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Escrito por Lisanka Martínez, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Venezuela
Cuando leemos en Efesios 4:29 “Ninguna palabra mala salga de vuestra boca, sino la que sea buena para edificar a otros según sea necesario, para que dé gracia a los oyentes” (RVR1960), es necesario tener en cuenta que es un mandato para todos los cristianos en todo tiempo, lugar y circunstancia. Debido a esto, notamos el compromiso que representa poder expresarnos, como nos lo indica la Palabra, de manera que nuestro hablar sea de edificación para quien nos escucha, evitando siempre lo contrario.
Este compromiso, les confieso, se me ha hecho cuesta arriba en varias ocasiones, e increíblemente más en mi vida como cristiana. Obviamente, antes de escudriñar la Palabra, cuando leía o escuchaba este versículo, me parecía dirigido a personas de lenguaje soez, no controlado o que siempre hablaban con malicia y doble sentido, ofendiendo y burlándose de los demás. Creía que no estaba dirigido a mí, quien, aunque decía de vez en cuando una mala palabra, trataba de cuidar dónde y a quién la decía, siendo respetuosa con las personas con quienes tenía algún contacto.
Después, siendo cristiana, recuerdo una anécdota que me ocurrió durante un discipulado en el que participaba poco después de haber sido bautizada.
Llegué 15 minutos antes a una reunión establecida para las 8 am, y encontré en el local solo a la hermana encargada de la clase, quien estaba allí desde las 7:30 am. El resto del grupo fue llegando en un lapso de media hora. Bastante después, la hermana que dirigía el discipulado fue la última en llegar con otra de las hermanas. Cuando les pregunte qué les había pasado y por qué llegaban con tanto retraso, la hermana acompañante me dijo que esa era la hora que la encargada le había dicho porque debían esperar que ya todas estuvieran allí antes de ir.
Yo estaba muy molesta y se lo hice saber a la hermana que dirigía el grupo diciéndole que me parecía una falta de respeto que nos citara a una hora y llegara casi una hora después a comenzar la actividad. Mi actitud tuvo su respuesta inmediata: su rostro se transformó y se alargó media hora más dando una improvisada clase (con sus correspondientes pasajes bíblicos) donde mostraba por qué una neófita como yo no debía reclamar nada a una anciana en la fe. Yo escuché el discurso en silencio y aun molesta, y finalmente pudimos pasar a la clase de verdad. Por supuesto, nada de lo que ella dijera me iba a convencer de que ella no nos había faltado el respeto a todas. Siendo venezolana, debía estar acostumbrada a esa característica de muchos de mis compatriotas: el incumplimiento de los horarios y la falta de respeto al tiempo de los demás, sin embargo, no lo estaba ni lo estoy aún.
Reflexionando acerca de esta vivencia, ahora pienso que ella, con más experiencia en la fe, debió simplemente disculparse con todos por llegar tarde y decirme a mí, la insubordinada, que hablaríamos luego con más calma acerca del tema, en vez de mostrar que ella era quien mandaba y los demás debíamos respetarla y obedecerla. En conclusión, ambas fallamos como amigas, hermanas y miembros de un grupo.
¿A cuántas de ustedes les ha sucedido algo parecido? (Recuerdo la experiencia que cuenta la hermana Michelle ocurrida durante una por la playa, contada en el libro En la mano derecha de Dios). Afortunadamente esas vivencias ahora se ven muy lejanas y las recordamos más objetivamente, aunque para todas en el grupo de mi anécdota no debe haber sido edificante a pesar del uso de la Biblia y de que no se emplearon palabras corrompidas.
Estudiando Trabajo Social, aprendí acerca de lo que significaba estar en un grupo y más si constituíamos un equipo; del compromiso, el nivel de confidencialidad y de cohesión que esto implicaba. Debía ser pan comido el trasladar eso a mis grupos de la iglesia muchos años después. Pero la experiencia me ha mostrado que he fallado en mi compromiso con Dios y con las integrantes del grupo debido a mi forma de ser, tratando de dar siempre instrucciones acerca de la forma correcta o adecuada de hacer o decir las cosas sin mostrarme lo suficientemente amorosa, comprensiva y compasiva en la mayoría de los casos. Mi compromiso no es solo enseñar, también incluye escuchar y mostrar la mayor empatía, y que mi cara y gestos reflejen el amor de Cristo y no solo mis palabras. Ahora, trabajo cada día en corregir y cambiarlo con la ayuda de Dios.
¿Escuchas a tus hermanas en el grupo perqueño mostrando amor?
