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Publicado originalmente el 13 Julio de 2017
Escrito por Michelle J. Goff, fundadora y directora ejecutiva del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
“Pero, ¿qué es lo que debo HACER?” Esta respuesta desesperada fue en reacción a mi sugerencia a SER lo que Dios le llamó a ser, permitiendo que Dios revelara, en Su debido momento, lo que debía HACER. Ella estaba buscando una lista de quehaceres, una agenda de actividades que le indicaría la dirección en la que debía andar, permitiéndole sentir que lo que estaba haciendo importaba.
Tenía un buen deseo, pero se había olvidado que la fe procede la acción.
Cuando vemos la enseñanza de Santiago sobre la importancia de nuestras obras, nos recuerda que no podemos tener una sin la otra: la fe y las obras, las obras y la fe. Están totalmente conectadas y no podemos tener una aparte de la otra. Separadas no tienen valor.
La verdadera fe, fundada en el Señor, caminando con Dios en relación y comunicación, transforma quienes SOMOS e informa lo que HACEMOS.
Sí, las acciones demuestran más que las palabras.
Y es verdad que los demonios creen y tiemblan.
Pero, ¿cómo es que mi creer, mi fe, quién soy en Cristo, influye y transforma lo que hago?
¿Qué dicen mis acciones?
Y cuando digo que creo, ¿qué estoy haciendo que marca la distinción entre mi persona, mi identidad, y la de los demonios?
Santiago 2:14-19, 26
“Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?
Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan.
Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.
Vivamos nuestra fe y que se revele por medio de nuestras obras y nuestra identidad en Dios.
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Originalmente publicado el 10 de mayo de 2016
Escrito por Sharon Easterling, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
Disfruto los correos que vienen del blog del Ministerio Hermana Rosa de Hierro. Me han inspirado y enseñado mucho. Estoy agradecida por todos los que están involucrados en este ministerio precioso.
Tuve la oportunidad de conocer a Michelle Goff en persona en abril de 2016 en la conferencia Mujeres caminando con Dios en Wichita, Kansas. Comenzamos hablando del ministerio y los correos del blog. Me emocioné al saber que estaba buscando contribuyentes, pero más porque el tema de ese mayo era la transformación. ¡Creo que mis palabras en respuesta a ella fueron, “Tengo una historia para ti!” Así que, abajo se las comparto.
Llevo años como cristiana. He tenido mis subidas y mis bajadas durante mi caminata. He perdido muchos de los que amo. Lucho contra la ansiedad y la depresión. Mi suegro, a quien amo mucho, rompió la ley y está encarcelado. Lucho con mi peso y otros problemas de salud.
No comparto todo esto para que me den los sentidos pésames, sino para que vean algo en mí con lo cual pueden identificarse y puedan entender el cambio y la transformación que se ha realizado.
En el año 2011, pesé más de 143 kilos (314 libras), y me sentí horrible conmigo misma. Sabía que Dios, mi esposo, mi familia, y mis amigos me amaban, pero luché con aceptarme y amarme a mí misma. Dos miembros de mi familia me animaron a acompañarlos en perder peso. Y me emociona decir que después de cuatro años, he perdido 71,4 kilos (157 libras), la mitad de mi peso original. Sin embargo, aunque lo veo como un tremendo logro y gran transformación, no es la transformación que les quiero compartir hoy. El mensaje de hoy se trata de cómo mi identidad y cómo me veía a mí misma se transformaron por el amor de Dios.
Al final de mi trayectoria de la pérdida de peso, descubrí algo. Me veía en el espejo como una mujer flaca y bonita, pero me quedé pensando en mí misma como gorda y una persona no-deseada. ¿Quién me amaría?
Vuelvo y repito que tengo a muchas personas en mi vida que sí me aman y un Padre celestial que no me ha abandonado, pero sigo creyendo las mentiras de Satanás que no valgo nada y no soy digna de amor. Pasé tanto tiempo creyendo que tenía que ser perfecta que me costó dejar esos pensamientos y cambiarlos. Quería ser la perfecta cristiana, esposa, hija, nuera, amiga, maestra, etc.
Lo irónico fue que, para perder el peso, me repetía, “La meta es progresar, no la perfección.” Ese refrán me ayudó a perder los kilos y hasta ayudó a mi ansiedad de vez en cuando, pero seguí luchando. Al fin y al cabo, tenía que cambiar mi identidad y darme cuenta que había sido transformada no al perder el peso, sino por lo que Cristo hizo por mí y cómo Dios me veía como Su bella hija amada.
Nunca puedo alcanzar la perfección en quien soy ni en lo que hago, pero Él me hace perfecta, hasta en mi debilidad.
Llegué a ese entendimiento a través de Pablo en la Biblia. Él tenía espinas y debilidades. Así como escribió en 2 Corintios, “Tres veces le rogué al Señor que me la quitara; pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo. Por eso me regocijo en debilidades, insultos, privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por Cristo; porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte.”
Mi cuerpo sigue imperfecto. Tengo piel extra y sigo luchando con la ansiedad. Sin embargo, he aprendido a amarme porque Dios me ama tal como soy. Ha transformado mi mente para ver más allá de mi debilidad y verme cómo me hizo, encontrando mi perfección en Cristo.
Sigo enfocada en el progreso diariamente, no porque quiero alcanzar la perfección, sino porque da honra a Dios y sé que Él quiere que yo cuide el cuerpo que me ha dado y que comparta mi historia – Su historia – con otros. No pudiera haber alcanzado lo que se ha logrado por mi propia fuerza, sino sólo por Él.
Así que te pregunto para concluir, ¿de qué maneras necesitas dejar tu versión de la perfección y dejar que Dios transforme a tu mente y tu identidad?