 53:3: “Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, hecho para el sufrimiento.
Todos evitaban mirarlo; fue despreciado, y no lo estimamos.”
Lucas 4:28-29: “Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron. Se levantaron, lo expulsaron del pueblo y lo llevaron hasta la cumbre de la colina sobre la que estaba construido el pueblo, para tirarlo por el precipicio.”
Juan 8:59: “Entonces los judíos tomaron piedras para arrojárselas, pero Jesús se escondió y salió inadvertido del templo.”
La vida de este Mesías terminaría con la muerte y la resurrección:
Ellos echarían suertes por su ropa.
Salmo 22:18: “Se reparten entre ellos mis vestidos y sobre mi ropa echan suertes.”
John 19:23-24: “Cuando los soldados crucificaron a Jesús, tomaron su manto y lo partieron en cuatro partes, una para cada uno de ellos. Tomaron también la túnica, la cual no tenía costura, sino que era de una sola pieza, tejida de arriba abajo. —No la dividamos —se dijeron unos a otros—. Echemos suertes para ver a quién le toca. Y así lo hicieron los soldados. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: «Se repartieron entre ellos mi manto, y sobre mi ropa echaron suertes».”
Sus manos y pies serían traspasados.
Salmo 22:16b: “…me han traspasado las manos y los pies.”
Juan 20:25: “Así que los otros discípulos le dijeron: —¡Hemos visto al Señor! —Mientras no vea yo la marca de los clavos en sus manos, y meta mi dedo en las marcas y mi mano en su costado, no lo creeré —repuso Tomás”
Lucas 24:39a: “Miren mis manos y mis pies. ¡Soy yo mismo!”
Ninguno de sus huesos se rompería.
Salmo 34:20: “le protegerá todos los huesos, y ni uno solo le quebrarán.”
Juan 19:33: “Pero, cuando se acercaron a Jesús y vieron que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas.”
El Mesías no se quedaría en la tumba.
Salmo 16:10: “No dejarás que mi vida termine en el sepulcro; no permitirás que sufra corrupción tu siervo fiel.”
Lucas 24:5-7: “Asustadas, se postraron sobre su rostro, pero ellos les dijeron: —¿Por qué buscan ustedes entre los muertos al que vive? No está aquí; ¡ha resucitado! Recuerden lo que les dijo cuando todavía estaba con ustedes en Galilea: “El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores, y ser crucificado, pero al tercer día resucitará”.”
La historia de Jesús nuestro Redentor muestra el maravilloso amor que nos tiene nuestro Padre Celestial. Nuestro Salvador no es sólo el Niño nacido en Belén. Él dijo,
“—Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre sino por mí.” (Juan 14:6), y él ha ido a prepararnos lugar (Juan 14:1-3).
Damos gracias por nuestro Mesías prometido, el cumplimiento de la profecía y nuestro Camino al Padre.
[ Todas las escrituras son NVI ]