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Escrito por Brenda Davis, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas
Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan. (Efesios 4:29, NVI)
En el libro Los siete hábitos de las personas altamente efectivas® de Stephen Covey encontramos el hábito 5: Busca primero entender, luego ser comprendido®. Como casi todos los respetados escritos de Covey, este se basa en la verdad bíblica: "Es necio y vergonzoso responder antes de escuchar" (Pr 18:13). "Al necio no le complace la inteligencia; tan solo hace alarde de su propia opinión" (Pr 18:2).
Oír es fácil. ¿Escuchar? No tanto. Entonces, ¿cuál es la diferencia entre oír a alguien y escucharlo? Oír es simplemente ser consciente de que están hablando. Escuchar es sintonizar con lo que están diciendo para entender y responder.
En Mateo 15:10, encontramos que el Señor llamó a la multitud a ir más allá de solo escuchar Sus palabras: " Jesús llamó a la multitud y dijo: Escuchen y entiendan". Los amigos de Job lo oyeron expresar sus quejas diez veces. Aun así, Job exclamó: "¡Si tan solo alguien me escuchara!". (Job 31:35a NTV). ¿Por qué? Aparentemente, no estaban escuchando con la intención de entender.
Oír, escuchar y comprender se usan indistintamente en pasajes como estos:
- "Además, una y otra vez el Señor ha enviado a sus siervos los profetas, pero ustedes no los han escuchado ni les han prestado atención" (Jer 25:4).
- Jesús preguntó a Sus discípulos: «¿Es que tienen ojos, pero no ven, y oídos, pero no oyen? ¿Acaso no recuerdan? (Mc 8:18).
Una vez que hayas escuchado y entendido lo que el orador está tratando de comunicar, solo entonces es el momento de tu respuesta. Uno de los pasajes más conocidos sobre escuchar y responder se encuentra en Santiago 1:19-20: " Todos deben estar listos para escuchar, pero no apresurarse para hablar ni para enojarse" (NVI). Confieso que este es un desafío enorme para mí. A menudo respondo antes de escuchar; si no es audible, lo hago en mi cabeza y luego espero la primera oportunidad para saltar con mis pensamientos. Estoy preocupada por algo en mi vida que se relacione con lo que me están diciendo, o formando un argumento, una réplica o alguna "sabiduría" o consejo que compartiré tan pronto como me den una oportunidad. Es como si lo que voy a decir fuera más importante que lo que están tratando de decirme y terminarán sintiendo, como Job, "¡Si tan solo alguien me escuchara!"
Las Escrituras nos advierten que debemos preocuparnos más por lo que vamos a decir que por escuchar plenamente.
- "¿Te has fijado en los que hablan sin pensar? ¡Más se puede esperar de un necio que de gente así!" (Pr 29:20).
- “No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás” (Fil 2:3-4).
- "El que refrena su boca y su lengua se libra de muchas angustias" (Pr 21:23).
Pero, ¿qué pasa si alguien dice algo hiriente o provocativo? Es entonces cuando debemos tratar de ser "lentos para enojarnos" al no reaccionar de la misma manera. “Que su conversación sea siempre amena y de buen gusto. Así sabrán cómo responder a cada uno” (Col 4: 6).
Cuando respondemos, tenemos la oportunidad de edificar a los demás con una respuesta alentadora, sabia o inspiradora.
- "Como anillo o collar de oro fino son los regaños del sabio en oídos atentos" (Pr 25:12).
- "Mi Señor y Dios me ha concedido tener una lengua instruida, para sostener con mi palabra al fatigado." (Is 50:4).
- "Por eso, anímense y edifíquense unos a otros, tal como lo vienen haciendo" (1 Tes 5:11). "El hierro se afila con el hierro y el hombre en el trato con el hombre" (Pr 27:17).
¿Qué pasa si sientes que no estás calificado o eres lo suficientemente sabio para dar ese tipo de respuesta? En el artículo de Janet Dunn en el Diario de Discipulado , "Cómo llegar a ser un buen oyente", ella recomienda que deberíamos considerar
poner más énfasis en la afirmación que en las respuestas... Muchas veces, Dios simplemente quiere usarme como un canal de su amor afirmativo mientras escucho con compasión y comprensión. A menudo, se puede ayudar a una persona simplemente teniendo a alguien que la escuche seriamente. A veces lo que más necesita nuestro vecino es que alguien más lo sepa.
Comprometámonos a crear una cultura de escuchar y responder en nuestras familias y otras relaciones. Silencia el teléfono. No detengas su historia. Bloquea las distracciones. Y ora para que Dios abra tus oídos y mente, y guíe y bendiga tus respuestas.