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Escrito por Aileen Bonilla, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Ecuador
La historia de Safira y Ananías es muy corta pero llena de un gran mensaje para nosotras en estos tiempos (Hch. 5:1-11). En aquella época los fieles creyentes traían sus ofrendas para que los apóstoles la administraran de la mejor manera. Esta ofrenda era voluntaria y lo más hermoso de todo es que eran ofrendas a consciencia. Es decir, cada creyente daba de sus posesiones porque entendía que la iglesia tenía necesidad y sobre todo que serviría para que el glorioso Evangelio de Cristo siga esparciéndose (Hch. 4:32-36).
Sin embargo, Dios nos muestra que a pesar de que muchos comprendían esta verdad, también existía quienes deseaban ser vistos y aplaudidos por los hombres. La intensión de Safira y Ananías no fue sincera ni integra ante Dios. No estaba mal dar solo una parte del dinero. Es más, diría yo, ni siquiera tenían la obligación de hacerlo. Pero, ellos decidieron que tal vez sería de utilidad esta ofrenda. No obstante, olvidaron que todo aquello que hagamos para el Reino debe manejarse con sencillez y en secreto, esperando únicamente la recompensa de Dios (Mt. 6:3-5).
Safira y su esposo pensaron que su hipocresía iba a pasar inadvertida, pensaron que podrían engañar a Dios mismo. La hipocresía no sólo es un mal que afecta nuestras relaciones interpersonales, sino que también afecta nuestra relación con Dios. Él detesta que intentemos tenerle como un objeto que puede ser burlado, y aún más si enseñamos esta horrible actitud a otros.
Observemos este texto: “Hay seis cosas que el Señor odia, no, son siete las que detesta: los ojos arrogantes, la lengua mentirosa, las manos que matan al inocente, el corazón que trama el mal, los pies que corren a hacer lo malo, el testigo falso que respira mentiras y el que siembra discordia en una familia (Prov. 6:16-19, NTV)”. En este texto existe un orden increíble, primero se nos muestra que Dios detesta los ojos arrogantes, seguido de una lengua mentirosa. Quienes sufren de orgullo por lo general su vida estará llena de mentiras.
El orgullo siempre ha sido el peor enemigo del hombre, ya que este defecto se opone a que una persona pueda ser corregida, instruida y agradecida. La actitud de Safira y Ananías era orgullo disfrazado de generosidad. Por consiguiente, Dios purgó a Su Iglesia de esta manera, ya que esto trae bendición para todos.
Las verdades a medias también son mentiras. Parece sonar fuerte porque muchas veces hemos pasado por ese camino, tal vez para quedar bien o no quedar tan mal en alguna situación. Las mentiras tramadas son muy peligrosas y sobre todo el Señor las aborrece grandemente.
La arrogancia, como nos muestra el texto de Proverbios, trae consecuencias graves a nuestras vidas, no sólo por decir mentiras. También trae discordias en la familia. Puesto que la Iglesia es la familia de Dios, Él no dejará que este mal crezca descomunalmente. Al igual que Safira y Ananías, nosotras podemos tomar esa actitud. Podemos tener un falso orgullo de ser humildes, y esto es también muy detestable para todos. Es como un mal perfume que impregna toda la sala. El perfume barato es escandaloso, y nauseabundo. De la misma manera, el orgullo por nuestra fe y humildad se vuelve como aquel perfume barato. ¿Prefieres ser un perfume sutil y delicado o uno barato y escandaloso?
Jesús dijo de sí mismo: “aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón (Mt. 11:29)”. A veces asumimos conocerlo todo, tal vez por los años que llevamos dentro de la iglesia, pero lo cierto es que nuestra vida terrenal es un tiempo de aprendizaje continuo. Esa es la verdadera clave, nunca dejar de aprender.
Por otro lado, sólo Jesús puede atribuirse con autoridad dichas cualidades porque es Él la fuente de todo ya sea conocimiento, sabiduría, bondad, amor, humildad, mansedumbre, entre otras maravillosas características. Por lo que nos lleva a reflexionar que si no pasamos tiempo con el Maestro, entonces caer en la mentira y en el orgullo será mucho más fácil.
No corramos a hacer lo malo, me imagino a esta pareja tratando de llegar donde los apóstoles para darles este supuesto regalo. Ellos estaban ansiosos de ser reconocidos por el pueblo, como lo eran muchos fariseos de la época. Pero, en este nuevo reino ya no iba a ser así.
Dios nos dice que a través de Cristo Jesús somos nuevas criaturas (2 Cor. 5:17), esto se traduce como una reprogramación en nuestro ser. Es decir, si antes nos encantaba presumir nuestros logros, ahora esto ya no debe ser valioso ante nuestros ojos. Entremos al hogar Celestial no por medio de nuestras “buenas obras” ni por nuestros “títulos”, sino por la fe o confianza puesta en Cristo Jesús.
Es triste ver cómo muchos cristianos mienten por cosas irrelevantes. En los diferentes ministerios, muchos por no sentirse comprometidos inventan excusas, como si decir que en realidad no desean o no se sienten preparados fuera difícil. También, he podido observar el otro extremo, aquellos que hacen todo con pompones y panderetas para quedar como los más generosos o los más preocupados por el prójimo. Una razón más por la que Dios decidió arrancar de raíz a esta pareja en la Iglesia primitiva.
Finalmente, Safira debió ser aquella mujer sabia y prudente aconsejando a su marido de hacer lo correcto ante Dios. Esto nos enseña cuán cierto es el consejo de Proverbios 14:1, como mujeres debemos pedir mucha sabiduría a Dios, a través del estudio de la Palabra, meditación, la oración y el ayuno. Estos cuatro componentes juntos nos ayudaran a conectarnos con Dios de una manera increíble.
Acompáñame a orar: Señor, ayúdanos a ser más como Tú. Nuestro corazón muchas veces piensa en lo malo, pero sabemos que puedes cambiar esa realidad. Limpia nuestra maldad cada día y ayúdanos a poder ser más comprometidas con Tu obra, en Jesús, amén.
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Escrito por Nilaurys Garcia, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Canadá
Si le preguntas a dos personas qué es para ellas el silencio, dependiendo de su etapa en la vida podrían tener diferentes significados. Para una mamá con niños puede ser una sensación de victoria porque al fin se durmieron o un momento de alarma porque hicieron alguna travesura. Para unos pueden ser momentos de paz y para otros simplemente la calma antes de la tormenta. En música, un silencio es una pausa, pero igualmente se incluye en las partituras. En mi caso es un momento para pensar, agradecer y disfrutar.
Aprendí a amar los momentos de tranquilidad en donde puedo leer un libro o sólo escuchar el viento. Además, aprendí que cuando me detengo, me callo y aprecio el silencio, escucho la voz de Dios. Puede que para ti sea distinto, pero el silencio me da felicidad. Es mi momento de reflexión y de escuchar.
Hace un par de años hice un estudio de un mes con una amiga sobre el Salmo 46:10 que dice “Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios”. Y me llamó mucho la atención porque supe que sería un problema para mí. No es que sea inquieta, pero no me gusta estar sin hacer nada. Me parece un poco improductivo, sin ofender a nadie. Me gusta hacer varias cosas a la vez y aprovechar el tiempo de la mejor manera posible. Se podría decir que me cuesta un poco parar y tomar descansos. Puede que hayas leído en otra de mis historias cómo esta actitud me trajo problemas de salud, pero aprendí (después de varios intentos fallidos). Aprendí y reconocí que debía estar en quieta y en silencio para poder conectar con Dios ya que si mi voz era más fuerte que la de Él no lo iba a poder escuchar.
Estos momentos siempre me recuerdan a la historia de Elías cuando en 1 Reyes 19, el Señor se apareció en suave murmullo, “El Señor le ordenó: Sal y preséntate ante mí en la montaña, porque estoy a punto de pasar por allí. Como heraldo del Señor vino un viento recio, tan violento que partió las montañas e hizo añicos las rocas; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Tras el terremoto vino un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Y después del fuego vino un suave murmullo. Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto y, saliendo, se puso a la entrada de la cueva.” (1 Reyes 19:11-13)
Siempre que necesito tomar una decisión o estoy pasando un tiempo consciente con Dios, respiro profundo, cierro los ojos por unos minutos e intento escuchar Su voz. Puede ser que no puedas en un momento que necesites la guía de Dios porque estés en un sitio con muchas distracciones, pero si tomas dos minutos de manera consciente a prestar atención, te aseguro que escucharás a Dios diciéndote qué hacer.
En lo personal, identifico que he tomado buenas decisiones o que me he dejado guiar cuando no tengo dudas, peros o miedos en mente. A esto lo llamo ruido mental. Cuando mi mente está en silencio y quieta (algo que ya te mencioné me cuesta un poco) me maravillo de lo que puedo pensar. Hice un compromiso con Dios y conmigo misma de que buscaría momentos de silencio y me quedaría quieta para que Él pudiera actuar en mi vida más que actuar teniéndolo a un lado. No es lo mismo llevar a Dios en tu vida a que tu vida sea llevada por Dios. La diferencia es que en la primera frase tú eres la protagonista y en la segunda es Dios.
Me llama la atención que Elías supo que El Señor estaba en el susurro y no en las otras señales, aunque Él está en todos los momentos de nuestras vidas y nos puede hablar de mil maneras. Te invito a quedarte quieta y estar en silencio para escuchar Su voz. Practica escucharle diariamente y deshacerte del ruido mental para escuchar el susurro, aprende del silencio y acéptalo como un momento de conexión y guía. Puede que no lo logres en el primer intento, pero sé que puedes lograrlo.
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